Qué leer

Una alumna y un alumno me han planteado una pregunta con pocos días de diferencia. Se trata de lo siguiente: ambos quieren reforzar sus lecturas. Han leído, naturalmente. Son personas que invierten en cultura y en formación. Son profesionales con estudios universitarios, pero en ramas muy alejadas de la literatura. Por eso, cada uno a su manera se pregunta si acaso le falta la sistematicidad que aporta un programa de lectura estructurado como el que te pueden ofrecer en unos estudios de Filología. El motivo que los mueve es el mismo: son escritores y se han dado cuenta de lo importante que es la lectura para alimentar la escritura. Me han llamado la atención las coincidencias y por eso me ha parecido que urgía escribir este artículo. Estoy pensando en mis alumnos escritores, pero las recomendaciones son válidas para cualquier lector que desea ampliar horizontes.

Además, es una pregunta muy frecuente: ¿qué leer? La recibo a menudo. Se la plantean los lectores de todos los niveles y con razón. Hoy día hay tal sobreabundancia de títulos que quien más y quien menos se siente perdido. Hay poca vida para tantos libros como le gustaría a uno leer.

En este sentido, el libro electrónico es una bendición y un castigo al mismo tiempo. La maravilla del libro electrónico es que te permite acceder al instante a cualquier título desde cualquier lugar del mundo. Gracias a él desaparece el problema de los libros agotados: todos están disponibles permanentemente. Pero por eso mismo se nos acumula el trabajo: la pila de libros pendientes se vuelve prácticamente infinita. Disponer de criterios para seleccionar las lecturas ha sido relevante en todas las épocas, pero en la nuestra se vuelve urgente.

No es casualidad que los alumnos que me han preguntado sean escritores. Es una cuestión fundamental para la creación literaria: escribir y leer son dos caras de la misma moneda. El mismo impulso que te mueve a escribir te lleva a leer lo que han escrito los demás. Una acertada selección de lecturas se convierte en una fuente de inspiración y de crecimiento artístico e intelectual. También te evita descubrir constantemente el Mediterráneo. No se escribe igual desde una posición de ingenuidad que apoyándose en una base. Ese fundamento es el que te aportan unas lecturas seleccionadas con criterio.

Yo estudié Filología Hispánica y después hice el doctorado. Es verdad que la licenciatura me ofreció un panorama sistemático, estructurado y secuenciado de la literatura en lengua española; pero también te confieso que las facultades de filología son probablemente el lugar donde han perecido más escritores antes de llegar a ser. Algún día quizás hablaré de esto. Ahora no me quiero distraer de la cuestión que nos ha traído aquí: qué leer.

En mi época de estudiante nos asignaban listas de libros para cada materia: literatura medieval, literatura de los Siglos de Oro, teatro, literatura hispanoamericana, contemporánea… Eran tantas lecturas que a veces se nos atragantaban. Era leer y leer. Recuerdo la sensación de estar subido en una especie de rueda de hámster. Me pasaba el día embebido en los libros.

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Había mañanas en que me iba a la biblioteca bien tempranito con dos o tres volúmenes en la mochila. Me sentaba y me ponía a leer la novela que tenía a medias, la terminaba y abría la siguiente. Y así un día y otro día y otro día… Una cosa es leer por placer y otra muy diferente la lectura profesional o esta lectura a presión de mi época de estudiante.

Aquellas lecturas como futuro filólogo me aportaron, pero también me quitaron. Para empezar, era tanto lo que había que leer por obligación que durante los cinco años de la carrera no me quedó tiempo para leer nada por devoción. A mí me enseñaron desde pequeñito que primero es la obligación y luego la devoción y eso por un lado me ha ayudado pero por otro me ha hecho daño. Una cosa que he tenido que aprender en la vida es que la obligación no puede matar a la devoción porque, si no, se ahoga uno. Lo contrario tampoco es solución. Ni todo es trabajo ni todo es diversión. En el medio está la virtud. Conviene reservar tiempo para el deber y para el placer.

Yo había sido un adolescente curioso. Perseguía mis propios intereses intelectuales y artísticos a través de lecturas que iba seleccionando por mí mismo, un tanto al azar (es verdad); pero guiado por mis gustos y mis inquietudes. Eso me proporcionaba un placer de lectura exquisito. Algunos de los momentos más felices de mi vida han sido los de una lectura prolongada, absorbente, profunda, en que de pronto descubría una idea nueva, brillante, que resonaba conmigo y que ampliaba mi horizonte justo en el momento en que me estaba formando como persona. Piénsalo: un libro te brinda la oportunidad de empaparte en diez horas de las ideas y emociones de las mentes más brillantes de la historia, de los corazones que han latido con más pasión. Esos autores necesitaron toda una vida para acumular ese tesoro. En cambio, tú te puedes hacer con él leyendo una hora diaria durante diez días. Es difícil encontrar una inversión más rentable para tu tiempo.

