Muerte de lenguas

Una lengua muere cuando se queda sin hablantes, cuando ya no hay nadie en la tierra para repetir las palabras que aprendió de sus padres y abuelos.

En el mundo se hablan casi 7 000 lenguas. De estas, la mayoría apenas tiene un puñado de hablantes, lo que compromete su supervivencia. Esto es lo que ocurre en España, sin ir más lejos, con el aranés. De hecho, todos los meses muere un puñado de lenguas dispersas por diferentes puntos del planeta y nadie se entera porque no sale ni en el telediario ni en los periódicos.

Históricamente, en la Península Ibérica han desaparecido, por ejemplo, el ibérico, el hispano-céltico o el mozárabe. En época moderna tenemos casos bien documentados en Europa, como el del manés en los años setenta. Su último hablante fue un pescador llamado Ned Maddrell, que dejó un corpus de grabaciones sonoras antes de morir.

El fin de una lengua puede llegar por dos vías:

a) Por extinción de la comunidad que la hablaba: esto puede sobrevenir por diversos tipos de catástrofes naturales, pero la causa más frecuente es el choque con otra población. A menudo, la desaparición de una lengua no es sino un efecto concomitante del genocidio. Durante la Edad Moderna ha tenido aquí un papel tristemente destacado el colonialismo europeo, incluido el español. De hecho, se calcula que el punto culminante en la diversidad lingüística de la humanidad se alcanzó en el siglo XV, justo antes del inicio de la colonización europea de África, América y Oceanía.

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b) Por deslealtad de los hablantes: esto se ve favorecido por situaciones de diglosia, cuando coexisten en un mismo territorio lenguas con diferente estatus. Se corre entonces el peligro de que la gente abrace la variedad de prestigio en detrimento de la que heredaron de sus ancestros. La lengua relegada acaba convirtiéndose en cosa de viejos porque ya no la aprenden los niños.

Hay quien opina que una lengua no se acaba en realidad con su último hablante sino con el penúltimo, cuando ya no queda nadie con quien dialogar.

La muerte de una lengua supone una merma irreparable para la diversidad cultural. Sin embargo, no todo son malas noticias. En tiempos recientes se han acometido también intentos de revitalización o incluso de resurrección. De ellos hablaremos otro día.