No sé si te has parado a pensarlo, pero etimológicamente bonito y bueno son lo mismo.
El adjetivo bonito es simplemente un antiguo diminutivo de bueno. La relación que se da entre las dos palabras es la misma que tenemos entre poder y puedo. Fíjate en este paralelismo y lo verás claro:
Bonito – bueno
Poder – puedo
Lo que marca la negrita en las líneas de arriba es la sílaba tónica. En muchas palabras del español se da un fenómeno fonético heredado de la época de transición desde el latín al castellano por el que la vocal o diptonga en ue cuando recibe el acento prosódico. Esto es especialmente visible en la conjugación de verbos como poder, contar, rodar, etc.
Inicialmente, bonito era un simple diminutivo, igual que guapito o rubito. Posteriormente se especializó para el significado de ‘lindo’ y a partir de ese momento quedó desplazado en su función de diminutivo por una nueva forma: buenecito.
A partir de ahí, bueno y bonito siguieron caminos separados hasta que se llegó a perder la conciencia de su relación. Y así es cómo a partir de una misma palabra hemos llegado a tener dos diferentes.
Estas rupturas dentro del léxico son relativamente frecuentes y están relacionadas con un fenómeno al que los especialistas en lingüística histórica se refieren como especialización semántica. Lo saco aquí a colación porque me parece una forma curiosa de poner de manifiesto las relaciones profundas que a veces unen unas palabras con otras y que a menudo pasan desapercibidas para el común de los hablantes.
“Buenito”, la palabra que podría haber sido y nunca fue :)