Zaquizamí es una palabra antigua, desusada. Según el DRAE, procede del árabe hispánico sáqf fassamí, que significaba ‘techo en el cielo’. He de confesar que el motivo principal de que se le dedique un artículo en este blog es que su sonoridad y su etimología me resultan fuertemente evocadoras.
Este sustantivo se utiliza para referirse al desván o la buhardilla de una casa, como en este ejemplo del siglo XIX:
(1) El conserje abrió una de ellas, y entramos en una pequeñísima bohardilla, a cuyo techo se tocaba con la mano. Una angosta ventana de reja dejaba ver el cielo y algunas chimeneas, y daba paso a torrentes de viva luz. A pesar de que estamos en noviembre y de que hoy ha hecho un día muy fresco, en aquel zaquizamí se sentía un calor insoportable [Pedro Antonio de Alarcón: De Madrid a Nápoles pasando por París].
Por extensión, también puede ser un cuartucho incómodo y sucio:
(2) Figúrate el calzado, los sombreros, los vestidos que podrás comprarte… ¿Y el gusto de saltar de este zaquizamí indecente a un cuarto de veinte duros? [Alberto Insúa: El negro que tenía el alma blanca].
Incluso puede designar la cubierta de madera de una casa, sobre todo si está labrada:
(3) Lo que más llamó la atención fue la habitación de Comogre, que según las memorias del tiempo era un edificio de ciento y cincuenta pasos de largo y ochenta de ancho, fundado sobre postes gruesos, cercado de un muro de piedra y, en lo alto, un zaquizamí de madera vistoso y bien labrado [Manuel José Quintana: Vidas de españoles célebres].
La palabra zaquizamí ha quedado barrida del uso general. No obstante, ha podido refugiarse en los usos regionales, como suele suceder en estos casos. Tengo noticia, por ejemplo, de que aún se emplea en algunas zonas de Andalucía.