Los clásicos acumulan el saber y la emoción de las mentes más brillantes de la historia, de los corazones que han latido con más pasión.
Cada obra clásica se ha hecho un lugar en la historia de la literatura porque ha tenido un impacto brutal en la cultura; pero, sobre todo, porque posee el potencial de cambiar a sus lectores. La literatura cambia vidas y ese poder maravilloso se manifiesta con toda su fuerza en los grandes clásicos de la historia.
Por eso, recientemente, lancé una pregunta a mis alumnos y a los seguidores del Blog de Lengua. Les pedí que me contasen en primera persona cómo la lectura de una obra clásica había transformado sus vidas.
Me he llevado una gran alegría porque he recibido muchísimas respuestas. Son testimonios auténticos, únicos y emocionantes de personas que han crecido, que han avanzado, que han madurado, que se han transformado al descubrir alguna de las grandes obras de la literatura universal. Todas ellas son valiosas. Todas las valoro. Presento aquí una selección que intento que sea representativa.
He procurado que estén representadas visiones del mundo y opiniones diversas. Ahí reside el valor de una experiencia como esta. Los contenidos y las opiniones que recojo aquí pertenecen a las personas que las han expresado. Yo no las suscribo ni me hago responsable de ellas, pero sí me alegro de que las hayan compartido conmigo para que yo ahora las pueda hacer llegar hasta ti.
Paloma González
No sé si me cambió la vida… Un preadolescente quizás cambia de vida cada día.
En realidad, no leí Robinson Crusoe: embarqué, naufragué, me capturaron unos piratas, me escapé y fui a parar a una isla aparentemente desierta donde tuve que buscarme la vida. Sí, también me veía mezclando historias para salvarme. Sin dobles significados ni interpretaciones más allá de lo que puede concebir la mente de un niño (niña en este caso). Todo transcurría en mi imaginario tal y como estaba escrito; tan literal como real era para mí.
No sé si me cambió la vida… Lo que es seguro es que estaba feliz leyendo. Y seguro que aprendí a ampliar horizontes y valorar diferentes perspectivas ante un asunto. Creo que se llama ‘imaginación’.
Y. Radhika
En el panteón de los clásicos personales me gustaría destacar La vuelta al mundo en 80 días. Lo leí en 1978 cuando me criaba en la India y desde entonces ha formado una parte integral de los recuerdos más felices de la niñez.
Para percibir cómo me afectó hay que tener en cuenta la actualidad en la India de aquel entonces. Muy poca gente viajaba al extranjero. Ni siquiera viajábamos dentro del país, salvo cuando nos pagaba el Gobierno el coste del viaje anual a mi ciudad natal y eso se debía al trabajo de mi padre, que era militar. Es que en los setenta los ingresos no daban para lujos como viajar ni por dentro del país ni, mucho menos, al extranjero. Por tanto, nos gustaba mucho viajar a través de la lectura y Julio Verne nos hizo volar. Y esa novela tenía un atractivo adicional: los personajes viajaban a la India aunque la India ficticia, para colmo la historia de una princesa india, no tenía nada que ver con la India de aquel entonces.
No hubiéramos podido imaginar un futuro en el que viviríamos en otro país. Julio Verne nos ayudó a escapar del presente, pero también nos divertía a la vez que nos animó a soñar. No puedo agradecerlo lo suficiente. Le he leído en voz alta otras novelas suyas a mi hijo como Viaje al centro de la tierra y Veinte mil leguas de viaje submarino. Esa última ya se ha hecho una de mis preferidas con sus personajes intrigantes y el misterio del capitán desdichado. ¡Pero tengo que confesar que toda la lectura de la niñez me había hecho propenso a las ensoñaciones y mucho menos al trabajo duro! Eso sí que me empujó a escribir poemas, algo que llevo haciendo cuarenta y cinco años.
Así que Julio Verne me ha llevado a un viaje de por vida.
Edwing Arteaga Padilla
He recibido también un hermoso testimonio de Edwing Arteaga Padilla. Edwing es escritor y tiene un canal de YouTube en el que habla sobre literatura. Se llama La nave de Teseo. He disfrutado especialmente con su vídeo sobre Kafka. Edwing es alumno de los cursos del Blog de Lengua.
Un libro que marcó mi vida como lector fue la obra Los miserables de Víctor Hugo. Es un hermoso tratado sobre la condición humana. Cada personaje expone, de manera magistral, un valor o un antivalor en la sociedad.
Hay personajes que nos presentan diferentes facetas del mal y otros personajes que ilustran las distintas caras del bien. La maldad del inspector Javert es ética: un ser implacable, inmisericorde, ensañado contra una persona que solo trata de redimirse. Al final, no soporta el tamaño moral de Jean Valjean y termina optando por el suicidio. Esa maldad difiere de otros personajes como la de Thenardier, que es baja y criminal.
