Mi vocación es ayudar a escribir mejor a personas como tú. Llevo muchos años en esta maravillosa tarea y constato que la gente tiende a poner el carro delante de los bueyes. Por eso, estoy convencido de que te va a ser útil este artículo sobre lo más importante para escribir. ¡Acompáñame! Quiero ayudarte a escribir.
¿Cuánta técnica necesita un escritor? Esta es una de las inquietudes más frecuentes de las personas que me consultan sobre sus proyectos de libros. Es muy común: alguien quiere empezar una novela, pero no se atreve porque todavía no ha estudiado cómo desarrollar los personajes, la configuración de los diálogos, las características de las descripciones, las estructuras narratológicas, las funciones del adjetivo…
La técnica viene bien, por supuesto. La facilidad de palabra nunca estorba. Un buen estilo es útil para brillar, para destacar en medio de tanta vulgaridad. Cuanto mejor engrasada esté la maquinaria del lenguaje, mejor responderá a las órdenes de tu cerebro, más suavemente te conducirá a la meta. Entiéndeme bien: si tú quieres ser escritor, necesitas dominar el lenguaje.
Si tienes pendiente esa tarea, necesitas cubrir esas lagunas formativas cuanto antes. Es necesario, es imprescindible; pero ¿es lo más importante? Yo ahora no estoy intentando hacer una lista de requisitos para escribir: tengo esto, tengo lo otro, me falta lo de más allá… Estoy intentando determinar cuál es la prioridad absoluta, aquello de lo que depende todo lo demás, ese ingrediente imprescindible para el guiso que tú quieres cocinar para servírselo después al mundo.
Naturalmente que la sintaxis es importante. La ortografía te va a dar seguridad al redactar. Las técnicas narrativas te van a conducir a la meta por el camino más recto. Unos diálogos depurados van a captar a tu lector. Sin embargo, eso no es lo más importante.
Hay otra fuente de ansiedad que constato después de atender innumerables consultas: el conocimiento de las grandes obras literarias. ¿Necesito estudiar historia de la literatura para escribir? Por ejemplo, hay quien me ha confesado que en el colegio se le atragantó el Quijote. ¿Significa eso que nunca llegará a escritor?
Si sientes que te faltan lecturas, probablemente tienes razón. Lo sé por un motivo muy sencillo: todos necesitamos leer más. Tú, yo… ¡todos! Cuanto más se adentra uno en el estudio de la literatura, más consciente va siendo de sus carencias. Cuando lees una gran obra, te das cuenta de que te faltan dos o tres que se publicaron antes que esa, cinco o seis que son más o menos contemporáneas y un reguero de libros que fueron posibles gracias a esa innovación de un autor visionario que cambió el rumbo de la literatura.
Naturalmente que tienes que leer para escribir. Leer y escribir son dos caras de la misma moneda. Se realimentan. Leer te evita descubrir mediterráneos. No es lo mismo crear literatura desde la ingenuidad que subirse a hombros de gigantes.
¡Lee! Ponte a leer ahora mismo y sigue leyendo durante toda tu vida. Es uno de los mayores favores que le puedes hacer a tu cerebro y a tu alma. Pero ¿hay que ser un erudito para escribir? ¿Los conocimientos de historia de la literatura son lo más importante? No, no son lo más importante. De hecho, esto se demuestra fácilmente. Seguro que conoces a alguien que acumula un conocimiento enciclopédico sobre literatura, pero no ha escrito una línea en su vida. ¡Y es perfectamente legítimo! Hay quien siente una vocación como lector. Es lo que quiere. Es lo que necesita. No todo el mundo tiene por qué dedicarse a escribir. Los conocimientos literarios son un apoyo inestimable para escribir, pero no hacen al escritor.
Otra angustia existencial que asalta a quienes quieren lanzarse a escribir: las herramientas. Cuántas veces habré oído comentarios como estos: “Es que a mí no se me da bien la informática…”, “Cómo lo voy a hacer para manejar programas informáticos que me han dicho que hacen falta para llevar fichas de personajes…”, “Mi vecina me ha contado que tiene una aplicación que le ordena la novela por capítulos, le permite generar sinopsis, le exporta directamente el libro electrónico…”, “A ver cómo me pongo yo al día con todas estas herramientas que están saliendo…”.
¿Quieres que te dé mi opinión? Algunas de esas herramientas pueden venir bien. Siempre ayuda desenvolverse cómodamente con la tecnología, saber sacar copias de seguridad de lo que hemos escrito, encontrar aplicaciones para gestionar el proceso de escritura, para exportar a diferentes formatos… Todo eso es fantástico. Si lo dominas, te felicito. Te va a hacer la vida más fácil, pero ¿es eso lo más importante para escribir? No, señor, no es lo más importante ni mucho menos.
Y, entonces, ¿qué es lo más importante? Lo verdaderamente importante es tener algo que decir.
El mundo está lleno de repetidores, de antenas que se despliegan para lanzar amplificadas las voces que han captado en otro sitio. A veces las retocan un poquito y otras veces ni siquiera se molestan. Eso siempre ha existido. Con Internet aumentó y con la inteligencia artificial se ha construido toda una industria alrededor del copieteo más o menos descarado. Pero ahora viene la cuestión interesante: ¿tú conformas con convertirte en una vocecita más en este coro de repetidores? ¿Te apetece estar todo el día esperando a ver qué dice el vecino para apropiártelo? Hay gente que sí. Pero pregunto: ¿te cambiarías por ellos?, ¿aspiras a vivir del corta y pega? ¿No? Me alegro: tú eres de los míos.
Tengo buenas noticias para ti. Sobran copiones, sobran repetidores, sobran envidiosos, sobran personajillos que van a remolque. Lo que no sobra hoy, nunca ha sobrado y no va a sobrar en el futuro son emisores, centros de actividad desde donde surjan ondas nuevas, originales, inconfundiblemente personales. Ahí tienes tu lugar. Está esperando a que te decidas a ocuparlo.
Cualquiera vale para repetir simplezas, para entonar la misma cantinela procurando no desentonar. A mí esa gente no me interesa. Mi compromiso está con quien quiere introducir su propia línea en el coro, quien está dispuesto a tomar la batuta. Atrévete. Alguien te acompañará. Sobran altavoces, faltan voces que amplificar. El mundo está esperando a que hables con tu propia voz.
Tú tienes algo que decir. Es algo que solamente tú eres capaz de contar. Cuando descubres ese filón, tus ideas fluyen y tú creces como escritor. Cuanto más dices, más te queda por decir. Un texto te conduce al siguiente. Un libro te abre las puertas de dos o tres que querrás escribir a continuación.
¿Ya sabes lo que quieres decir? Eso es lo primero. Y ahora viene el resto. Ahora sí: fórmate, aprende a decirlo. Empieza ahora mismo. Es cuestión de tiempo y de voluntad. Cuanto antes empieces, antes vas a ver los resultados. Necesitas que el lenguaje trabaje para ti y no en tu contra. Da el primer paso ya. Me lo agradecerás.
Y recuerda: no tienes por qué hacerlo todo tú solo. ¿Todavía no sabes cómo solucionar un problema? Pregunta a quien sí sabe. Pide ayuda. Saber plantear la pregunta es la mitad de la solución. A menudo, la pregunta correcta no es ¿cómo hago esto?, sino ¿quién me puede ayudar con esto?