¿Qué me ocurrió al empezar la carrera de Filología? Que tuve que renunciar a esos descubrimientos serendípicos. Apenas daba abasto para completar las lecturas obligatorias, así que no podía permitirme el lujo de añadir otras que iba recogiendo aquí y allá. Durante los cinco años de licenciatura me asaltaba de vez en cuando la añoranza de ciertos libros que había querido leer en mi último año en el instituto y que habían quedado aparcados en las estanterías de casa o que veía en la biblioteca de la facultad, pero no me podía permitir disfrutar. Recuerdo cómo miraba con ojitos golosos La rama dorada en las estanterías de la biblioteca de Filología. Estaba allí, al alcance de la mano, pero inalcanzable para mí por falta de tiempo.

Tuve que esperar a terminar mis estudios para recuperar el placer de leer. Tardé años. Necesité reaprender a leer por diversión, porque me apetecía. Tuve que reeducarme para que la lectura fuera un descanso y no un trabajo. Creo que me entenderás si tú has trabajado en un oficio exigente, absorbente, que quizás te ha mantenido apartado durante años del lujo exquisito de leer por puro placer. Aquella experiencia me demostró la importancia de diseñar un programa de lectura adaptado a mí, que la lectura se amoldara a mis gustos, necesidades e intereses y no al revés.

Y aquí llegamos a un punto fundamental. La selección de lecturas tiene que ser a medida de cada cual. Eso sí me lo enseñó mi paso por los estudios de literatura, donde todos teníamos que leer por fuerza una lista de libros que nos entregaban el primer día de clase. Era un traje cortado para todos a la misma medida. Nos teníamos que amoldar de grado o por fuerza.

No existe una receta universal que se pueda aplicar sin más para confeccionar el programa perfecto. Las lecturas se han de escoger según los gustos, la personalidad y los intereses de la persona en cuestión. Una alumna me comentaba el otro día que a ella personalmente ciertas vacas sagradas de la literatura le parecen un tostón. En cambio, con un autor más minoritario como John Williams se engancha y no puede parar de leer. ¡Y tengo que darle la razón! Coincido con mi alumna en que novelas como Stoner, Butcher’s crossing o Augustus son fascinantes.

Vamos a ver… ¡El fútbol! ¿Es un deporte atractivo? Para mucha gente sí; pero si tú me quieres castigar a mí, oblígame a tragarme un partido de fútbol. Lo que es un placer para uno puede convertirse en una tortura para otro. Eso es lo hermoso y lo complicado de los seres humanos: todos nos parecemos, pero cada uno es diferente.

El programa de lectura también debe tomar en consideración los conocimientos previos, la edad, la historia personal de cada lector… Por eso, hoy me interesan las claves para construir un programa a la medida de cada cual. Me baso en mi experiencia personal y docente porque uno lleva ya treinta años en este bendito oficio de la enseñanza. En este artículo no te voy a regalar peces. Voy a hacer algo más valioso: voy a enseñarte a pescar.

Para empezar, si escribes dentro de un género determinado, necesitas conocer a los clásicos de ese género y también lo que se está publicando ahora en ese espacio. Solamente así puedes encontrar tu nicho y tu voz dentro de ese coro. Si yo escribo poesía, tengo que leer poesía clásica y también a los grandes poetas contemporáneos. Si me dedico a la autoayuda, debo familiarizarme con los grandes manuales dentro de mi campo y en los campos de al lado (algo podré aprender: quizás uno es psicólogo; pero no le conviene desdeñar lo que hacen los expertos en finanzas personales, por poner un ejemplo). Si escribo novela negra, necesito leer novelas en general, pero me conviene incluir ciertas obras maestras del género como El halcón maltés. Y también tendré que mantenerme al día de lo que van publicando las voces que hablan con más fuerza dentro de este nicho, quienes están teniendo más impacto.

¿Qué hago? ¿Voy leyendo un poquito de cada autor o profundizo en unos pocos? Eso depende del momento en que se encuentre cada uno. Si uno está empezando a hacerse un fondo de armario literario, probablemente, la mejor opción es leer una obra de cada autor: la más destacada, esa obra por la que se le valora especialmente. Al principio se trata de familiarizarse con una diversidad de voces para descubrir cuál resuena mejor con uno mismo.

