Fulano, mengano y zutano son tres alegres compañeros que aparecen en la lengua española cada vez que queremos referirnos a alguien sin dar un nombre concreto:
(1) [Rajoy] estuvo conmigo tres horas paseando por Bilbao de noche, examinándome: fulano, mengano, zutano, el quién es quién en el País Vasco, las actitudes, los problemas… [María Antonia Iglesias: Memoria de Euskadi].
(2) Aquí muchas veces la justicia debe intervenir para dictaminar si fulano o mengano tiene derecho a un tratamiento caro [El País (España), 6-10-2001].
A veces recurrimos a estas etiquetas para no nombrar a personas concretas, como en el ejemplo (1). Otras veces lo hacemos simplemente porque queremos referirnos a personas de manera genérica, sin individualizar. Tenemos un ejemplo de este uso en (2).
El orden que se suele seguir es el que encontramos en los ejemplos de arriba. Cuando hablamos de una sola persona, esta es fulano. Cuando nos referimos a dos, mentamos a fulano y a mengano. Y si se les une un tercero, la lista se amplía a fulano, mengano y zutano. Existe, incluso, un cuarto compañero, perengano; pero es raro que aparezca.
No obstante, conviene hacer un par de aclaraciones. La ordenación que acabamos de exponer no es absoluta, así que no te extrañes si encuentras ejemplos que se apartan de ella. Hay hablantes y territorios que tienen otras preferencias. Además, el cuarto nombre presenta bastante variación, precisamente porque se utiliza poco: algunas variantes son perencejo y merengano. Esto forma parte de lo normal y esperable en una lengua con la extensión geográfica y el número de hablantes que tiene el español.
Estas denominaciones se escriben siempre en minúsculas. Únicamente admiten la mayúscula inicial cuando creamos un personaje ficticio como, por ejemplo, don Fulano Pérez.
También se usan a veces los diminutivos fulanito, menganito y zutanito. Veamos una muestra:
(3) Se dice, por ejemplo, entre ellos, que fulanito es novio de fulanita, sin saber por qué, y fulanito, por ese mero hecho, sin que le importe gran cosa de fulanita, va a esperarla con otros amigos a la puerta del colegio [Armando Palacio Valdés: Marta y María].
El ejemplo (3) también nos viene bien para señalar que son posibles las formas femeninas.
La palabra fulano admite el artículo: un fulano, el fulano. En ese caso se convierte en un sinónimo de tío en el sentido de ‘hombre’. Tiene connotaciones bastante despectivas, así que más vale utilizarlo con cuidado:
(4) ¿Tú conoces a un fulano rubio, con ojos de chiflado, que debe de ser extranjero? [José María Merino: Historias del otro lugar].
La versión femenina una fulana también existe, pero aquí conviene tener más precaución todavía porque lo que suele significar es ‘prostituta’:
(5) En cambio, si se alega infidelidad de la esposa, el marido aparece como un cornudo y ella como una fulana… si me permite la expresión [Juan Vilches: Te prometo un imperio].
Este no es un caso aislado. Ya he explicado en otro lugar lo diferente que es hablar en sentido figurado de un zorro o de una zorra.
Bueno, pues espero que este artículo sea de utilidad para todo el mundo y no solo para fulano, mengano o zutano.