La deslealtad lingüística es un fenómeno que contribuye a la decadencia e incluso desaparición de las lenguas. Es lo que ocurre cuando los hablantes reniegan de su propio idioma.
¿Qué puede empujar a una persona a volver la espalda a las palabras con las que la han amamantado, con las que ha declarado amor u odio, con las que ha enterrado a sus muertos? Muchas cosas, pero sobre todo que esa lengua y esa cultura se vean como una trampa, una cárcel de la que hay que escapar.
La deslealtad puede sobrevenir cuando coexisten dos lenguas con diferente estatus. Esto es lo que se conoce como diglosia. Si una de ellas está asociada con el poder, el dinero, la cultura, el prestigio, se convierte en una competidora temible.
Por ejemplo, si hablar como yo va a impedir a mis hijos prosperar en la vida, como padre no tardaré mucho en apartarlos del habla de nuestros ancestros. A partir de ese momento, la lengua está herida de muerte. Es una situación típica de las lenguas minoritarias o minorizadas. Les ha ocurrido y ocurre a las de los nativos de América. En España, sin ir más lejos, esta fue históricamente la situación del gallego.
Aquí vale el viejo refrán de “dime con quién andas y te diré quién eres”. Si como lengua te paseas en compañía de ignorantes, feos y desheredados, todo el mundo saldrá huyendo en cuanto te vea y pronto te quedarás sola. Si te dejas ver en casa de ministros, banqueros, jueces y escritores famosos, te sobrarán admiradores; serás cortejada y deseada.
Sin embargo, no hay nada determinista en este tipo de procesos. Existe también la lealtad lingüística. Factores culturales, religiosos, económicos (sobre todo factores identitarios) pueden contrarrestar la deserción.
La deslealtad tiende a reducir la diversidad lingüística del mundo; la lealtad, en cambio, contribuye a mantenerla o incluso aumentarla.
Este comentario me trae a la memoria al poeta galés Dylan Thomas. En su libro autobiográfico “Retrato del artista cachorro”(Portrait of the artist as a young dog), creo que era el título,relata cómo su abuelo decía a la familia que, en presencia de Dylan, hablasen en inglés, no en galés, entendiendo que esto le aseguraría un mejor futuro.
En España, además del gallego, que mencionas, creo que es muy elocuente el caso del vasco, rechazado por la burguesía vasca como lengua de menor prestigio que el castellano, lo que explica en buena medida su escasa implantación hasta hace poco.
En la actualidad me parece ver que en Cataluña un exceso de celo en la lealtad al catalán está llevando a algunos a intentar extender el desprestigio del castellano para propiciar la deslealtad al mismo por parte de sus hablantes. ¿No es posible la convivencia pacífica de las lenguas y sus hablantes?
Mi suegra,cuya lengua materna es el valenciano-catalán,se resistía a hablarles a mis hijas en valenciano porque le parecía que era un idioma “feo”.¡Hasta qué punto podemos llegar a interiorizar estas nociones de prestigio lingüístico!
Mi familia hace generaciones eran alemanes viviendo en los Estados Unidos. Con dos guerras mundiales, ser alemán dejó de ser aceptable en la primera mitad del siglo XX, y mis bisabuelos y miles de otros como ellos tuvieron que dejar el alemán y fingir de ser “buenos americanos.” Queda muy poco recuerdo de ellos en mi familia, aparte del churkrút y las salchichas.