El impacto principal me lo produjo el personaje de Jean Valjean. Es uno de mis favoritos en toda la literatura universal, quizás solo superado, en mi parecer, por Antígona. Valjean representa al hombre que se sobrepone a la adversidad, que cree que puede reformarse, muy a pesar de que se enfrenta a una sociedad despiadada, hipócrita, que considera estar en una posición ética superior para juzgar e impedir la restauración.
Jean Valjean es un ser noble, próspero, generoso, la encarnación de la bondad y de un sentido de la justicia amplio. Nos presenta lo que una persona puede llegar a ser, independientemente de su pasado.
Hugo tiene una solemnidad para presentar a sus personajes que es difícil encontrar en otro autor. Es imposible leer Los miserables sin sentir un sincero deseo de llorar.
Agustín Jiménez Díaz
Tengo la suerte de conocer a Agustín desde hace años porque es alumno mío. Agustín es escritor. Su obra se alimenta de toda una vida de experiencia, acción, reflexión y, desde mi punto de vista, un enorme amor por la cultura. Está escribiendo una saga y en estos momentos se encuentra trabajando en unas exquisitas memorias de su niñez en las que estoy teniendo el privilegio de acompañarle. Se aprende mucho con alumnos como Agustín.
Este es su testimonio sobre cómo los clásicos han cambiado su vida:
Durante mi vida de lector activo, he de reconocer que he leído mil y un libros clásicos no solo de la literatura hispana (Lope, Calderón, Cervantes, Quevedo, etc.) sino también de la europea (Milton, Víctor Hugo, Goethe, Pirandello, Saramago, Shakespeare, etc.) y de la hispanoamericana (Márquez, Álvaro Mutis, Borges, Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, etc.). Me encantó La cabaña del tío Tom de la escritora norteamericana Harriet Beecher Stowe, pasando inevitablemente por el clasicismo grecorromano (Homero, Aristóteles, Platón, Cicerón, Virgilio, Séneca, etc.).
Mis ojos han recorrido casi toda la escala social del clasicismo literario como lo hiciera don Juan en sus conquistas de mujer (desde la altiva princesa hasta la que pesca en ruin barca). De todos esos increíbles libros se sacan conclusiones determinantes que influyen inevitablemente en el pensamiento de muchos lectores, porque ¡qué pensar de Ana Ozores, la regenta de Leopoldo Alas; de Jean Valjean, el protagonista de Los miserables; de José Arcadio y su prima Úrsula Iguarán en Cien años de soledad de Márquez; de Maqroll el Gaviero de Mutis; Sherezade de Las mil y una noches; de don Quijote y Sancho Panza de Cervantes; de Gabriel de Araceli de los Episodios nacionales de Galdós; de la vida de crápula de los desocupados ricos del Madrid de últimos del XIX y primeros del XX como era Juanito Santa Cruz en Fortunata y Jacinta, que fue un pésimo marido y un excelente amante… Todos ellos influyen moldeando la mente de muchos lectores y les dicen por qué camino o, quizás, atajos, hay que ir para tratar de ser felices. Que se lo digan, si no, al príncipe Pedro de Guerra y paz o a Vronsky en Ana Karénina, ambos de Tolstói.
Todos estos pensamientos que yo aquí esbozo pueden estar, seguro que lo están, equivocados; a cada uno la literatura le cambia según su concepto de vida. Yo he sido durante mi niñez y también en la pubertad un chaval a la deriva, no echado al monte haciendo de las suyas, sino sin saber qué camino que tomar. Leer, entonces, supuso para mí un nuevo concepto de vida. Y ahora, ya a mis muchos años, empezar a escribir me ha servido para estar en paz conmigo mismo.
La literatura siempre me ha ocasionado un antes y un después; yo no me daba cuenta, pero cada vez que leía me hacía sentirme diferente; me quitaba límites, me eximía de obligaciones, me liberaba el pensamiento, me hacía sentirme mi yo verdadero.
Leer antes y ahora, tratando de escribir, me supuso y me supone nuevos horizontes; otras perspectivas donde hago realidad mis sueños, donde doy forma a mi sicomoro particular en el que imitando a Zaqueo me subo y espero que llegue la inspiración para poder escribir, pintar o describir su ancha copa verde en la que luce sus apiñados frutos rosados. Veo su esbelto tronco que con gallardía emerge de donde está plantado y se eleva, exhibiendo su cuerpo grisáceo y su gran floresta; la inspiración está llegando y yo empiezo a escribir y a describir mi jardín particular. ¡Ánimo, compañero, decídete a escribir, estamos en las mejores manos…!
