El cambio lingüístico no solo separa unas lenguas de otras en procesos de divergencia, sino que a menudo puede hacer que lenguas alejadas se vayan aproximando. Este es un fenómeno que se conoce como convergencia y que tiende a la unificación y homogeneización de las lenguas.
La convergencia se ve favorecida por factores como el contacto. Cuanto más intensos sean los intercambios entre dos comunidades lingüísticas, más posibilidad habrá de que elementos de una lengua vayan pasando a la otra. Estos intercambios pueden ser de lo más variado: económicos, científicos, políticos, religiosos, literarios…
Por ejemplo, el cristianismo romano ha sido decisivo para la evolución convergente de las lenguas de Europa occidental. Hoy estas comparten un sistema de escritura (el alfabeto latino), un léxico asociado a los ritos cristianos (amén, evangelio, comunión…) y, sobre todo, una serie de metáforas que conforman una visión del mundo. Así, podemos encontrar la idea de la cruz asociada al sufrimiento lo mismo en el castizo ¡Qué cruz! que en el refinado excruciating inglés (como en excruciating pain: ‘dolor insoportable’, que lleva implícita la idea de que es un dolor como el de Jesús en la cruz). Si nos fijamos en el este de Europa, encontraremos muchos paralelismos, pero con el cristianismo bizantino como base.
Ya explicamos en el artículo sobre la divergencia cómo las lenguas románicas se fueron separando e individualizando a partir del latín. Sin embargo, esto es solo un aspecto de la cuestión. A lo largo de la historia, todas las grandes lenguas románicas (por número de hablantes) se han ido prestando elementos en todos los niveles. Probablemente, la que ha dejado sentir una influencia más acusada sobre todas las demás ha sido el francés. Eso es lo que explica que hoy en español sean habituales usos de la preposición a como los que encontramos en cuestiones a discutir o champú a la menta y empleos de los modos verbales como el denominado condicional de rumor. Eso por no hablar del chaparrón de galicismos que ha caído sobre nuestra lengua a lo largo de los siglos y sin los que hoy sería prácticamente imposible hablar el español: prueba si quieres a eliminar de tu vocabulario palabras como avión, aerosol, carné, gripe, hotel y filete.
Hoy, sin embargo, el español se encuentra inmerso principalmente en un proceso de convergencia con el inglés. Esto no solo afecta a los préstamos léxicos, que son de sobra conocidos y se han discutido hasta la saciedad. Más interesante es cómo esta convergencia tiende a modificar de forma más o menos sutil el significado de palabras que ya estaban en circulación. Por ejemplo, secuela no es un préstamo del inglés, pero sí es una imitación de esta lengua su uso para referirse a la segunda parte de una película.
A veces, el proceso de convergencia pasa simplemente por convertir en central un uso posible (pero periférico) de una palabra. De esta forma nos amoldamos a lo que es corriente en la otra lengua. Encontramos muestras de esto en el uso de básicamente en sustitución de fundamentalmente (un simple calco de basically). Últimamente, el sustantivo atentado anda de capa caída. Le ha salido un competidor: ataque. Naturalmente que un atentado es, en el fondo, un ataque, pero esta evolución se produce porque ataque es la traducción más rápida del inglés attack.
También se refuerzan patrones sintácticos como el de enfrentar un problema frente a enfrentarse con un problema y se convierten en moneda corriente construcciones que son gramaticalmente posibles en español, pero que no son (o no eran) idiomáticas. Sin ir más lejos, expresiones como Mi nombre es Eusebia o ¿Sabes qué? hubieran arrancado como mínimo una sonrisa en España hace treinta años, cuando las únicas formas concebibles eran todavía Me llamo Eusebia y ¿Sabes una cosa? Hoy, estas últimas ya no pueden competir con el atractivo y prestigio de My name is y You know what?
Para situarnos en un contexto más amplio, hay que señalar que estos fenómenos se producen en el marco de una convergencia internacional de las diferentes lenguas del mundo con el inglés. En este proceso, el inglés va permeando la expresión y la conceptualización de los ámbitos de experiencia más diversos para hablantes de prácticamente todas las lenguas del mundo. Esto no es sino una manifestación de un proceso de globalización que encabeza Estados Unidos como potencia hegemónica internacional.
