¿Cuál es tu éxito como escritor?

Hoy voy a compartir contigo algo que a mí me ha cambiado la vida. Creo que resulta enormemente relevante para ti. Es mi experiencia, mi aprendizaje personal a fuerza de tropezar una y otra vez en la misma piedra. Tú no tienes necesidad de caer en los mismos errores.

Yo antes hacía las cosas porque las tenía que hacer. Mi referencia era siempre el deber. Hoy día, sigo atendiendo a mis deberes, por supuesto; pero he aprendido a mirar más allá. Eso me ha permitido crecer como persona y como creador.

A lo largo de los años he ido descubriendo la importancia de construir un proyecto nuevo sentando primero unas bases sólidas. ¿Tú quieres ser escritor? Esto te interesa porque la escritura es un proyecto a largo plazo que te compromete artística, intelectual y emocionalmente. Vas a dedicarle tiempo, energía, ilusiones y recursos; pero, sobre todo, vas a hacer una gran inversión emocional.

Por eso, es imprescindible sentar las bases con una reflexión previa. Mis alumnos lo saben porque yo insisto siempre en eso. Es un trabajo que yo he tenido que hacer conmigo mismo y a veces también con algún que otro ser humano que se encontraba en una encrucijada parecida a la mía. Son las recetas que yo me aplico a mí mismo en mi vida: en mis empeños, en mis proyectos, en mis ilusiones. A estas alturas de la vida, siempre que comienzo algo nuevo, lo primero que hago es examinar con lupa mi para qué.

En este momento en que hablo, mi para qué tiende a ser de tipo interno. Apunta a algo que está en mi interior: ciertos sueños e ideales que buscan hacerse realidad a través de mis proyectos. Yo te hablo aquí de mi para qué personal. El tuyo será completamente diferente. Lo que a mí me ayuda a levantarme de la cama por las mañanas quizás desesperaría a otro ser humano.

El trabajo no se reduce a descubrir mi para qué. Una vez que lo tengo, me dejo guiar por él. Lo que he ido comprobando con los años es que cuanto más fiel me mantengo a sus dictados, mejores resultados cosecho. Ese conocimiento previo es el que me permite determinar cuál es mi éxito y, por tanto, me permite alcanzarlo.

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No siempre lo hice así. Antes me lanzaba sin esa preparación por caminos que me comprometían durante años o incluso décadas: emprender unos estudios, aspirar a cierto puesto de trabajo, comprometerme con un proyecto de investigación, iniciar una relación…

Fíjate en que estoy hablando todo el tiempo de mi para qué, no mi porqué. No es lo mismo. No me gustan las preguntas con ¿por qué? Cuando alguien me pregunta ¿por qué?, siento inmediatamente que me están juzgando: «¿Por qué tomaste esa decisión?, ¿por qué no has sido capaz de cumplir el plazo?, ¿por qué caíste en ese error?…». Yo no estoy aquí para juzgarte.

Escribir es un camino lleno de baches. Si ya has empezado, probablemente sabes a qué me refiero. Y si todavía te lo estás pensando, esto te interesa especialmente. Un día tocarás el cielo con la punta de los dedos y al siguiente te sentirás al borde del abismo.

Yo solamente te digo que mi para qué es la luz que me guía cuando parece que todo se convierte en tinieblas a mi alrededor. Cuando me siento flaquear, lo rescato del cajón de mi escritorio donde lo tengo guardado, lo leo con tranquilidad y me pongo nuevamente en marcha con ese faro en el horizonte.

Como te decía, ese para qué me permite saber cuál es el éxito que busco y, por tanto, determinar si lo estoy alcanzando. La pregunta por el éxito es más compleja de lo que parece. A mí me ha llevado toda una vida entenderlo. La conclusión a la que he llegado me impulsa como persona y en mi tarea como creador y como profesor.

