Catar significa hoy ‘probar algo para examinar su sabor’. Viene del latín captare.
La evolución semántica de este verbo ha sido compleja. El verbo latino originario significaba ‘tratar de coger, tratar de agarrar’. A partir de ahí pasó a significar, por una metáfora, ‘tratar de captar con los sentidos’. Algo abstracto como es la percepción nos lo representamos a través de una acción concreta como es echar mano a algo.
No se quedó ahí el significado, sino que metonímicamente se restringió a ‘percibir con el sentido de la vista’, es decir, ‘mirar’. La metonimia consiste en que, de todos los sentidos, nos quedamos con uno. Este es el significado con que aparece en el magnífico “Romance de Montesinos”, con su geografía fantástica:
Cata Francia, Montesinos,
cata París la ciudad,
cata las aguas de Duero
do van a dar en la mar […]
Un resto de este significado antiguo se conserva hoy fosilizado en catalejo, que, como su propio nombre indica, es un artilugio que sirve para mirar en la distancia.
El siguiente desplazamiento semántico fue también metonímico, en este caso por contigüidad. De la visión se pasó a otro sentido: el gusto. Este es el significado actual, por ejemplo:
En total catamos 8 vinos, dos blancos y el resto tintos [Por el bulevar de los sueños rotos, 24-7-2008]
Este cambio de significado es menos descabellado de lo que parece a simple vista. Cuando catamos algo, frecuentemente lo percibimos por varios sentidos a la vez. Piensa en una cata de vinos, en la que se mira, se huele, se paladea… Contextos de este tipo, en que concurren varios sentidos, pueden dar pie a que el foco se desplace de uno a otro.
Catar tiene hoy un hermano culto, captar, que se introdujo posteriormente en castellano.
Esto ha sido sólo una pequeña cata etimológica. Habrá más.