Bodega, botica, boutique

Tenemos en español tres nombres que están emparentados históricamente, pero que tienen diferente significado y consideración social. Me refiero a bodega, botica y boutique.

Los tres vienen del griego apothéke, que significaba ‘almacén’. Cuando se conoce la etimología, enseguida se cae en la cuenta de que sus significados están relacionados: los tres son sitios donde se almacenan cosas (que después se pueden vender).

Los almacenes estaban normalmente en los sótanos, que eran antiguamente el mejor lugar para conservar alimentos, bebidas, hierbas medicinales, etc. En una bodega se prepara y conserva el vino; en una botica, las medicinas; y en una boutique, mercancías en general. De hecho, la boutique era en francés al principio cualquier tipo de tienda y solo después se especializó en el significado de tienda de moda o de productos selectos.

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Mientras que la palabra bodega pertenece a un nivel neutro de lengua, botica se sitúa en los niveles populares y boutique en los de prestigio.

La palabra bodega es perfectamente presentable en sociedad, pero puede aparecer también en los contextos más populares. Es como esas camisas que quedan bien igual con un traje que con unos vaqueros. El vino lo mismo se bebe en bota que en copa de cristal.

Cuando hablamos de una botica o de un boticario, no podemos evitar pensar en las cosas de antiguamente, en los pueblos, en partidas de dominó con el cura y el alcalde, en un mundo que ya no existe o está dejando de existir. Si a un licenciado en farmacia recién salido de la facultad le digo que ya es boticario, me pondrá mala cara. Si le digo que es farmacéutico, la cosa cambia. Botica y boticario tienen un tufillo sospechoso y han sido sustituidos por los términos más prestigiosos farmacia y farmacéutico.

Lingüísticamente, el origen de la boutique es el mismo que el de la botica y, sin embargo, su consideración social es muy diferente. Boutique nos llega a través del francés. Esta palabra recibe su prestigio del que tienen la lengua y la cultura francesas, de París como uno de los grandes centros de la moda internacional y de la condición selecta de las mercancías que allí se venden. Tanto prestigio tiene que es capaz de traspasárselo a todo lo que se le arrime. Piénsese en la diferente impresión que producen estas dos oraciones:

(1) Mi hijo ha puesto una tienda de ropa.

(2) Mi hijo ha puesto una boutique.

Las dos se refieren a la misma realidad, pero al oír la segunda no podemos dejar de pensar en un establecimiento con un cierto nivel. Quien utiliza esta palabra se apropia del prestigio de la cultura que nos la dio y de los productos que se venden en esas tiendas.

A los franceses les resultan curiosos otros usos del término que hemos empezado a hacer en español para elevar realidades humildes, por ejemplo:

(3) Boutique del pan

(4) Boutique de la fruta

Hoy muchos comerciantes estarían dispuestos a abrir una boutique del pan, pero ya hace falta más valor para decir que vas a poner una tahona.

Al final, la cuestión es dime con quién andas y te diré quien eres. El vino pertenece a lo popular y castizo, pero también a lo culto y distinguido. Por eso la palabra bodega se mueve con la misma comodidad en la taberna que en el palacio. La botica pertenece a lo castizo y popular, pero le falta el sentarse a las buenas mesas y codearse con las gentes de posibles. En francés todo resulta siempre más fino y el lujo es más lujoso. Esto incluye, naturalmente, a las boutiques parisinas y a cualquier realidad que toquemos con la varita mágica de la palabra boutique.

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