¿Debo registrar mi libro?

¿Debería registrar mi libro? Esa es una pregunta que oigo constantemente, casi siempre en tono angustiado, de peligro, como si fuera a ocurrir algo terrible de un momento a otro si ese pobre autor asustado y asustadizo no actúa al instante. Parece que lo tengo ahora mismo ante mis propios ojos: «¡Tengo que hacer algo ahora! ¡Rápido! ¿Qué hago? ¿Registro mi libro? ¿No lo registro? Mientras no resuelva esto, no puedo publicar. Imagínate que, después del trabajo que me ha costado escribirlo, de pronto llega un desaprensivo y me lo roba. ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!».

Te juro que me duelen los oídos con esa pregunta. Me la han hecho en persona con tono de inquietud. Me la han planteado los alumnos de mis clases colectivas. En cuanto alguien la lanza durante una sesión de Zoom, veo cabecear a sus compañeros Me la han confiado clientes en sesiones de consultoría. Se quedaban paralizados por la duda. La leo en los comentarios de esas redes sociales de nuestros pecados. La huelo en el ambiente. Y el aroma que desprende no es muy agradable, créeme. Es el de alguien que tiene tanto miedo que al final se ca…, ¡se cae de espaldas aterrado!

¿Debo registrar mi libro? Ese libro que es la niña de mis ojos, que he escrito con el sudor de mi mente… Esa es la cuestión y esta es mi respuesta. Haz lo que te dé la gana con tu libro. Yo te voy a contar aquí lo que hago con los míos por si mi experiencia te sirve de algo.

Mi primer libro lo publiqué en 2005: Combinaciones verbonominales y lexicalización. Era mi tesis doctoral. A partir de ahí llegaron otras publicaciones científicas en revistas, libros, actas de congresos… Sobre todo, mi actividad de publicación se acelera a partir de 2007 cuando pongo en marcha el Blog de Lengua. Desde ese año he ido publicando cada vez más y en formatos más diversos: artículos de blog, libros, vídeos, pódcast, cursos, etc.

Libros tengo unos cuantos: la tesis doctoral, No te comas la coma; Manual de acentuación; Guía básica de acentuación; Los dos puntos; Paréntesis, corchetes y rayas; Cursiva, negrita y comillas. Y unos cuantos más que están en preparación. Eso en cuanto a libros. Después los vídeos, cursos, artículos diversos, etc., también son unos cuantos. Te digo esto para que veas que a lo largo de los años he ido generando una propiedad intelectual que soy el primer interesado en defender.

¿He registrado mis obras? Nunca he registrado nada de nada y no lo pienso hacer. ¿Me han copiado? Sí, me copian a diario. Me he encontrado y me encuentro copias parciales o totales de mis obras en multitud de páginas web, en libros, en programas de radio, en periódicos, en vídeos, en esas redes sociales de nuestros pecados, en cursos de terceros, en revistas… A veces son copias descaradas: un corta y pega sin molestarse en disimular. Otras veces son copias con peor intención, las que descolocan una cosita aquí y allá, cambian algunas palabras; pero es el mismo texto que yo escribí y que alguien se está apropiando con nocturnidad y alevosía.

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Me han copiado y me copian a veces para alimentar proyectos personales que no se monetizan ni son monetizables: esa gente que se abre un blog, pero no le apetece escribir; esos aspirantes a youtubers que deciden que es más cómodo copietear los vídeos que ya existen en lugar de aportar algo propio; los que gustan de pontificar en redes sociales y otros púlpitos, pero se topan con la dificultad de que no tienen nada que decir o, por lo menos, no lo encuentran en el interior de su cabeza por más que rebuscan…

Otras veces me copian para vender libros, cursos, conferencias, vídeos, colaboraciones en medios de comunicación variados, todo ello monetizado y bien monetizado.

Además, a lo largo de los años he constatado lo siguiente. Los copiones no solamente no me citan, sino que procuran por todos los medios que nadie se entere ni siquiera de que existo. Claro, porque si la gente me conoce, ellos quedan en evidencia.

Algún día contaré los extremos a que los empuja su mala conciencia para que nadie los vincule conmigo. He sufrido ataques diversos contra mi web y más, más cositas; pero eso daría para un monográfico o para toda una serie. De momento te adelanto que, si de ellos dependiera, me arrojarían al fondo de un pozo y lo sellarían con una piedra. Con eso te lo digo todo. Claro, porque una vez que me han copiado me convierto en un peligro con patas.