Después llegará el momento de profundizar. Cuando ya sepa quiénes son los autores que a mí me interesan, puedo empezar a leer varias obras de una figura que me atrae especialmente, que me inspira, que me estimula… Pero si hago eso al principio, me arriesgo a pasar por alto precisamente a quien más necesito.

En un primer momento se trata de expandir el horizonte. Una vez que empiezo a abarcar el panorama, estoy en condiciones de percibir qué autores conectan con mi sensibilidad particular. Ese es el momento de emplearse a fondo con la obra de esos escritores. Por ejemplo, yo soy fan de Thomas Mann. Para mí reúne las mejores cualidades de la literatura alemana. Tuve un periodo de dos o tres años en que iba leyendo todo lo que caía en mis manos de Thomas Mann. Devoré La montaña mágica, Los Buddenbrook, Doktor Faustus… pero no solo eso. Ese interés me llevó incluso a aventurarme con alguna que otra obra de su hermano Heinrich y de su hijo Klaus. Ya que me ponía, quería leer a toda la familia.

Y si un libro no me gusta, ¿qué hago: sigo o lo dejo? Ya he dicho que no hay vacas sagradas. Hay libros que funcionan para un lector determinado y libros que no. No tiene sentido empecinarse en terminar un libro en concreto aunque todo el mundo cante a coro sus glorias y alabanzas. Yo tengo amigos que juran por Philip Roth. Estoy convencido de que ellos tienen razón y yo estoy equivocado, pero cada vez que intento leer algo suyo, se me cae de las manos. En cambio, dame a Paul Auster y estoy más feliz que un niño con zapatos nuevos. Entonces, ¿qué necesidad tengo de empeñarme con el uno si me lo puedo pasar mejor con el otro?

Si una obra se te atraganta, lo mejor que puedes hacer es dejarla aparcada y saltar a la siguiente. En el mundo hay obras maestras de sobra para leer. Además, a veces es cuestión de darse tiempo. Quizás no es tanto la obra en sí como el momento. A menudo, el libro que te repele en una primera aproximación lo puedes disfrutar más adelante, cuando has avanzado y has madurado como lector y como ser humano. Con cincuenta años estoy en condiciones de disfrutar de ciertas obras que no habría soportado en la treintena (¡y al revés!). En la próxima década volveré a probar con Philip Roth, a ver qué tal resultado me da.

Yo soy partidario de combinar siempre clásicos y modernos. Los clásicos son valores seguros. Cuando una obra se mantiene en lo más alto durante décadas o siglos, normalmente es por algo. Además, esas obras son referencias compartidas que te permiten participar en la conversación sabiendo de qué hablas. Por otro lado, los contemporáneos son quienes marcan la agenda en nuestros días. Si quieres escribir, te aconsejo que te pongas al día de lo que están publicando los demás.

A mí también me gusta incluir lo cercano y lo lejano. Acudo a los autores de mi país o a los autores con quienes me identifico por algún vínculo personal, pero no me gusta quedarme encerrado ahí. Lo que me resulta más lejano también me estimula y me abre horizontes. Durante toda mi vida me resistí a leer a Chateaubriand porque a mí aquello de El genio del cristianismo me sonaba muy Antiguo Régimen, muy tradicionalista. Sin embargo, el día en que me atreví con Los natchez descubrí a un autor luminoso que me transportaba al modo de vida de las naciones norteamericanas durante la colonia francesa. Cuando era pequeño, oí algo que se me quedó grabado: no hay libro tan malo que no tenga algo bueno. Por eso, como mínimo, me gusta hacer el experimento. Si después no me convence, siempre puedo cerrar ese libro y ponerme con el siguiente. En lo personal te puedo decir que me identifico poco o nada con Michel Houellebecq. Sin embargo, me quito el sombrero ante su prosa. No comparto sus ideas ni su visión del mundo, pero sus novelas me enganchan y me obligan a seguir leyendo para descubrir qué va a pasar.

Procuro huir del reduccionismo y de las cámaras de eco. No me conformo quedándome encerrado en lo que me resulta cómodo y familiar. Al contrario: hago el esfuerzo consciente de exponerme a ideas y visiones del mundo que se oponen a las mías.

¿Cómo descubro nuevos títulos? En mi experiencia, esto funciona como las cerezas, que se van enganchando unas con otras. Un autor te lleva al siguiente. Una obra te conduce a la de más allá. ¿Qué ocurre? Que eso funciona mejor hacia el pasado. Y entonces… ¿para lo más reciente…? ¡También se puede comprar el periódico, que es una gran inversión! Los buenos periódicos publican magníficos suplementos literarios que nos facilitan el trabajo. O me puedo suscribir a una revista literaria. Algunas cuentas con edición en papel y digital. Antes todo lo digital me parecía muy moderno. Ahora estoy redescubriendo el placer de leer periódicos y revistas en papel.

