‘Mano’: un sustantivo rarito

El sustantivo mano no nos llama la atención porque lo hemos utilizado hasta la saciedad, pero lo cierto es que es raro raro raro.

Sus extravagancias empiezan por el género. Es uno de los pocos femeninos terminados en -o que tenemos en español. Sus compañeros son algunos acortamientos como la moto (< motocicleta), algún cultismo como la libido y pocos más (no vamos a contar los que alternan entre el masculino y el femenino, como el piloto/la piloto).

También ha sido especial su evolución histórica. Mano en latín se decía manus, -us. Formaba parte de un exiguo grupo de femeninos de la cuarta declinación. Eso de que un nombre femenino terminara en -us ya era una rareza en latín. Esa era la terminación típica del masculino (de ahí vienen nuestros masculinos en -o). Los femeninos en -us no salieron muy bien parados en el paso al castellano. Casi todos desaparecieron. Los que sobrevivieron tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos. Algunos mudaron la terminación para no destacar. La nurus de la Roma clásica acabó convertida en la nuera castellana. Y la sucrus se reconvirtió en suegra para no ser menos. Otros se pasaron al masculino para amoldarse a su terminación. Por eso, la pinus nigra es hoy el pino negro. La manus latina fue la única que después de pasar los filtros castellanos se mantuvo como mano (la tribu se quedó en tierra de nadie con esa terminación en -u, pero eso nos daría para otro artículo).

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Las excentricidades de mano continúan con los diminutivos. Unos decimos la manita y otros la manito. La forma manita es la más frecuente en España y en México, pero es una construcción peculiar. Los otros femeninos en -o conservan su terminación:

(1) la moto > la motito

(2) la foto > la fotito

Incluso, si alguien quisiera referirse cariñosamente a su libido, seguiría el mismo patrón:

(3) la libido > la libidito

Por tanto, el diminutivo la manito se limita a seguir la regla general. Esta variante, que tanto nos choca a los españoles, es la más frecuente en América, con la excepción de México.

Pero no acaban aquí las complicaciones del diminutivo. Hay un tercero en discordia: manecita. Este es el modelo que sigue la palabra manecilla, que se ha especializado para nombrar a las agujas del reloj. Y ni siquiera aquí conseguimos ponernos de acuerdo todos los hablantes. Algunos prefieren hablar de las manillas del reloj y hay incluso quien las denomina manijas. Esta última palabra es la heredera del diminutivo latino de mano: manicula.

Como ves, la palabra mano, acumula más rarezas de lo que uno pudiera esperar. La explicación es simple: la mano, como órgano de nuestro cuerpo, es importantísima para los seres humanos. Eso hace que utilicemos su nombre muy a menudo. De ahí que recordemos todas sus particularidades, que se perderían si esta palabra tuviera menos uso.