En el español actual compiten dos formas diferentes de expresar el futuro:
En realidad, hoy día, para lo que menos empleamos el tiempo verbal de futuro es para referirnos a acontecimientos venideros. En la lengua oral hay una preferencia clara por la perífrasis:
(1) Voy a ver una serie en la televisión.
En la lengua escrita, hay más probabilidades de que aparezca el tiempo verbal de futuro para referirse a acontecimientos venideros. Por ejemplo, en un periódico se podría escribir lo siguiente:
(2) El juicio comenzará el miércoles 28.
La perífrasis se puede emplear intencionadamente en la lengua escrita para darle un tono coloquial.
Algunos hablantes omiten la preposición de la perífrasis de futuro:
(3) Voy ver una serie en la televisión.
Esto se considera incorrecto. La única forma aceptable en la lengua culta es esta:
(4) Voy a ver una serie en la televisión.
La manera en que expresamos la idea de futuro ha sufrido una evolución curiosa. Es un fenómeno interesante para la historia del idioma y para comprender los mecanismos que empujan a las lenguas a cambiar. En latín, el futuro se expresaba con un tiempo simple de la conjugación:
(5) amabo
En la lengua de Cicerón, eso significaba ‘amaré’. En el paso del latín al castellano, esa forma simple se vio desplazada por una perífrasis formada con el verbo haber. Me he referido a ella en otro apartado:
(6) amar he
Con el tiempo, la perífrasis se fusionó y acabó convertida en un tiempo simple de la conjugación:
(7) amaré
Ahora la perífrasis ir a + infinitivo está desplazando al tiempo simple:
(8) voy a amar
Por tanto, a lo largo de miles de años, la expresión del futuro va describiendo un movimiento de vaivén. Esta es la secuencia hasta nuestros días:
amabo > amar he > amaré > voy a amar
Probablemente, la forma latina tuvo su origen en una perífrasis, pero no tenemos documentos para demostrarlo.