Por ejemplo, un buen día una revista científica del Reino Unido me envió un artículo para evaluar. En cuanto me puse a leerlo, me gustó aquello. Me gustaban el estilo y el contenido. Ese texto me estaba gustando tanto que decidí consultar el archivo de mi tesis y, ¡claro!, encontré allí la fuente literal. Me habían copiado un capítulo palabra por palabra. Se lo comuniqué a la revista y echaron atrás el artículo, pero me imagino que después aquel individuo lo colocaría en otra revista o en un volumen colectivo o en un congreso… ¡Vaya usted a saber!

Y, sabiendo esto y habiendo sufrido el plagio en mis carnes, ¿no registro mis obras? ¡No! No las registro y no las pienso registrar porque no sirve para nada. Quien me quiera copiar me va a seguir copiando de manera más o menos descarada. El registro de la propiedad intelectual no es una vacuna contra las copias.

El copieteo siempre ha existido. Existía en la era de la imprenta y se ha visto potenciado en el mundo digital. Cualquier publicación digital se puede copiar, piratear, duplicar, alterar. Puedes poner cien candados a un libro electrónico, a un audiolibro, a un vídeo, a un curso digital… Si alguien está decidido a apropiarse de esos contenidos, lo va a hacer. Lo que un ser humano cierra otro ser humano lo puede abrir.

Quizás te estés preguntando: ¿y no te importa que te copien a diestro y siniestro? Y yo te responderé: me importa y no me importa. A veces me da pena, pero no tanto por mí, sino por esta gentecilla (por no decir gentucilla). ¡Qué pena! ¿No? Andar así por la vida… Yo pienso a menudo en mis copiones y en mis copionas (lo voy a decir así para que vean que soy moderno). Pienso en ellos a menudo; pero, sobre todo, por las mañanas: cuando voy al baño. Me ayuda a depurar el cuerpo y el alma. ¡Qué a gusto me quedo!

Sí, claro que me da rabia que alguien se beneficie de mi trabajo sin que yo reciba ninguna compensación, ningún reconocimiento, nada.

Porque mi trabajo tiene un valor. Cuando alguien compra mi libro, se está produciendo un intercambio de valor. Si alguien está dispuesto a pagar diez, doce, veinte euros por mi libro, eso significa que lo que recibe a cambio vale más para esa persona. Cuando alguien se matricula en un curso y paga por él, lo está valorando. Cuando un escritor contrata una sesión de consultoría conmigo, está mostrando de manera tangible que tiene una alta consideración de mí como profesional.

El trabajo de un intelectual, un escritor, un artista, un creador del tipo que sea tiene un valor y, por tanto, es justo que esa persona reciba una remuneración a cambio. Lo que no cuesta nada no vale nada. Por eso, para mí es un honor, una satisfacción, una muestra de reconocimiento cuando alguien paga por algo que yo he creado. Está demostrando que aprecia mi obra. Ese intercambio económico dignifica mi labor como profesional y como creador.

Por eso, gradualmente, he ido introduciendo contenidos de pago y seguiré avanzando por esa vía. En el conjunto de mis contenidos, siempre ofrezco una parte gratuita y, además, propongo una parte de pago como un plus para quien de verdad valora mi trabajo y está dispuesto a invertir en sí mismo para conseguir una formación, una mejora personal, un crecimiento intelectual, creativo…

Todos mis contenidos son de altísima calidad y no lo digo yo: lo dicen millones de personas que ya se han beneficiado de ellos. Para mí es una fuente de satisfacción personal que alguien vea un vídeo gratuito o que se matricule en un curso de pago. Eso sí, en la parte de pago es donde concentro mis aportaciones más valiosas o, a veces, las más novedosas; pero todas aportan un valor enorme. Es más, quienes se deciden a comprar lo hacen normalmente porque piensan: «Si en lo gratuito me está aportando tanto valor, ¿qué no me ofrecerá en los contenidos de pago?». Y he de decir que el grado de satisfacción es altísimo.

Por eso no me gusta que me pidan cosas gratis más allá de las que yo decido libremente ofrecer. No me siento valorado. Al principio me daba un cierto pudor expresarlo, pero con los años he ido entendiendo que hay que decirlo de la forma más clara y directa posible. «No» es una frase completa. Yo decido lo que ofrezco gratuitamente y lo que son productos y servicios de pago.

