Sé que muchas personas que siguen el Blog de Lengua quieren ser escritores. Si me sigues, ya sabes que considero que escribir merece la pena. Probablemente, es una de las pocas cosas que merecen la pena en esta vida.
¿Estaré a la altura?
Por eso mismo, muchas veces nos genera una especie de angustia existencial. Cuando uno quiere escribir un libro se empieza a plantear todo tipo de preguntas. ¿Estaré a la altura? ¿Tengo yo lo que hay que tener para ser escritor? ¿Tengo talento? ¿Quién me he creído que soy para escribir un libro? ¿Qué van a pensar de mí? Se van a reír. No tengo estudios. O sí tengo estudios, pero yo hice una ingeniería porque se empeñó mi padre porque en aquella época eso era así. O soy demasiado mayor. O soy demasiado joven. No se me da bien la gramática. No sé poner la coma. Siempre me suspendían en Literatura…
Créeme. Yo sé lo que es porque he estado ahí. Algunas de las preguntas que acabo de plantear son mías porque han atravesado mi cabecita en algún que otro momento y, de vez en cuando, todavía la atraviesan. Otras me las han confiado personas que han acudido a mí buscando consejo y orientación a lo largo de mi carrera como profesor.
El Romanticismo ha hecho mucho daño
Déjame que te diga algo desde el principio. El Romanticismo ha hecho mucho daño. Me refiero a esa idea del artista como un ser inspirado, en contacto con la divinidad, separado del común de los mortales… Según eso, hay personas que han nacido con un don. Algunos están predestinados a ser grandes autores y otros no. Da igual lo que hagamos. Si no hemos sido bendecido con la genialidad artística y literaria, da igual lo que hagamos. Nunca llegaremos a ser escritores. Todos nuestros esfuerzos serán en vano.
Y si nos empeñamos en desafiar a los dioses del Olimpo literario, si nos aventuramos a escribir a pesar de nuestra falta de talento, lo único que conseguiremos será producir un churro detrás de otro. Nos convertiremos en ese poetastro del que se ríe todo el mundo, ese ser tan negado para la literatura que no es capaz ni siquiera de darse cuenta del ridículo que está haciendo a la vista de todo el mundo.
Escribir es una habilidad que puedes aprender
¡Nada más lejos de la realidad! Escribir es una habilidad que se puede aprender, como todo en esta vida. Nadie nace enseñado. Lo que hay detrás de la obra de esos escritores que admiras es trabajo y esfuerzo. Puedes aprender y puedes mejorar. Se trata de querer. Esa es la clave: tienes que querer.
Y una vez que has tomado la decisión de escribir, necesitas tener la humildad de aceptar que todavía no sabes escribir. Esa es otra clave: todavía… esa palabrita: todavía. Hoy no sabes, pero si estás dispuesto a hacer el trabajo, llegarás a saber. No a la primera. La primera vez que intenté cocinar unas lentejas con chorizo las tuve que tirar. Mi primera clase como profesor fue francamente mejorable. La primera vez que intenté juntar cuatro letras sobre un papel, el resultado no me gustó ni a mí. Y necesité grabar más de cien vídeos antes de que me saliera uno que pudiera ver después sin morirme de vergüenza.
Esos fueron mis primeros intentos y en todas esas áreas he mejorado y sigo mejorando. Porque esto es un viaje. Uno nunca termina de aprender. ¡Por suerte! El día en que me dé cuenta de que no he aprendido nada nuevo probablemente será porque me he muerto.
Yo he aprendido y aprendo a diario, estudio, me esfuerzo, hago mis sacrificios. Cuando no sé hacer una cosa, acudo a quienes saben más que yo para aprender de ellos. Leo libros. Me matriculo en cursos. Oigo pódcast mientras conduzco. Y así, poquito a poco, voy aprendiendo. Si yo lo puedo hacer, también lo puedes hacer tú. Se trata de quererlo.
¿Estás dispuesto a pagar el precio?
