Sé por experiencia propia que escribir es complicado. A veces, nosotros mismos lo hacemos más difícil todavía porque buscamos respuestas en el lugar equivocado. Por ejemplo, veo que muchos escritores inexpertos se obsesionan con lo correcto y lo incorrecto.
¡Cuidado! Eso tiene un lado positivo. Demuestra que escribir bien es importante para esa persona. Para mí también lo es. Por eso me alegro de que te plantees estas cuestiones. Son necesarias, pero te animo a que des un paso más en tu recorrido como escritor.
Quiero que empieces a familiarizarte con una nueva noción: lo adecuado. Yo necesité tiempo para llegar hasta ahí. Expresarse correctamente es necesario, es imprescindible; pero no basta. Para subir de nivel hay que llegar a lo adecuado.
Piensa en la ropa: ¿qué criterios utilizas para vestirte? Normalmente, la ropa la escogemos pensando en situaciones sociales concretas.
Por ejemplo, una boda es una ceremonia que demanda una vestimenta especial. Es más, dentro de lo formal diferenciamos lo festivo y lo solemne. Una boda es formal, pero es una ocasión festiva. No te puedes vestir igual para una boda que para una ocasión solemne, institucional.
Y después están las situaciones informales, por supuesto. Ahora mismo estoy pensando en una comida con amigos o una excursión al campo. Cada ocasión reclama prendas diferentes. Yo creo que eso lo entendemos todos. Y, sin embargo, eso que tenemos tan claro en el ámbito del vestir se nos resiste a veces cuando se trata del lenguaje.
Yo suelo poner este ejemplo: ¿va bien vestido un hombre con traje y corbata? Depende. En una boda, probablemente sí; pero en el gimnasio hará el ridículo y en una piscina, directamente, le echarán a la calle.
El vestido y el idioma comparten una dimensión social. Los utilizamos en sociedad y han de resultar adecuados al contexto social en que nos vamos a lucir con ellos. Evidentemente, no elegimos la ropa para una boda basándonos en si es cómoda o calentita. Tampoco escogemos las palabras ateniéndonos solamente a lo que es correcto o incorrecto.
Algunas palabras son propias del ámbito familiar. Las utilizamos cuando nos encontramos en un ambiente relajado: para hablar con nuestros familiares y amigos o, quizás, con los vecinos del barrio. Otras son formales. Las reservamos para ocasiones más elevadas. Las sacamos a la luz en discursos, en contextos profesionales, académicos, institucionales…
Fíjate en que estoy hablando de situaciones, más que de personas. Tu suegro es siempre tu suegro, pero se viste de forma diferente cuando te invita a comer en su casa o el día de tu boda.
La clave para utilizar el lenguaje de manera adecuada es pensar en situaciones (una boda, una junta de accionistas, una despedida de soltero) y en lugares (un aula de una universidad, el despacho de un ministro, la pizzería del barrio).
Esos contextos sociales te dan la clave para escoger la ropa adecuada. Lo mismo ocurre con las palabras. Lo uno y lo otro se aprende. Forma parte del conocimiento que nos permite funcionar en sociedad.
Hay ropa formal y ropa informal. De la misma manera, hay registros lingüísticos formales e informales.
Para dominar el lenguaje es necesario adaptar el registro. Algunas personas se creen que expresarse correctamente es hacerlo de manera pedante. Nada más lejos de la realidad. Quien domina el lenguaje se mueve con soltura en los diferentes registros. No se pasa el día hablando de manera envarada. Al contrario, adopta un tono formal cuando toca ponerse serio y desciende a los registros informales cuando llega el momento de ser desenfadado.
Esto no es una capacidad innata. Es algo que se aprende, como todo en la vida.
Todos conocemos a alguien que habla como si fuera un libro. Estas personas no suelen ser las más populares en su entorno.
El genial Jorge Luis Borges dominó el idioma a un nivel que nos da vértigo al común de los mortales. Con su exquisita sensibilidad lingüística, nos ofrece en uno de sus relatos una clase magistral sobre registros lingüísticos. En «El Aleph», Borges se ríe del pedante poeta Carlos Argentino Daneri.
El lenguaje de Daneri resulta cómico. ¿Por qué? Porque este señor trufa su conversación cotidiana con palabras pertenecientes a los registros literarios. Sin ir más lejos, así es como habla sobre una confitería donde ha citado al narrador para merendar:
(4) Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más encopetados de Flores.
El vocabulario que utiliza está fuera de lugar:
- mal de tu grado
- parangonarse
- encopetado
Esas palabras pueden funcionar en un libro, pero no en una conversación que mantenemos en una cafetería con un amigo. Resultan inadecuadas para ese contexto social.