A lo largo de mi vida, yo he oscilado entre dos tipos de éxito diferentes. Voy a empezar por el primero. A veces, he intentado estar a la altura de las expectativas que me marcaba mi familia, la sociedad, el grupo de amigos, la profesión… En esos casos he perseguido un éxito externo. Había una instancia externa que me dictaba una idea de éxito. ¿Quién era el prescriptor exactamente? Eso iba variando. Podía tratarse de una persona, un grupo, una norma, unos valores con los que había crecido…

Te voy a proponer un ejemplo concreto. Yo estudié Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. Es algo de lo que ya he hablado en alguna ocasión. Yo necesitaba esa licenciatura para abrirme camino en la vida. Conseguirla fue un gran logro para mí.

Podría haberme detenido ahí perfectamente. Sin embargo, en lugar de eso, me lancé a por el doctorado. La licenciatura era algo que necesitaba, pero el doctorado no. Es verdad que ese título me abría nuevos horizontes intelectuales y profesionales, pero no era algo necesario. Era simplemente algo que quería lograr. Había algo que me empujaba por ese camino.

Yo pensaba que iba a ser feliz cuando lograse el doctorado. Y es verdad que tuve un subidón después de la defensa, pero duró poco. Todo el mundo me decía que había conseguido algo magnífico, que tenía que estar orgulloso, que era todo un logro. Supuestamente, yo tenía que verlo así. Y al principio estaba entusiasmado. Sin embargo, al cabo de un tiempo lo que sentía era un gran vacío. Yo había buscado la felicidad en ese logro académico, pero la felicidad no estaba allí. Quizás estaba esperándome en la siguiente estación.

Después del doctorado me lancé a por la habilitación como profesor titular. En aquel tiempo, para ser profesor titular de universidad te pedían una especie de oposición. Eran tres ejercicios públicos delante de un tribunal. Era como presentarte a unas oposiciones, solo que no te daba la plaza. La habilitación te permitía optar a una plaza a continuación.

Me llevó dos años de preparación intensa, con una disciplina férrea. Me presenté a los exámenes en Salamanca. Competía con candidatos de toda España, gente muy preparada, con muchos méritos, los mejores de la profesión. Al final del proceso solamente podíamos quedar quince. Yo fui uno de esos quince.

Ya te lo estás imaginando. Con la habilitación me pasó algo parecido al doctorado. La gente me felicitó. Yo me las prometía muy felices. Creía que mi vida iba a cambiar, que esa habilitación era la llave para convertirme en una versión de mí mismo mejorada y más feliz. Tuve un subidón cuando volví de Salamanca con la habilitación en el bolsillo, pero me duró poco. La habilitación tampoco me trajo la felicidad.

Tampoco me quedó mucho tiempo para esas reflexiones porque el siguiente paso era conseguir la titularidad. No me lo pusieron fácil. Parecía que lo tenía todo en contra. Algún día quizás hablaré de ese historia. Lo que me interesa ahora es que la titularidad suponía tener la vida resuelta con un puesto de funcionario bien pagado, en una posición que te daba un cierto prestigio, una independencia, etc.

Yo me veía ya tocando la felicidad con las yemas de los dedos. ¿Te imaginas lo que te voy a decir? Tuve un subidón inmenso después de la titularidad. La toma de posesión fue como un sueño. Muchos me aplaudieron (no todos, pero quienes me querían sí que se alegraron con ese nuevo éxito). Aquel logro me sirvió para tirar durante un tiempo. Después, no tuve más remedio que enfrentarme a una realidad: ahí no estaba la felicidad.

Me podría haber lanzado a por la cátedra; pero, por suerte, antes de eso se me ocurrió por fin una idea sensata. Me pregunté para qué estaba yo haciendo todo eso. ¿Qué tipo de éxito estaba intentando conseguir?

La respuesta no me gustó. Fue como si me quitaran un velo de delante de los ojos. Me di cuenta de que estaba intentando demostrar algo. La gente a mi alrededor me decía que lo que había conseguido era estupendo, que me podía sentir orgulloso y, sin embargo, yo me sentía cada vez más insatisfecho. Ya no había forma de ocultármelo a mí mismo.