Oigo cada dos por tres a gente que me dice: “¡Ay, yo es que no puedo! ¡Yo es que no tengo tiempo! ¡Llego tan cansado a casa!…”.
¡¿Y quién no?! Todos llegamos cansados. Todos tenemos obligaciones. A todos nos falta tiempo. Pero después hay quien encuentra tiempo y energía para escribir y hay quien encuentra excusas. Hay quien está dispuesto a hacer el trabajo y quien se cuenta historias para seguir rascándose la barriga.
En esta vida todo tiene un coste: en planificación, en constancia, en sacrificios, en horas de sueño, en formación… Hay quien está dispuesto a pagarlo y quien decide consciente o inconscientemente que no le merece la pena.
Yo soy mayor para escribir
Yo siempre escucho. Siempre estoy escuchando. Me gusta más oír que hablar. Suscribo aquello que dijo Baltasar Gracián en el siglo XVII. ¿Por qué nos ha dado Dios dos orejas y una sola boca? Para que escuchemos el doble de lo que hablamos. Hay un tema que se repite a menudo entre quienes están pensando en escribir, pero no se deciden a dar el salto. Es el de la edad. Esto lo he oído infinidad de veces y estoy seguro de que lo voy a seguir oyendo: “Yo soy mayor para escribir”.
Déjame que te diga que no hay una edad para escribir y ni siquiera para empezar a escribir. A todas las edades se puede aprender y se puede mejorar. Hay que quererlo, eso sí. A cualquier edad se puede producir una obra nueva y se puede alcanzar el éxito.
Mark Twain empezó con 41 años (los cuarenta del siglo XIX no son lo mismo que los de hoy). Laura Ingalls (la autora de La casa de la pradera, de donde salió la famosa serie de televisión) empezó con 65. Y Goethe terminó su Fausto con ochenta y tantos. ¿Qué sería hoy el mundo sin el Fausto de Goethe? ¿Cómo sería nuestra cultura?
Todo el mundo se rio de él
Si te interesa esto de escribir, habrás oído hablar de un tal Cervantes. Cervantes llevó una vida desdichada. Todo lo que intentaba le salía mal, incluida la literatura. Se pasó años y años corriendo detrás del éxito, pero el éxito se le resistía. Lo intentó con La Galatea, una novela pastoril. No lo consiguió. Probó suerte con el teatro, pero sus entremeses pasaron por los escenarios sin pena ni gloria. Tampoco su poesía logró el eco que él esperaba.
Cervantes publicó la primera parte del Quijote con 57 años. En el siglo XVII, 57 años eran muchos años. Los que tenían la suerte de vivir hasta esa edad, solían llegar bastante tocados. Y de pronto, a sus 57 años, le llega la fama gracias al Quijote. ¡Y eso ya fue el colmo! El Quijote no se sabía muy bien lo que era. Literariamente no era nada. No encajaba en ninguno de los géneros conocidos y apreciados en su época. Para que nos hagamos una idea, era una especie de charlotada, una obra ridícula que entretenía a la gente y poco más.
El sueño de Cervantes era conquistar la fama haciendo literatura con mayúsculas; por ejemplo, con una novela bizantina como el Persiles. ¿Tú has oído hablar alguna vez de Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Cervantes? ¿Sí? Pues te felicito porque es una obra olvidada para todo el que no sea especialista. Se publicó después de su muerte y hoy nadie la recuerda. Y sí: he escrito Sigismunda porque así es como lo escribe Cervantes.
Para mí se pueden extraer dos enseñanzas de este éxito de Cervantes.
Primera enseñanza
El público adoraba el Quijote. Hoy sabemos que esa ocurrencia de Cervantes es la primera novela moderna. Ese hombre que veía ya en el horizonte cómo se iba poniendo el sol hizo un trabajo colosal. Cambió el mundo y cambió la cultura. Creó un molde literario nuevo que se iba a convertir en un cauce privilegiado de expresión para las inquietudes del hombre moderno. El mundo en que hoy vivimos no se entiende sin la novela. Y eso se lo debemos a Cervantes. Eso él no lo sabía en 1605 y se tuvo que conformar con un triunfo sin prestigio, que le daba la fama, pero le quitaba la gloria.
