Cada una de las 27 letras del abecedario tiene su propio nombre:
(1) a: la a
(2) b: la be
(3) c: la ce
(4) d: la de
(5) e: la e
(6) f: la efe
(7) g: la ge
(8) h: la hache
(9) i: la i (latina)
(10) j: la jota
(11) k: la ka
(12) l: la ele
(13) m: la eme
(14) n: la ene
(15) ñ: la eñe
(16) o: la o
(17) p: la pe
(18) q: la cu
(19) r: la erre
(20) s: la ese
(21) t: la te
(22) u: la u
(23) v: la uve o la ve
(24) w: la uve doble o ve doble (también doble uve, doble ve o doble u)
(25) x: la equis
(26) y: la ye o i griega
(27) z: la zeta
Como habrás visto en la lista de arriba, algunas letras tienen más de un nombre. En diferentes territorios de habla española se tiene preferencia por uno o por otro. Esto forma parte de los fenómenos de variación propios de cualquier lengua con un amplio número de hablantes. En inglés, por ejemplo, ocurre algo parecido con la zeta, que se denomina normalmente zed, pero que en Estados Unidos es conocida como zee. Como no es necesario ni deseable que todos hablemos por igual, cada cual puede utilizar tranquilamente las denominaciones que sean tradicionales en su variedad de español, máxime teniendo en cuenta que no dan lugar a confusión.
Quienes denominan al par b/v, respectivamente, be y ve suelen añadir la aclaración larga/corta, grande/chica, alta/baja u otras similares. El motivo es sencillo. Como estas dos letras se pronuncian igual, si eliminamos el añadido, no hay forma de saber en la lengua oral a cuál nos estamos refiriendo.
También conviene comentar que las denominaciones de la zeta y de la ka incluyen las letras en cuestión. Estos nombres tienen una grafía excepcional precisamente para recalcar ese vínculo. El nombre de la hache también incluye el grafema al que se refiere, lo que no deja de tener su lógica. En cambio, el nombre de la cu no nos da pistas directas con su escritura sobre el signo al que se refiere. No pierdas tampoco de vista que i griega se escribe con i latina.
Para la erre, antiguamente se admitía la variante ere. Hoy día, las Academias de la Lengua nos piden que utilicemos siempre erre, independientemente de si suena suave o fuerte.
También el nombre de la zeta tuvo variantes que se han perdido. Ya no debemos utilizar ni zeda ni ceda ni ceta para referirnos a la última letra del abecedario.
Además hay dos dígrafos que antiguamente se consideraban parte del alfabeto, pero que hoy se tratan como simples agrupaciones de letras. Son estos dos, que también tienen su nombre:
(28) ch – che
(29) ll – elle
Cuando se los excluyó del alfabeto se los mandó a hacerle compañía a un colega que era como ellos pero nunca había gozado del privilegio alfabético; me refiero a la agrupación de dos erres: rr. No deja de tener lógica aplicar a los dígrafos un trato igualitario. Además, la inclusión de dos de ellos en el abecedario complicaba innecesariamente la ordenación alfabética y nos apartaba de lo habitual en las lenguas de nuestro entorno.
Una letra que ha desaparecido de nuestro alfabeto, pero que conserva su nombre, es la cedilla (ç). Podemos encontrarla en documentos antiguos y sigue siendo de uso corriente en otras lenguas, como el francés y el turco.
Cuando estamos escribiendo y queremos referirnos a una letra, tenemos dos opciones. La primera y más habitual consiste simplemente en insertar la letra tal cual:
(30) Coloca en los huecos la letra c o z según corresponda.
Para que se note que simplemente deseamos presentar la forma de la letra para hablar de ella, debemos destacarla en cursiva, tal como se hace en el ejemplo (30). Si estamos escribiendo a mano, la entrecomillaremos.
La segunda posibilidad consiste en llamarla por su nombre, que para eso está:
(31) La ele te ha salido un poco torcida.
En este caso no debemos usar cursiva ni comillas, puesto que el nombre de la letra está funcionando como un sustantivo cualquiera.
Una particularidad de los nombres de las letras en español es que son de género femenino. Nos diferenciamos en esto de otras lenguas románicas, como el francés o el portugués, que tratan estos sustantivos como masculinos.
El plural de las vocales y el de las consonantes presentan particularidades de las que conviene ocuparse por separado.