Manuel García García
Siempre fui un analfabeto cúbico hasta que descubrí el libro Cien años de soledad y surgió el milagro. Pasé del estado gaseoso al estado sólido como persona: uno más de la manada que a día de hoy recorre los pasillos de las librerías sevillanas tras el olor a libro nuevo.
Laura Martínez González
Laura es alumna mía. Es escritora y me ha dado una gran alegría porque ha publicado una novela: 22, Watling Street. Está disponible en las principales librerías de Internet. Se inspiró en un caso real que ocurrió en los noventa en el pueblo de su abuela. Además, en su novela rinde homenaje a los libros y películas de terror clásicos: El exorcista, Carrie, Pesadilla en Elm Street, La profecía, etc.
Este es el testimonio de Laura:
Son varios los clásicos que recuerdo con nostalgia y que me sorprendieron al descubrir cómo pensaban sus autores en esas épocas. Sin embargo, si tengo que elegir uno, ese es La Celestina.
La primera vez que leí esta obra iba al instituto. Fue una de esas lecturas obligatorias, que a mí me encantaban. Nos mandaron leer una versión traducida al castellano actual, para jóvenes; y, gracias a ella, descubrí mi gusto por los personajes calculadores, ambiciosos, egoístas y capaces de cualquier cosa con tal de conseguir sus propósitos.
Esto me resultó extraño, pues en la vida real he tratado siempre de acercarme a personas opuestas a las que he descrito, pero creo que en literatura este tipo de personajes ofrecen más juego. Además, el saber que no son reales me permite disfrutar más con ellos.
Hablando de personajes, voy a describir cuál es mi favorito en esta obra: Calisto.
En mi opinión, Calisto podría representar perfectamente el deseo de inmediatez al que estamos acostumbrados en la actualidad. No solo en cuanto a comunicaciones se refiere, sino en relaciones amorosas.
Es un joven obsesionado con conseguir enseguida el amor de Melibea, pero no tiene la paciencia para que en el interior de ella ni en el suyo se forje un sentimiento que vaya más allá del amor carnal.
Creo que de alguna forma Fernando de Rojas quiso advertir de este deseo de inmediatez y de vivir con prisa a través de Calisto. E ideó ese final trágico, y cómico a la vez, para este personaje, como consecuencia de ese estilo de vida.
Esta, por supuesto, es mi visión. Una conclusión a la que he llegado después de varios años y varias lecturas de este libro.
Eduardo Zambrano Romano
Me disculpo por el lugar común: el Quijote, que leí muy jovencito. Más que cambiarme, fue conocer que un habla lejana era desentrañable, que un caballero podía viajar a través de los siglos para acompañarnos en la vida.
Annarella Poggioli
Cuando estudiaba bachillerato en Venezuela, leí “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga. Ese relato, junto a otros más, fue recopilado por Quiroga en el libro Cuentos de amor, de locura y de muerte en el año 1917.
Horacio Quiroga fue un cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo. Fue uno de los maestros del cuento latinoamericano y ha sido comparado con el escritor Edgar Allan Poe, ya que, fuertemente influido por el estilo de este, Horacio escribió muchos relatos teñidos de horror, sufrimiento y enfermedad.
Después de leer el cuento decidí que nunca más dormiría con almohada. Sólo volví a hacerlo hace unos años, cuando mi médico me lo recomendó. Cabe destacar que utilizo un tipo de almohada que no es de plumas, ni de ningún material artificial que se le parezca. Estoy muy contenta con mi almohada de espuma viscoelástica que no tiene bichos.
Laura
Voy a decir, así, sin pensarlo demasiado, que a mí me marcaron estas obras clásicas y por motivos muy diferentes.
La primera que leí, siendo bastante niña, quizás demasiado, fue Rebeca, de Daphne du Marier. El ambiente tenso de toda la novela, unido a la fuerza de los personajes me sobrecogió. Con el tiempo y nuevas lecturas, destacaría cómo las fantasías pueden demoler una mente que no es madura.
La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca es una obra muy importante para mí, al igual que Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós. Ambas ayudaron a asentar en mí el pensamiento feminista, aunque también la influencia de la lucha de clases.
Alejandra Verónica Carmona
Sin ninguna duda, la novela Los miserables, de Víctor Hugo, transformó mi vida desde el primer capítulo. Llegó a mi vida cuando ya era una adulta de 50 años, en un periodo de mi vida sumamente difícil, viviendo en un país extranjero y con una situación económica difícil. El libro lo retiré de una biblioteca pública y decidí leerlo en tiempo de vacaciones de la universidad en la que trabajaba. En el inicio, me identifiqué con el personaje Jean Valjean, aunque a medida que avanzaba con la lectura, fascinante e inspiradora de profunda reflexión, me fui encontrando a mí misma en aspectos particulares de los distintos personajes: Cossette, el inspector, el obispo, Fantine, entre los más importantes. Comprendí que la condición humana tiene una faceta miserable hasta que acepta la redención. Vi la miseria material, afectiva, moral y espiritual, plasmada en diferentes formas. Entendí que hay miserias más miserables que la de robar un pan, y que hasta el más duro inspector podría salir de su miseria si la aceptara con humildad.