Hoy día nos encontramos en un momento de transición en la cultura que es comparable al que se estaba viviendo a principios del siglo XVII. Gracias a Internet, hay toda una serie de géneros y de canales de publicación que no se sabe muy bien lo que son dentro de los cánones tradicionales.
Todavía nos falta perspectiva. Sin embargo, en el futuro, cuando todo se vaya asentando, se irá apreciando cuál es el valor de todas esas novelas autopublicadas, ensayos que se dan a conocer en páginas web, publicaciones en redes sociales, vídeos en YouTube…
Casi todo lo que se publica a través de Internet se encuentra en una zona de sombra comparable a la del Quijote en su día, pero esa es la penumbra que precede al amanecer. Esas publicaciones están teniendo un impacto excepcional, están cambiando vidas, están poniendo el mundo patas arriba. Todavía no cuentan (o parece que no cuentan) porque no han encontrado su lugar en la estimativa, porque no han tenido tiempo para hacerse su lugar en el canon.
Sin embargo, lo que hoy no es nada mañana será algo. Y entonces serán muchos quienes lamentarán no haberse lanzado en su momento a experimentar con esta nueva forma de escribir y publicar. No te desanimes ni te deprimas porque no encuentras editorial para tu novela. Sácala del cajón y publícala ahora mismo en cualquiera de las plataformas que te ofrecen esa posibilidad. Date una oportunidad. Acuérdate del Quijote, que parecía que no era nada y después lo fue todo. Y si no sabes cómo publicarla, aprende. Estudia. Pregunta. Pide ayuda. A veces la clave no está en el cómo sino en el quién.
Lo importante es escribir ¡y publicar! Ese paso es crucial. Lo que hoy es inclasificable puede convertirse mañana en la medida de todas las cosas.
Si hay algo dentro de ti que te empuja a escribir, si sientes el deseo de escribir, ¡escribe! Escribe guiándote por lo que piensas tú, por lo que te dicen tu cabeza y tu corazón, no por lo que va a pensar la gente ni por el soporte en que se va a publicar (si es en papel o electrónico), si es una editorial o si es un libro autopublicado o si te lo publicas tú en tu propia web.
Y si quieres, para confirmar o desechar tus dudas y tus esperanzas, pregunta a personas con nombres y apellidos. Dales tu texto y pídeles opinión. Déjate ayudar.
Decía antes que del caso de Cervantes y el Quijote se pueden extraer dos enseñanzas. ¡Vamos con la segunda!
Segunda enseñanza
Cervantes no se desanimó. Cosechó fracaso tras fracaso, pero nunca tiró la toalla. Todo el mundo se rio de él con su novelita pastoril, con sus obritas de teatro, con sus versitos… y se siguieron riendo cuando triunfó con el Quijote porque para muchos ignorantes aquello era una mamarrachada.
¿Tú te imaginas lo que sería hoy de nosotros sin el Quijote? ¿Qué hizo Cervantes cuando fracasó como autor teatral? ¿Dejó de escribir? No. Al contrario: siguió escribiendo y fue aprendiendo a escribir cada vez mejor hasta que le salió una obra universal como el Quijote. Si quieres, haz la prueba. Intenta leer La Galatea o cualquier entremés de Cervantes. Yo lo he hecho y te aseguro que no están a la altura del Quijote ni mucho menos. Cervantes no nació sabiendo escribir. Aprendió a escribir. Le llevó toda una vida y al final se salió con la suya.
¡Aprende!
Con esto volvemos a lo que te decía al principio: a escribir se aprende. No es un don. Es un proceso que necesita tiempo y dedicación. ¡Aprende! Por favor te lo pido. ¡Aprende! Nadie es mejor que tú. Nadie es más listo que tú. Si una persona lo hace, tú también lo puedes hacer.