Los nombres con los que se conoce a las plantas y animales en la lengua corriente se escriben en minúsculas, por ejemplo:
(1) Voy a echar de comer a la iguana.
(2) No pidas peras al olmo.
(3) Papá, papá, ¿qué come el águila culebrera?
Esto es lógico, pues no dejan de ser nombres comunes.
También se escriben en minúsculas los nombres que tienen su origen en el nombre científico, pero que se han asentado como denominación común en la lengua corriente:
(4) Cómo se está poniendo el ficus. He tenido que entrar con machete en el cuarto de baño.
Naturalmente, hay que conservar la mayúscula cuando el nombre en cuestión incluye una palabra que se tiene que escribir con mayúscula de por sí:
(5) Me gustaría reencarnarme en demonio de Tasmania.
(6) El cedro del Líbano es un árbol de porte majestuoso.
Fuera de la pequeña excepción que acabamos de mencionar, es una falta de ortografía escribir estas denominaciones con mayúscula (y, sorprendentemente, es más común de lo que uno pudiera esperar).
También se escriben con minúsculas los nombres de razas de animales. Más complicado, en cambio, es el uso de mayúsculas y minúsculas en los nombres científicos de plantas y animales.