El libro Los miserables me levantó de un profundo sentimiento de postración. Me recordó que también yo tengo miserias y puedo levantarme del fango. Me permitió conocer las alcantarillas de París, símbolo de las miserias humanas y una obra de ingeniería increíble para su época. Me transportó hasta un campo de batalla en el que, sin saberlo, coincidieron varios miserables, con diferentes rostros e historias, que luego se reencontrarían, por diferentes caminos de la trama, años después.
Definitivamente, Los miserables me cambió la vida, me hizo comprenderme y comprender más la naturaleza humana, aceptarme y aceptar. Sobre todo, redescubrir el camino de la redención del hombre, encarnado en el gesto del santo obispo, quien, en un acto de fe inquebrantable en la obra de Dios, “se dejó robar” por un hombre desesperado.
Milka
El progreso del peregrino, novela de John Bunyan. El libro más vendido después de la Biblia, disponible en casi todos los idiomas del mundo. Para mí es muy profundo, pues cuenta la historia de todo ser humano y su destino por medio de ejemplos y alegorías, lo que lo hace más interesante aún. Me tocó y me cambió en un sentido interno.
El libro es muy detallado, con informaciones muy precisas, narrando pura y genuinamente una mezcla de temas bíblicos, enfocados en solo uno: la salvación del hombre mediante la Sangre de Jesús. Me sentí identificada con el personaje principal, Cristiano, el hombre que va caminando desde su ciudad que será destruida hasta la Ciudad Celestial, la morada eterna que todos anhelamos. Los desafíos que enfrentó el personaje y sus alegrías también se asemejan a las mías. El libro habla de cosas dulces, pero también de amargas, de dificultades y de victorias.
Después de haberlo leído, me sentí inspirada para escribir más sobre el tema, así como también impactada para leer más obras clásicas, que sin dudas son joyas.
Lo leí por primera vez en el celular, luego busqué en las librerías más cercanas y no lo encontré. No importaba, yo aún quería la versión impresa. Así que decidí pedir a la directora de mi colegio que me imprimiera el PDF. Creí al principio que se enojaría (pues son casi 90 páginas impresas: es un poco costoso), pero no. Simplemente me miró y me dijo: envíamelo y te lo imprimo. Además, al final, no me cobró nada. Lo llevé a una papelería cercana donde mandé hacer un cuadernillo y, muy feliz, volví a leer el libro, ahora en su mejor versión, claro. Eso a unos dos años atrás.
Ayer mismo lo abrí para leer un poco más y me deleité en el contenido, que cada vez parece una novedad, pero solo encierra la verdad del Evangelio. Me encantó y es uno de los libros que recomiendo siempre, pues sé que también será de edificación para cualquiera que lo lea.
Arturo Gallardo Mora
Aunque quizá no es un clásico, esta obra la leí cuando era estudiante de universidad y me enseñó lo que significa la disciplina para salir adelante. De hecho, después hasta en el trabajo dirigiendo personas me ayudó a tener el respeto de la gente. La obra es Poema pedagógico de Antón S. Makarenko, un pedagogo de la época en la naciente URSS.
Héctor Lillo
El Evangelio según san Marcos es una de las obras literarias más hermosas que he leído. Cambió mi vida en el sentido de que abrió mi mente a creer que las dificultades siempre se pueden superar. Lo anterior, a propósito de que Pedro negó a Jesús; pero su vida fue completamente trasformada posteriormente. Experimentó el perdón y se abocó a vivir conforme a sus convicciones.
Tomás Barrientos
La lectura de Fuente Ovejuna de Lope de Vega me despertó el sentido de la responsabilidad social, sobre todo, la relevancia de compartir el apoyo de la comunidad en los momentos difíciles.
Jordi
Spinoza y el panteísmo de Carlos Luis Brandt Tortolero (Miranda, Venezuela, 11 de octubre de 1875-Caracas, Venezuela, 27 de febrero de 1964). Fue un escritor, historiador, doctor en filosofía, promotor del vegetarianismo, ensayista, novelista, biógrafo, musicólogo, médico naturista, anarquista y pacifista venezolano. Era descendiente de inmigrantes alemanes.
Este libro, que me recomendó la dependienta de una carnicería —ironías de la vida—, me marcó profundamente en mi concepción de la vida y del ser, las pasiones y la potencia del conocimiento.