Borges utiliza el vocabulario para retratar a un personaje pedante. Típicamente, el pedante es quien sabe un poquito. Antiguamente, el término pedante se refería a un maestrillo que daba clases particulares a los hijos de familias acomodadas. El pedante sentía un cierto complejo de inferioridad porque no tenía ni mucha cultura ni mucho dinero. Lo compensaba expresándose de forma envarada y recargada.
Como ves, la noción de registro es crucial en la creación literaria. Una forma de pintar a un personaje consiste en poner en su boca las palabras adecuadas a su condición social y a la situación en que se desenvuelve en cada momento.
Pero la importancia de los registros va más allá. Cuando tú escribes, no lo haces solamente para transmitir ideas. Hay otra dimensión que conviene cultivar. Al escribir estableces una relación con tu lector.
Acertar con el registro te permite que tu texto sea eficaz, que trabaje para ti, que funcione para tu lector. Puedes salir airoso por el lado conceptual y, aun así, fracasar en tu propósito porque el tono de tu escrito resultaba inadecuado.
El significado es importante, pero no lo es todo. Emplear palabras correctas es necesario, por supuesto. Sin embargo, más allá de eso, el tono o registro de tu vocabulario son señales que lanzas al lector. Estas le predisponen a confiar en ti o socavan tu credibilidad.
Y ahora viene la pregunta del millón: ¿cómo dominar los registros?
Te voy a contestar con otra pregunta porque plantear bien la pregunta equivale a tener el cincuenta por ciento de la solución. ¿Cómo aprendemos a vestirnos bien? Fijándonos en quien sabe hacerlo. ¿Cómo aprendemos a acertar con el registro? Estudiando modelos de los diferentes estilos:
- coloquial
- literario
- académico…
Yo no soy un experto en el vestir, pero reconozco a alguien bien vestido cuando lo veo… y procuro aprender.
En todas las artes se empieza así. Al principio hay que observar para aprender. ¿Cómo se concreta esto?
En primer lugar, si tú quieres escribir, necesitas leer a los clásicos en lengua castellana. Así conseguirás empaparte del buen uso de las palabras. No hay alternativa. Cuando digo clásicos, me refiero a los antiguos y a los modernos, porque también hay clásicos modernos, ¡cuidado!
Hay que leer el Libro de buen amor, La Celestina y el Quijote. Es imprescindible conocer la obra de Garcilaso, Lope, sor Juana Inés de la Cruz, Quevedo, Calderón, Moratín, Bécquer, Leopoldo Alas, Galdós, Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Borges, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y otros muchos.
Sé que cometo omisiones imperdonables. Siéntete libre de ampliar y mejorar la lista.
Esas lecturas de los clásicos no van a llegar por casualidad. Necesitas un plan que incluye estos elementos:
- una selección de obras y autores de diferentes épocas, géneros y países
- media hora menos de lunes a domingo enredando en el teléfono móvil
- media hora más de lunes a domingo para leer
Yo creo en el poder de la constancia. Media hora diaria es una cifra mágica. Un pequeño esfuerzo mantenido en el tiempo puede cambiar tu vida. Te aseguro que estas tácticas a mí me han permitido alcanzar objetivos de lo más variado a lo largo de los años.
Media hora diaria de lectura son 15 horas al mes. Eso te alcanza para completar aproximadamente 1,5 clásicos al mes, es decir, 18 libros al año. ¡Digamos 20! En cinco años habrás leído 100 obras maestras de la literatura en castellano. Con eso, ya llevas ventaja a la inmensa mayoría de la humanidad hispanohablante.
Cinco años te pueden parecer muchos, pero el tiempo va a pasar de todas formas. Tú puedes decidir si te dejas arrastrar por él o si lo aprovechas para formarte. Por otra parte, basta con leer una hora diaria para cubrir el mismo programa en un par de años. Una hora diaria de lectura es un objetivo que está al alcance de mucha gente.
No pierdas de vista los audiolibros. Todas las semanas, yo paso seis horas en la carretera como mínimo. Hace unos años decidí aprovechar ese tiempo para oír libros. Gracias a eso he accedido a autores y obras para los que nunca encontraba el momento. No hay nada como un novelón para amenizar unos cientos de kilómetros de autopista.
Esos cien clásicos son los cimientos sobre los que edificar una cultura y un vocabulario.
En general, todas las lecturas ayudan. No te encierres en el tipo de textos que quieres escribir. Necesitas una dieta amplia y variada: ficción, poesía, prensa, ensayo… Eso te aporta la flexibilidad para cambiar de registro en lugar de encasillarte en uno solo.
Procura mantenerte en contacto constante con buenos modelos. Así irás absorbiendo el tono sin esfuerzo, casi sin darte cuenta. Es como todo en esta vida: si te relacionas con deportistas, acabarás haciendo deporte; si te mueves entre artistas, acabarás sabiendo de arte… Somos como esponjas. Se trata de encontrar agua clara y fresca para absorber.
Hazte esta pregunta: ¿qué puedo hacer ahora mismo para dominar los registros lingüísticos?