En el mundo hay realidades desagradables. Las palabras que las nombran se contagian de ese carácter. Por eso las sustituimos por otras que no hieren nuestra sensibilidad. Los eufemismos son esas formas inocuas o embellecidas. La palabra eufemismo no significa otra cosa que expresión agradable (del griego eu ‘bueno, agradable’ y pheme ‘habla’).
Este es un procedimiento que siempre ha existido. Por eso abundan los eufemismos tanto en el habla popular como en la culta, lo mismo en la lengua antigua que en la actual. Lo que va variando son las realidades sobre las que pesa la prohibición.
Pensemos en las serpientes. Estos reptiles despiertan en nosotros miedos ancestrales. Hasta hace no tanto representaban una amenaza real para los seres humanos (y aún lo representan en muchas partes del mundo). Si a esto le añadimos que en nuestra cultura simbolizan el demonio, no es de extrañar que se inventara el eufemismo bicha para evitar nombrarlas. En ese sentido se utiliza la palabra en el siguiente ejemplo:
(1) Estaba tendido en el suelo, sollozando, mientras se agarraba con ambas manos una pierna: “Yo me muero, mi amito, me picó una bicha mala” [Arturo Uslar Pietri: Barrabás y otros relatos].
Los peligros de la vida moderna son de naturaleza muy diferente. Hoy la gente le tiene más miedo al paro que a las víboras. Todos conocemos a algún parado, pero ¿a quién de entre nuestros familiares o amigos le ha mordido una víbora? Un eufemismo para despidos con indemnización es bajas incentivadas. Los hechos son los mismos, pero se nos pintan menos amenazadores:
(2) General Motors registra las mayores pérdidas de su historia y anuncia 74.000 bajas incentivadas [El País (España), 12-2-2008].
Los eufemismos suelen sustituir también interjecciones malsonantes. Por ejemplo, a los niños les dejamos decir mecachis, jolines o jobar. Estas expresiones ocupan el lugar de otras que solo son aceptables (hasta cierto punto) en boca de un adulto.
Las palabras pueden encubrir pero no cambiar la realidad de las cosas. A la larga, el nombre se acaba contagiando de la fealdad de lo nombrado. Y entonces hay que buscarle repuesto. Se crean así cadenas de eufemismos que van caducando: el lugar destinado a defecar se ha ido llamando retrete, váter, servicio, baño… y mañana se llamará de otra forma.
Qué realidades están prohibidas es un problema cultural. Esto va cambiando de unos países a otros, de unas culturas a otras. El eufemismo no es sino la reacción lingüística ante esa prohibición. Y nuestro léxico se va amoldando a prohibiciones cambiantes.