La valencia es el potencial que tienen ciertas palabras de regir un número determinado de elementos. Es una propiedad que se deriva de la semántica y que tiene consecuencias para la sintaxis.
Por ejemplo, no se puede concebir la idea de comer sin que haya alguien que coma y algo que es comido. Decimos por eso que el verbo comer posee dos posiciones vacías que se tienen que llenar con otros tantos elementos. Cuando esto ocurre, surge una oración como Manolo come pan.
Las raíces de esta idea se pueden rastrear hasta la gramática latina, pero en su forma actual la desarrolla el lingüista francés Lucien Tesnière en una serie de trabajos que escribe durante los años cuarenta del siglo XX y que en parte se publicarán póstumamente. La noción gramatical de valencia, tal como la concibe Tesnière, reposa sobre una metáfora química. En el colegio nos enseñaban que un átomo de oxígeno tiene la capacidad de ligar dos átomos de hidrógeno y que al hacerlo da lugar a una molécula de agua. Esto, trasladado a la sintaxis, quiere decir que cada verbo lleva en sí, en virtud de su significado, la capacidad de atraer a un número determinado de elementos, a los que liga para formar una oración.
Los verbos se clasifican en esta teoría por el número de casillas vacías que ofrecen. Los hay monovalentes (Pedro nace), divalentes (Pedro amasa pan) y trivalentes (Pedro da el pan a Juan). Existen incluso verbos cerovalentes, como los que designan fenómenos meteorológicos, que no necesitan de ningún otro elemento para que su significado esté completo (nieva).
El principal portador de valencia en la oración es el verbo y, de hecho, la parte más desarrollada de la teoría de valencias es la relacionada con él. Sin embargo, no es esta la única clase de palabras con esta propiedad. Hay sustantivos con un significado relacional, que no se completa sin la intervención de otros elementos que están previstos en su plan de construcción. Por ejemplo, un sustantivo como amor no se entiende si no es relacionalmente. El amor es amor de alguien por alguien (o por algo), y este potencial se puede desplegar total o parcialmente en oraciones como El amor de Lucía por las matemáticas la hizo triunfar en la vida o El amor de su madre fue lo que le permitió salir adelante. Se diferencia amor en esto de sustantivos con un significado absoluto como zambomba, coliflor o adoquín, que no requieren de otros elementos para estar completos. También hay adjetivos con valencia, como sensible: un instrumento sensible a la luz.
Solo quedan comprendidos en la valencia los complementos obligatorios, no los opcionales. Tesnière, muy aficionado al lenguaje figurado, lo explica con su famosa comparación de la oración simple con una obra de teatro, en la que denomina a los primeros actantes y a los segundos circunstantes:
El nudo verbal […] expresa toda una obra de teatro en pequeño. En efecto, como en una obra de teatro, implica necesariamente un proceso y, a menudo, actores y circunstancias. […] Traspuesto del plano de la realidad dramática al de la sintaxis estructural, el proceso, los actores y las circunstancias se convierten, respectivamente, en el verbo, los actantes y los circunstantes (Lucien Tesnière: Éléments de syntaxe structurale, traducción A. B.).
Esto, aplicado a una oración como Manolo come galletas en la cama, quiere decir que el nudo verbal rige dos elementos obligatorios, que son Manolo y galletas; y que a estos se les añade uno opcional que es en la cama. El número de actantes viene dado por el verbo (esa es, de hecho, su valencia), pero no así el de circunstantes.
Hay que aclarar, eso sí, que la diferencia entre actantes y circunstantes es uno de los aspectos más peliagudos de la teoría de valencias. Se han vertido ríos de tinta sobre esta materia en disquisiciones que nada tienen que envidiarles a aquellas famosas sobre el sexo de los ángeles.
La hija de la teoría de valencias es la denominada gramática de dependencias, que explica la sintaxis como una serie de vínculos que hacen depender a unas palabras de otras en el interior de la oración. Fue una forma de hacer gramática que gozó de un considerable éxito en Europa durante la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en los países de habla alemana; pero que fue perdiendo terreno en favor de una representación alternativa que venía empujando con fuerza desde el otro lado del Atlántico: la de la estructura de constituyentes, que explica cómo se van constituyendo unidades cada vez de mayor nivel combinando elementos de los niveles inferiores.
Fantastico articulo.
Reconozco que los devoro todos mientras contengo la respiración.
Para un aficionado como yo, todos estos artículos son nuevos y complejos, pero también muy interesantes y estimulantes.
Decir que quiero más sería quedarme corto.
Sólo pediría un poco más de desarrollo en las explicaciones, porque a veces se me hacen cortas.
Espero más, ¡a su debido tiempo!
Excelente, como siempre, e interesantísimo. Mis nociones sobre la “valencia” se limitaban a la química del bachillerato, nada sabía de esta útil trasposición al idioma.
Una duda: Si Pedro compra pan, necesariamente debe comprárselo a alguien. ¿No sería entonces “comprar” más bien trivalente que divalente, como dices?
Alberto, me has hecho retroceder unos cuantos -muchos- años, a mi época de estudiante de Filología. Cuando he leído el nombre de Tesnière, he revivido los conceptos de la sintaxis estructural como si esta misma tarde tuviera clase en la Facultad. Tu trabajo no sólo sirve, como ves, para divulgar, sino también para emocionar. Gracias.
Recordé al pelo mi primer año de Letras con el solo nombre de Tesniere. Si mal no recuerdo ¿los verbos son de valencia I, los sustantivos II, adjetivos III y adverbios IV?
Yo también me he emocionado… Y a saber donde querrás llegar, Alberto, nunca das puntada sin hilo. ¡Gracias!