Me dejaba insatisfecho porque no lo estaba haciendo para mí. Estaba haciéndolo para demostrar que lo podía hacer. A lo mejor suena un poco raro. Yo había estado intentando demostrar durante décadas que era capaz de conseguir eso. Por fin lo había demostrado. Lo había demostrado con creces y de pronto me encontraba perdido. No sabía cuál era el siguiente paso. No sabía qué hacer con mi vida.

Yo había conseguido un éxito que no surgía de mi interior. Estaba intentando responder a unos dictados externos. Y una vez que había conseguido ese éxito, no sabía qué hacer con él, no sabía para qué lo quería y no tenía ni idea de qué pintaba yo allí.

Fue un aprendizaje duro, pero le estoy agradecido porque eso me permitió llegar al punto en que me encuentro ahora. Hubo algo que parecía muy pequeñito cuando lo empecé y, sin embargo, eso fue lo que me salvó.

Por suerte, yo me había permitido siempre respirar un poquito. Había dejado un terrenito para cultivar mis propios sueños. Nunca había perdido de vista mis ideales. Nunca había renunciado a ellos ni los había traicionado. Había empezado una labor como creador que me permitía satisfacer satisfacer algunos deseos y necesidades de mi alma. Al principio era una cosita muy modesta. Era algo que hacía en los huequecitos que me iban quedando libres a lo largo del día.

Yo había empezado a publicar el Blog de Lengua cuando todo el mundo quería tener un blog. Ese era mi espacio personal, en el que me permitía hacer arte con la gramática y conectar con lectores de todo el mundo. Ese blog me trajo la hermosa oportunidad de colaborar profesionalmente en la radio con una sección en Las mañanas de RNE. Estoy inmensamente agradecido por aquella oportunidad. Después vino el canal de YouTube. Esa actividad como creador que había empezado tan modestamente iba ocupando cada vez más espacio en mi tiempo y en mi alma.

Al final decidí arriesgar. Reduje mi dedicación en la universidad. Renuncié a una parte de mi jornada y a casi todo mi sueldo para dedicarme a tiempo completo a mi labor como creador. Cuando tomé esa decisión, me la planteé como algo más que un cambio profesional. Decidí que mi éxito iba a ser vivir a mi manera, haciendo cosas que me gustan y ayudar a personas que valoran mi trabajo.

Por fin estaba consiguiendo guiarme por los dictados de mi alma y no por lo que un tercero pudiera considerar como un logro. Ahora yo decido cuál es mi propio éxito. Esos logros quizás impresionan menos a los demás, pero te aseguro que me ayudan a vivir mejor.

Tú también te puedes regir por éxitos internos o externos. Lo que te puedo decir desde mi propia experiencia es que yo me dejé deslumbrar por lo externo, por el criterio de los demás. Eso no me hizo ningún bien.

Empecé a florecer cuando decidí cuál era mi éxito. Antes de eso, tuve que tropezar más de dos veces en la misma piedra. Salí de ahí con arañazos que hoy son cicatrices; pero aprendí, que es lo que cuenta. Estoy agradecido por todo lo que me ha aportado ese proceso de aprendizaje.

Tú también puedes decidir cuál es tu éxito. Puedes perseguirlo con todas tus fuerzas. Si es verdaderamente tuyo, te va a traer una satisfacción incomparable.

No permitas que nadie venga a aguarte la fiesta imponiéndote un criterio externo. El único patrón con el que debes medirte es el que te fijas tú para ti mismo. Tú sabes mejor que nadie si lo has alcanzado. Que nadie venga a decirte si tu logro es legítimo o si eres un fracasado porque no has conseguido lo que ellos te dicen que deberías conseguir.

Si me preguntas a mí, te diré que lo importante no es si persigues el éxito X o Y. Esta es mi visión personalísima y puedo estar equivocado. Es más, me alegraré si me lo demuestras. Para mí, lo decisivo es si el deseo que te mueve surge de tu interior o si es una zanahoria que alguien sostiene en la punta de un palo.

Si un tercero te mete entre ceja y ceja su idea de éxito, prepárate para correr toda la vida detrás sin alcanzarlo. A mí me pasó. Ahora persigo el éxito que yo me marco y me trae al fresco lo que digan o dejen de decir los demás.