Hay clubes de lectura donde se reúne la gente para comentar un libro que han acordado previamente. A mí esa fórmula no me gusta tanto, pero soy consciente de que eso es una dificultad mía que tiene que ver con mi propia historia. Te lo confesaba antes: desde la carrera se me atraganta lo de leer por obligación, pero me doy cuenta de que las tertulias y clubes de lectura aportan muchas ventajas. Para empezar, es una forma de añadir un elemento social a la lectura, que normalmente es una actividad solitaria. También una manera de subirse a un tren que te lleva. Algunos amigos me comentan que les viene bien tener una obligación: saber que tienen que terminar cierto libro para cierta fecha y después otro y después otro. Es una manera de leer más.

¡Ah! Y siempre me encanta recibir recomendaciones de amigos. Yo me fío de mis amigos. Como los conozco, sé que si fulanito me recomienda un libro porque le ha gustado, hay una altísima probabilidad de que me guste a mí también. Por ejemplo, mi amigo Miguel me recomendó un día leer a Manuel Chaves Nogales y acertó de pleno. Y nunca le agradeceré lo suficiente a Cecilio que me descubriera la obra de James Salter.

Me gusta plantearme desafíos de vez en cuando. Un buen día me fijé el reto de leer los cien libros más populares del proyecto Gutenberg. Me llevó un par de años e intercalé otras lecturas. No los leí todos porque algunos ya los había leído una o dos veces y no veía necesidad de retomarlos. Otros eran quizás tratados de matemáticas que no eran lo que estaba buscando en ese momento. A algunos accedí en su día a través de traducciones y aproveché para acercarme a ellos en la lengua original: inglés, francés o alemán, que son los idiomas que leo, aparte del mío, claro. También entiendo un libro en portugués o en catalán, pero ahí ya necesito hacer bastante trabajo de diccionario y no siempre me apetece. Otro reto fue leer los Episodios Nacionales de Galdós, pero ese me saturó al cabo de un tiempo. Nuevamente: no pasa nada, de sabios es rectificar. Se dedica uno a otras lecturas y solucionado, pero el mero hecho de intentarlo resulta valioso.

Uno de los placeres de la lectura consiste en visitar librerías. Una cosa es tener la referencia de un libro y otra verlo allí en compañía de otras obras, tomarlo en la mano, oler el papel, echar un vistazo al interior… Es una oportunidad para el descubrimiento. A mí me encantan también las librerías de viejo. Creo que pueden ser un placer para cualquier amante de la literatura. En Madrid me encanta pasar por la cuesta de Moyano, camino del parque del Retiro, e ir parándome en las casetas de libros de segunda mano. A veces descubre uno ejemplares raros, descatalogados, etc. Como mínimo, es una manera de darle una segunda vida a un libro que ya han disfrutado otros lectores apasionados.

Además soy un gran amante de los audiolibros, quizás porque he vivido en Alemania, que es un país donde este formato cuenta con una larga tradición y es muy apreciado. En España no terminaban de despegar hasta hace poco. Ahora sí. Parece que por fin empiezan a abrirse un hueco. Los valoro en sí por el valor artístico que aporta una buena lectura en voz alta. Para mí se acercan a experiencias literarias orales como el teatro o los recitales de poesía.

Además, me devuelven a los orígenes de la literatura, cuando esta se difundía oralmente. De hecho, en la Antigüedad incluso quienes sabían leer lo hacían en voz alta. No se había inventado todavía la lectura silenciosa. Hay un testimonio muy hermoso de Agustín de Hipona en sus Confesiones en el que el joven Agustín se sorprende de que su maestro Ambrosio, el obispo de Milán, sea capaz de leer sin despegar los labios. Yo estoy suscrito a una plataforma de audiolibros. No voy a decir el nombre para no hacer publicidad, pero es uno de mis placeres y tengo que reconocer que el motor de recomendaciones me va conociendo cada vez mejor y va acertando cada vez más con mis gustos.

Estas son mis estrategias para descubrir nuevas lecturas. Si alguna te funciona, me alegraré de que la aproveches. Sin embargo, las más valiosas son las tuyas, las que vas descubriendo a lo largo de los años y te conducen de manera certera a esas obras que te estimulan, te divierten, te emocionan, te hacen soñar y te permiten acceder a mundos que van más allá de los límites estrechos de la realidad en que nos desenvolvemos a diario. Escribir merece la pena y leer es uno de los aspectos de esa aventura.