Manutigio es una palabra rara, hoy prácticamente olvidada. María Moliner la define así:
(1) Fricción o masaje ligero practicado con la mano [María Moliner: Diccionario de uso del español].
Procede de una forma latina tardía: manutigium. Esta se crea a partir del sustantivo manus (‘mano’) y el verbo tango (‘tocar’), que no tiene nada que ver con el tango argentino.
Hablando de Argentina, he localizado un ejemplo de uso reciente en un texto de 2015 procedente de ese país:
(2) Practicame en todo mi cuerpo, Remigio,
un potenciado manutigio [Selene Babel: ¿Qué rima con tu nombre? La venganza del chamuyo].
Es un texto jocoso. De ahí que eche mano de vocablos desusados como este. De lo contrario, no sería fácil localizar un ejemplo en un texto del siglo XXI. Antes de que alguien me lo pregunte, aclararé que no me he olvidado de ninguna tilde en practicame. La autora utiliza una forma voseante (como no puede ser menos en su variedad de español).
El Corpus Diacrónico del Español (obra de la RAE) recoge un único ejemplo del año 1929:
(3) se friccionó sobre los párpados con vigoroso manutigio [Salvador González Anaya: La oración de la tarde].
Teniendo en cuenta que este corpus se remonta a los orígenes del idioma, ya nos podemos hacer una idea de cuál ha sido la popularidad histórica de nuestro amigo manutigio.
Este término se recoge por primera vez en el Diccionario nacional o Gran diccionario clásico de la lengua española de Ramón Joaquín Domínguez, que se publicó entre 1846 y 1847. Hay que esperar otros noventa años para que haga su entrada en el Diccionario de la lengua española de la RAE. La primera edición que le dedica un artículo es la 16.ª, del año 1936.
Y esta es la modesta historia del sustantivo manutigio. No es una de las palabras más exitosas de nuestro vocabulario, pero por eso mismo despierta en mí cierta ternura. Ese es el motivo de que la comparta aquí contigo.