La palabra bárbaro viene del griego bárbaros, aunque a nosotros nos llega por intermediación del latín. Originariamente servía para referirse a los extranjeros y después, por extensión, a quienes son rudos e incultos.
Su origen está en una onomatopeya, bar-bar, y dice mucho sobre la incomprensión entre los pueblos. Bar-bar es el equivalente de nuestro bla, bla, o sea, de un parloteo que resulta ininteligible. El extranjero es el que no sabe hablar como Dios manda, el que solo es capaz de decir bla, bla, bla, bla, bla.
El hablante ingenuo es chovinista por naturaleza. Para él las lenguas del mundo se dividen en dos: la suya, que es la buena, y otra —el extranjero— que es la mala (y prueba de ello es que no se entiende). Con mi abuela solía mantener diálogos de este tipo:
—Hijo, ¿y cómo se dice pan en extranjero?
—Pues depende, abuela, es que el extranjero es muy grande.
—Yo qué sé, en extranjero, en lo que hablen por ahí.
—Bread, abuela, se dice bread —le contestaba yo por decir algo.
—Pues qué tontos, ¡con lo fácil que es decir pan!
Mi abuela no lo sabía, pero ella participaba de la misma idea que tenían los griegos de todos los demás.
Aunque si le hubieran preguntado al bárbaro, seguramente hubiera dicho que él pensaba lo mismo de los griegos.