Érase una vez…

La fórmula Érase una vez se emplea en nuestro idioma para empezar los cuentos infantiles, por ejemplo:

(1) Érase una vez un hombre más bueno que el pan. Era tan bueno que veréis lo que le pasó [José María Guelbenzu (ed.): Cuentos populares españoles].

Es una fórmula fosilizada. La tercera persona del imperfecto de indicativo se combina con el pronombre se y a continuación se le añade la expresión una vez. Ese pronombre pospuesto al verbo ya nos está indicando que se trata de una forma arcaica. Si ha podido sobrevivir es porque se ha ido repitiendo inalterada de generación en generación gracias a su función tan especial en una posición tan señalada como es el inicio de los relatos que se les cuentan a los niños. Cualquiera que ha tratado con niños pequeños sabe que no les gusta que les toquen ni una coma de sus historias favoritas.

Encontramos en esta vieja fórmula un valor existencial del verbo ser que hoy resulta poco frecuente. Ser equivale aquí a existirhaber. Si quisiéramos expresar la misma noción de una manera más acorde con la lengua actual diríamos simplemente: Había una vez…

Érase una vez constituye un caso particular de un uso más amplio del pretérito imperfecto de indicativo: lo que se conoce como imperfecto narrativo. Efectivamente, el imperfecto a veces se usa para contar historias, por ejemplo, si decimos: “Y con los primeros rayos de sol nuestros náufragos llegaban por fin a la isla”. El imperfecto narrativo es especialmente frecuente en el inicio y en el final de los relatos. El caso que nos traemos entre manos es un ejemplo de imperfecto narrativo de apertura que con el paso del tiempo se fue convencionalizando hasta acabar fosilizado.

Formulario suscripción (#5)

Suscríbete
gratis

Los errores de ortografía, gramática y redacción minan la credibilidad. El boletín del Blog de Lengua te ofrece artículos y vídeos semanales para escribir mejor. Recíbelos cómodamente sin ningún coste. Además, te llevarás gratis un manual de acentuación en PDF.

La gramática nos pide que el verbo ser concuerde en esta expresión con el sujeto, como es de esperar de cualquier verbo. Por tanto, si el sujeto es plural, arrastrará al verbo a este número. Eso es lo que nos muestra el siguiente ejemplo:

(2) CUENTO TONTÍSIMO DE UNA RANA Y UN PEZ. Éranse una vez una rana y un pez. Y, al día siguiente, por la mañana, éranse un pez y una rana. Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado [Cuentacolmos, adivinanzas y frases traviesas 1].

En (2) el sujeto es plural, ya que está formado por dos elementos coordinados: una rana y un pez. Por eso, Érase se convierte en Éranse.

Sin embargo, como nos hallamos ante una fórmula fosilizada, también puede ocurrir que Érase se mantenga invariable a pesar de combinarse con un sujeto en plural. Es más, esta posibilidad se considera incluso correcta, como nos indican las Academias de la Lengua en el artículo que le dedican al verbo ser en el Diccionario panhispánico de dudas. Este uso invariable es el que encontramos en la apertura de este cuento popular:

(3) Érase una vez un rey y una reina que no conseguían tener descendencia [José María Guelbenzu (ed.): Cuentos populares españoles].

El sujeto (un rey y una reina) es plural, al igual que ocurría en (2); pero aquí no consigue arrastrar al verbo al número plural.

Esta fórmula tiene como mínimo dos variantes. En la primera se suprime una vez, con lo que nos queda simplemente Érase. Ya hemos encontrado una muestra en la segunda aparición de érase en el ejemplo (2), pero su uso resulta más claro en este diálogo jocoso de una novela de Elisa Serrana, en el que se imita el lenguaje de los cuentos:

(4) —Érase una niña tan bizca, tan bizca que no veía ni una pizca. —No pongas nerviosa a la niña —dijo fríamente la abuela, pero él continuó: —Érase una madre tan buena, tan buena que su marido dijo corre que te vuela [Elisa Serrana: En blanco y negro].

También se utiliza desde antiguo la variante Érase que se era, que se ejemplifica en (5):

(5) Érase que se era y el mal que se vaya y el bien se nos venga, que allá por los primeros años del pasado siglo existía, en pleno portal de Escribanos de la tres veces coronada ciudad de los reyes del Perú, un cartulario de antiparras cabalgadas sobre nariz ciceroniana… [Ricardo Palma: “Don Dimas de la Tijereta”, en Tradiciones peruanas].

En fin, si estas fórmulas han podido sobrevivir al paso del tiempo es por su posición tan destacada, en el inicio de cuentos infantiles que han quedado grabados en la memoria de generación tras generación de hablantes de esta lengua nuestra. Nuestros padres nos contaron los cuentos así y así se los transmitiremos a nuestros hijos, que harán lo mismo con sus hijos y los hijos de sus hijos…