Fallos en una exposición oral: El baile de san Vito

Muchos de los problemas que nos asedian cuando tenemos que hablar en público son resultado del nerviosismo. Y una de las manifestaciones más evidentes de ese nerviosismo es la necesidad compulsiva de moverse de un lado para otro. En realidad, nos gustaría salir de allí corriendo, pero ya que no podemos salir, por lo menos corremos. Para colmo de males, nuestros movimientos desatalentados no contribuyen a calmarnos, sino todo lo contrario. Al final entramos en un círculo vicioso: como estamos nerviosos, nos agitamos y ese agitación alimenta nuestro nerviosismo. Hay que romper ese ciclo.

Para hablar adecuadamente, tu cuerpo se tiene que asentar sobre una base sólida. Necesitas estabilidad. Separa un poco los pies. Que queden casi en vertical con los hombros. Flexiona mínimamente las rodillas, lo justo para que el centro de gravedad del cuerpo se sitúe en las caderas. Visto desde fuera, apenas se nota; pero tú te darás cuenta de que lo has hecho correctamente porque sentirás como si el peso del cuerpo se quedara encajado en las caderas. Ya no se balancea sobre los pies. Una vez ahí, respira y siente que tienes una base firme, estable. Mira al frente. Ya puedes empezar a hablar.

Ten en cuenta que tampoco se trata de quedarse clavado como una estatua. Una vez que la exposición avance y estés un poco más relajado, puedes empezar a moverte, pero siempre de forma controlada. Lo ideal es que los desplazamientos vengan dados por la situación. Por ejemplo, acércate a la pizarra para escribir o ve hasta la pantalla donde se proyecta tu presentación para señalar alguna parte de la diapositiva. No corras. Muévete con tranquilidad y paso firme. Después, regresa sin apresurarte al punto inicial. Ahora puedes quizás dar algún paso hacia el público para establecer un contacto más estrecho o desplazarte lateralmente para subrayar una pausa.

Una vez superado el nerviosismo inicial, verás cómo tus movimientos se van acompasando con tu discurso y van volviendo a ser naturales. Ahí es adonde teníamos que llegar.

He empezado hablando del tipo de movimientos incontrolados más frecuente, pero no acaban ahí las posibilidades. Cada persona reacciona de una manera diferente ante una situación que le provoca ansiedad. A unos les da por el baile de san Vito y a otros, en cambio, parece como si les hubieran puesto una camisa de fuerza: se cruzan de brazos y piernas, se quedan encorvados y clavan la mirada en el suelo. Bien, descruza brazos y piernas, adopta una posición erguida, mira al público, planta bien los pies en el suelo, respira y… adelante.

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La postura es fundamental para conectar con las personas que nos están escuchando. Cuando corremos, les estamos diciendo que no queremos estar allí. Cuando adoptamos una actitud defensiva, hacemos ver que queremos protegernos de ellos. En ambos casos, los estamos situando inconscientemente en la posición de enemigo. Lo que necesitamos es todo lo contrario: ponerlos a nuestro favor. Si quieres que ellos te acojan, acógelos tú a ellos. Nada mejor que demostrárselo con la posición de tu cuerpo.