Origen de la a

Las letras del alfabeto hoy no significan nada para nosotros. Simplemente son signos que remiten a unos sonidos y que, combinados, forman palabras. Sin embargo, esto no siempre fue así. Nuestras letras originariamente fueron dibujos que representaban realidades concretas. La a empezó su carrera en el mundo como cabeza de buey en el sistema de escritura egipcio. El recorrido que la va a llevar desde aquí hasta el alfabeto latino es largo, así que vayamos por partes.

pictograma egipcio representando una cabeza de buey (imagen de dominio público)

Esta misma cabeza de buey la encontramos, ya más estilizada, pero todavía perfectamente reconocible, en la escritura protosemítica. Este es un paso más: el signo ya es conocido, por lo que no hay necesidad de trazarlo con todos sus detalles, basta con quedarse con unos cuantos rasgos esquemáticos que permitan reconocerlo.

cabeza de buey protosinaítica (publicada por Pmx bajo licencia GNU de documentación libre)


De allí pasa a la escritura fenicia, que es el origen de todos los alfabetos, aunque ella todavía no era alfabética. Los fenicios escribían con un silabario, es decir, cada signo representaba una sílaba completa de su lengua (a diferencia de un alfabeto, que representa sonidos individuales). El nombre de la primera letra era ‘alef ‘buey’, mostrando así bien a las claras el vínculo con su origen. Podemos observar en la imagen cómo el signo ha avanzado en el camino de su estilización y simplificación. Ya solo son tres líneas que se cruzan. Conociendo su origen, se puede evocar la cabeza de buey. Pero hay que conocerlo.

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‘aleph fenicio (imagen de dominio público)

Los griegos aprenden a escribir de los fenicios adaptando el sistema a la estructura de su lengua. En griego resultaba más práctico representar sonidos individuales que sílabas completas, así que se quedan con el primer sonido de cada sílaba y descartan los demás. Pero se encuentran con un problema: los fenicios no escribían las vocales. No les hacía falta porque en su lengua la sílaba quedaba suficientemente caracterizada con las consonantes. Para solucionarlo, los griegos toman signos fenicios que representaban sonidos que a ellos no les servían porque no existían en su lengua y los reciclan para las vocales.

alfa (imagen de dominio público)

El primer signo del silabario fenicio representaba un sonido que no existía en griego: un cierre glotal. Para que nos hagamos una idea, un cierre glotal consiste en cerrar el paso del aire en la garganta. Los griegos, ni cortos ni perezosos, lo convierten en la vocal a y lo llaman alfa. No es difícil darse cuenta de que alfa viene de alef; pero al convertirlo en una letra de un alfabeto se ha dado un paso más en comparación con el silabario fenicio: se ha producido la desmotivación del nombre. En fenicio, el nombre de la sílaba remitía a una realidad concreta (el buey); en cambio, en griego, alfa ya no tiene que ver con ningún animalito: es solamente el nombre de la letra. Además, el signo se ha puesto de pie, apoyado sobre sus dos patitas.

Ya casi hemos llegado a puerto. Los etruscos aprenden a escribir de los griegos y los romanos de los etruscos. La letra latina ya se llama simplemente a, que es el nombre que hemos heredado. El acortamiento es un paso más en el proceso de desmotivación y convencionalización que nos aleja del dibujo originario. Como el nombre ya solo se refiere a la letra, es un lujo mantener uno tan largo. Dejando solamente el principio, además, ya se corresponde exactamente con el sonido que representa. En griego, el elemento -lf- solo se entiende por la relación histórica con ‘alef. Los romanos ya no sienten esa herencia, que es de tercera mano.