Extranjerismos

Un extranjerismo es una palabra tomada de otra lengua que se percibe todavía claramente como un cuerpo extraño en la propia. Esto se nota en la ortografía, que se aparta de lo habitual, en la pronunciación, que puede ser vacilante, y en la morfología, que puede dar lugar a conflicto de normas en la formación del plural, en la conjugación, etc.

Los intercambios de léxico entre lenguas siempre han sido frecuentes. Lo que ha ido cambiando con el tiempo son las lenguas que exportan sus términos. Frecuentemente, esto se reduce a una cuestión de prestigio. Cuando una lengua goza de gran estima, todos se arriman a ella con la esperanza de que se les pegue algo de su distinción. En la Antigüedad clásica, la gran lengua de cultura, con diferencia, fue el griego. Por eso el latín estaba plagado de helenismos, algunos de los cuales hemos heredado nosotros, ya asimilados, como cátedra/cadera, camaleón, bodega/botica, tisana, tragedia, geranio, etc. Todos ellos fueron en su día extranjerismos crudos en latín.

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El castellano se convirtió durante nuestros Siglos de Oro en exportador de vocabulario a escala internacional. La influencia cultural y política de Castilla se dejó notar en las lenguas de su entorno, que adoptaron neologismos de origen castellano como sarabande (< zarabanda), alcôve (< alcoba), en el caso del francés; o grandee (< grande de España), armada (< armada), en el caso del inglés. Se dio aquí también un fenómeno que explica frecuentemente la difusión de los extranjerismos: quien exporta la cosa exporta la palabra. Desde la península ibérica se difunden productos descubiertos en el Nuevo Mundo que van a cambiar radicalmente la vida de los europeos: ¿quién se imagina hoy un mundo sin chocolate, patatas o tomates? En la actualidad esos nombres son internacionalismos. Su origen son las lenguas americanas, pero el castellano les sirvió de vehículo.

En el mundo contemporáneo la gran influencia es sin duda la del inglés, sobre todo el de Estados Unidos. El vocabulario de nuestra lengua y de la inmensa mayoría de las lenguas de la Tierra está plagado de anglicismos como outsourcing, caucus, checklist, talkshow, blog, airbag, PC, muffin, etc.

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El inglés ha asumido una función de mediador análoga a la del castellano clásico. Por ejemplo, hoy tsunami es palabra de uso más o menos frecuente en nuestra lengua; pero nosotros no hemos ido a buscarla al japonés, como tampoco lo han hecho los hablantes de las otras lenguas en las que se ha introducido. Ha sido el inglés el que nos la ha servido a todos.

Frente a la adopción de palabras extranjeras hay dos posturas principales. Una es el purismo, empeñado en defender las esencias de la lengua, lo castizo. Antes de importar un término prefiere agotar todas las vías, por ejemplo:

a) Revitalizar palabras, como se hizo con azafata, que de ‘camarera de la reina’ se repescó en España para referirse a lo que en otros países llaman ‘aeromoza’.

b) Traducir las extranjeras calcándolas, como ocurrió con rascacielos (< skyscraper).

Solo se tolera el extranjerismo necesario, que es el inevitable por falta de alternativas. El purismo suele ser normativista. Espera de las Academias de la Lengua que regulen el proceso de adopción de términos foráneos.

La otra postura es el laxismo: los hablantes decidirán según sus intereses y necesidades. Después el vocabulario se irá decantando con el uso. Hay que dejar, simplemente, que la lengua evolucione, que todo siga su curso.

Estos son los dos polos. Entre medias, naturalmente, encontramos todo tipo de actitudes más o menos matizadas, más o menos consecuentes.

No hay que perder de vista tampoco que en la disputa de los extranjerismos se entremezclan consideraciones de orden extralingüístico: particularismo frente a universalismo, prestigio social y cultural, deseo de innovación o conservadurismo…

Lo que es seguro es que siempre ha habido intercambio entre lenguas. No hay en el mundo una sola lengua pura en el sentido de no mezclada. Ni el tomar palabras prestadas debilita a las lenguas ni el rechazarlas las fortalece. Una y otra postura son legítimas y tienen, como todo, sus ventajas y sus inconvenientes. Son otros los factores que determinan el auge o decadencia de las lenguas. El intercambio de vocabulario no es nunca causa sino más bien síntoma de tales dinámicas.

El fenómeno del extranjerismo se asocia también con dos tendencias opuestas: a la convergencia y a la divergencia de las lenguas. La globalización favorece claramente el acercamiento de las lenguas y de los estilos de vida. Se trata, eso sí, de una globalización guiada por Estados Unidos y su versión de la lengua inglesa.