Sin embargo, el inglés tampoco sale inalterado del proceso, pues va recogiendo elementos de las diversas lenguas con las que entra en contacto. Sin ir más lejos, el inglés ha tomado léxico del español. La coexistencia de las dos lenguas en Estados Unidos, sobre todo en el suroeste, favorece que el inglés también se hispanice. Por eso es tan frecuente oír en California, Nuevo México o Nueva York un inglés trufado de hispanismos que permite construir oraciones como I’m having a guacamole tostada: Me voy a tomar una tostada con guacamole. Sin embargo, hay que reconocer que, en conjunto, la convergencia es más fuerte en un sentido que en el otro y que no se trata de un simple fenómeno de influencia mutua entre iguales o casi iguales.
He señalado arriba que uno de los factores que favorecen la convergencia es el contacto. También desempeñan un papel decisivo el bilingüismo y el multilingüismo. Cuando una parte amplia de la sociedad habla dos o más lenguas, es inevitable que se vaya produciendo una nivelación. Esto es lo que vemos en las poblaciones bilingües español-inglés de Estados Unidos, pero también cada vez más en España, donde el conocimiento del inglés desde la infancia parece que va haciendo progresos.
Las traducciones de textos escritos y, sobre todo, el doblaje de producciones audiovisuales se convierten en vías privilegiadas de convergencia. De hecho, esta avanza entre otros motivos porque facilita la intercomprensión y la traducción. La convergencia va haciendo posible poco a poco una traducción palabra por palabra, a veces incluso con palabras a las que solo hay que darles algún que otro retoque en su forma. De ahí es de donde salen expresiones tan “españolas” como No puedo verte (< I can’t see you) o Estaré tomando su orden en unos pocos minutos (< I’ll be taking your order in a few minutes).
En definitiva, la convergencia acerca y nivela las lenguas, pero suele acercar y nivelar más en un sentido que en otro. Al ir aproximando lo que antes estaba alejado, se convierte en una forma de cambio lingüístico que avanza en sentido opuesto al de los procesos de divergencia y que puede contrarrestarlos en parte.
Temas como éste son necesarios para conocer el porqué de los constantes cambios linguiísticos. Los factores que intervienen los desconocemos y es importante tener conocimiento de ellos para interpretar nuestro contexto.
Sin ánimo de polemizar de forma gratuita, quisiera refinar de alguna manera el concepto de “convergencia”, en lo que se refiere explícitamente a la dimensión expresada en su último párrafo: ” En definitiva, la convergencia acerca y nivela las lenguas, pero suele acercar y nivelar más en un sentido que en otro”. En otras palabras: ésta nivelación claramente asimétrica se podría atribuir, como poco, a dos fenómenos. El primero es la tendencia de todas las lenguas vivas a la “economía” (para algunos, empobrecimiento conceptual) del léxico que la gente usa para comunicarse cotidianamente, a base de seleccionar para nuestros propios discursos palabras-comodín con el mayor número de acepciones posible y susceptibles de ser empleadas en contextos diversos, minimizando de este modo el esfuerzo intelectual que significa elegir la palabra más precisa, de entre todas las posibles, que plasme de forma óptima el genuino concepto propio, que se desea comunicar. Por ejemplo, en tiempos de la transición política, tanto periodistas, sindicalistas, autoridades públicas como intelectuales en general utilizaron el término “coyuntura” a modo de muletilla recurrente en sus manifestaciones a los medios, generalmente en sentido, si no idéntico, bien cercano al que en la actualidad y por similares motivos eligen emplear “crisis”, toda vez que “crisis” y “coyuntura” dudo que puedan considerarse, sin artificio, como sinónimos.
El otro fenómeno digno de mención es la irresistible inclinación a elegir las palabras que “mejor suenan al oído”, usándolas para reforzar la propia asertividad, desechando otras posibilidades menos atractivas musicalmente, siguiendo la depurada técnica utilizada en las letras de las canciones que, por ejemplo, popularizaron en los USA “Macarena”, “la niña bonita”, o “señorita” (cuyo uso en España ha tomado ciertas connotaciones negativas derivadas de la concienciación social sobre género). También se usan deliberadamente palabras con timbre peculiar, para el adiestramiento de ciertos animales siguiendo, al menos, dos premisas: deben ser cortas, mejor monosilábicas y con fonética, timbre y significado inequívocamente reconocibles y diferenciados.
Por supuesto, estos usos y costumbres tienen ciertas desventajas, como priorizar la velocidad del discurso (cantidad de palabras emitidas en la unidad de tiempo) sobre la calidad comunicativa del discurso, desde el punto de vista de considerarlo herramienta óptima para la transmisión de ideas, incluso complejas, entre personas.