Cultura de la propiedad

Me entero por la prensa de que en España se van a eliminar las subvenciones a la compra de pisos y veo resurgir de sus cenizas una de las expresiones preferidas de los años de la especulación: la cultura de la propiedad. Durante las pasadas fiebres inmobiliarias se entendía esta cultura como una necesidad compulsiva de comprar casa, consustancial con el genio hispánico. Veamos un ejemplo que refleja bastante bien el uso de la expresión de marras:

(1) La cultura de la propiedad está tan arraigada que el 92% de los cabezas de familia de entre 65 y 75 años son propietarios de una vivienda, valorada de media en unos 180.300 euros [Demayores.com, 11-10-2008].

La palabra cultura se utiliza para ennoblecer sin necesidad de entrar en discusiones racionales. Su simple presencia basta para realzar lo que se le pone al lado; lo mismo da que sea un bloque de viviendas o una berenjena.

Lo que tenemos detrás es una metáfora que asimila la compra de una casa con la composición de los Conciertos de Brandeburgo o la lectura del Quijote. Se explota el prestigio de las manifestaciones más genuinas del espíritu humano, las que nos hacen verdaderamente personas y nos diferencian de otras especies del planeta. Se asocia así una operación mercantil con valores de urbanidad, desarrollo y civilización, y se la presenta como algo valorado en nuestra sociedad, con una tradición y un arraigo, consustancial con nuestra forma de ver el mundo y entender la vida.

Lo que tiene este tipo de lenguaje es que es como un calcetín al que fácilmente se le da la vuelta. Así, la cultura de la propiedad fácilmente se transforma mediante otra metáfora en la mentalidad del pisito. Es la misma realidad contemplada bajo otra luz, ahora francamente negativa, por ejemplo:

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(2) Hay que pensar que la mentalidad del pisito se ha terminado, y creo que es bueno para todos. A partir de ahora a alquilar a precios razonables [comentario de un lector en El Economista, 30-4-2008].

Metáforas como estas se prestan fácilmente a la manipulación. Es conveniente pararse a pensar lo que hay detrás de ellas si no nos queremos dejar llevar a terrenos que quizá no sean los que más nos convienen.