La b, como todas las letras de nuestro alfabeto, tiene una larga historia. Los signos con los que se escribe una lengua guardan el recuerdo histórico de las culturas que los han empleado.
El origen remoto de nuestra b hay que buscarlo en el signo que en la escritura egipcia representaba una casa. Probablemente se trataba de la planta de la edificación, con las paredes y la puerta, como se puede apreciar en la ilustración.
La estilización de este dibujo da lugar al signo fenicio para la sílaba beth. En la nueva versión es fácil reconocer la casa pero con un trazo doblado hacia dentro. El signo mira hacia la izquierda porque el fenicio se escribía de derecha a izquierda. La escritura de los fenicios se diferenciaba de la nuestra en que no representaba sonidos individuales, sino sílabas completas.
Los griegos aprenden a escribir de los fenicios, pero adaptando el silabario para representar sonidos individuales, es decir, inventan la escritura alfabética. Al hacerlo se quedan solamente con el primer sonido de la sílaba. De ahí sale la beta, que conserva el nombre fenicio, pero ya solamente representa el fonema /b/.
Los etruscos, a su vez, empiezan a escribir su lengua copiando y adaptando las letras griegas. Lo que más nos importa de esto es que más adelante le pasarán la be a un pueblo de pastores que dará mucho que hablar: los romanos. De ellos heredamos esta letra nosotros y todos los pueblos que escriben con el alfabeto latino.