Un quiosco es un palacio. Sí, sí, no te has confundido. Eso es lo que dice la etimología.
La historia de esta palabra nos va a llevar de salto en salto hasta Oriente Medio. Nosotros la tomamos prestada del francés kiosque en el siglo XIX. Los franceses, a su vez, la habían tomado del italiano chiosco más o menos a principios del siglo XVII. Los italianos la habían aprendido hacia finales del siglo XVI por los contactos que tenían con otro pueblo del que estaban más cerca que nosotros: los turcos. La palabra turca era köşk. Los turcos, por su parte, se habían ido más lejos todavía a buscar este vocablo: los etimólogos han sido capaces de rastrear su origen hasta el persa kūšk, que significaba ‘palacio’.
Si el recorrido geográfico ha sido largo no lo ha sido menos el semántico. Aunque originariamente este término nombraba un palacio, para cuando entra en italiano ya se refiere a una construcción más modesta: es un pabellón de estilo turco que se puso de moda para adornar los jardines. Un descendiente suyo es el quiosco de música, que recuerda con sus formas a los pabellones de los jardines. El último hijo, ya bastante venido a menos, es el quiosco de prensa, que seguramente se empezó a llamar así porque los puestos callejeros donde se vendían antiguamente los periódicos tenían bastante semejanza con los pabellones de los jardines.
Así que ya ves: el palacio persa, antes de llegar a España, tuvo que atravesar las llanuras de Asia, saltar el Bósforo, escalar los Alpes, deslizarse por las tierras de Francia y trepar como pudo por los Pirineos. No es de extrañar que se le fueran varios siglos en ello y que quedara reducido a tan poca cosa como es una caseta donde nos dan una revista a cambio de unas cuantas monedas.