Así que ya lo sabes: si vienes a pedirme algo gratis, la respuesta es no. Sobre todo, si me pides que te dedique tiempo. Yo no trabajo gratis. ¿Tu petición implica que yo deje lo que estoy haciendo y me ponga a atenderte a ti? Entonces, tiene un precio, como no puede ser menos. Yo soy un profesional con la máxima cualificación dentro de mi campo y mi tiempo tiene un valor.

Gratis hay lo que hay, que es mucho. En este momento hay más de seiscientos vídeos en el canal de YouTube y más de mil artículos, vídeos y ejercicios en la web del Blog de Lengua. Hay eso porque yo lo he decidido. Y no hay más. Lo demás tiene su precio.

Pero volvamos al tema del registro de la propiedad intelectual. Ya te he dicho que yo no registro nada. Y actúo así por varios motivos. Para empezar, desde el punto de vista legal, no es necesario. Atención: yo no soy abogado y lo que estoy diciendo aquí no es de ninguna manera una forma de asesoramiento jurídico. Se basa en mi experiencia de décadas como autor y creador. Cuando yo escribo un libro, grabo un vídeo o diseño un curso, soy su propietario por el mismo hecho de crearlo. No necesito completar ningún tipo de formalidad adicional. Los derechos de esa obra me pertenecen sin necesidad de registrarla en ningún sitio.

Para continuar, el registro de la propiedad intelectual es eso: un registro. Es un lugar donde queda anotado que yo soy, en principio, el autor de cierta obra. Después veremos por qué añado esa coletilla de en principio. El registro no es una policía de la propiedad intelectual, no es una institución que vaya a exigir a nadie respetar esos derechos. Si alguien viene y me copia mi obra, no va a ir un empleado del registro a decirle: «Oiga usted, ¿adónde va con eso, que no es suyo? Haga el favor ahora mismo de devolverle esos contenidos a su legítimo propietario».

¡No! Si yo registro mi obra y, a continuación, me la copian, copiada se queda. Y yo me fastidio. No puedo acudir raudo al registro de la propiedad intelectual a exigir que me restituyan en mis derechos. O sí puedo, pero me va a dar igual porque esa no es la función del registro.

¿Qué podría hacer yo, como mucho? Podría irme delante de un juez con mi libro, el certificado del registro de la propiedad intelectual, la obra donde me han copiado y un buen abogado. De momento me gasto los cuartos y dedico tiempo, mucho tiempo, a meterme en juicios. Y después el juez ya decidirá si eso es una copia, si no es una copia y si tengo derecho a algo. Por cierto, eso mismo lo puedo hacer sin el certificado del registro porque ese documento ni quita ni pone para que yo sea el legítimo propietario de esa obra. Ese papelito es una simple presunción de autoría.

Yo no sé cómo lo verás tú, pero mi experiencia es la siguiente. Cuando yo veo las noticias (cada vez las veo menos y soy más feliz así), pero cuando las veo, por allí suele desfilar gente que está acusada de robar a lo grande, con estilo. Lo que constato es que esos procesos se prolongan durante años o décadas y muchas veces quedan en nada. Te estoy hablando de gente que mete la mano en la caja a la vista de todo el mundo, de robos escandalosos, cuantificables y demostrables. El dinero casi nunca se recupera.

En cuestiones de propiedad intelectual, las cosas casi nunca son tan claras. Yo todavía estoy esperando ponerme a ver las noticias y que anuncien que el juez ha dado la razón a un escritor o un creador de contenidos que ha denunciado una violación de sus derechos de propiedad intelectual. Y aunque fuera así, habría que ver si al final consigue una compensación y qué compensación es.

¿Quiere decir esto que no hay que defender los derechos? ¡Nada más lejos de mi intención! Hay que luchar por ellos, pero la forma de hacerlo casi nunca es agitar un certificado del registro de propiedad intelectual. Ese certificado no pasa de ser una presunción de autoría, insisto. Significa que, mientras no se demuestre lo contrario, tú eres el autor de esa obra; pero ahí termina su valor.

A veces, la forma de defender los derechos consiste en dirigirse directamente al copión y pedirle que ceje en su actitud. Esa colocación te la regalo: cejar en su actitud. A mí me parece preciosa. Antes de que me lo pregunten, aclaro que hay un artículo sobre colocaciones en el Blog de Lengua.

¡Entonces! Yo voy al copión y le exijo que ceje en su actitud. En mi experiencia, eso suele funcionar; pero es también un empeño fútil en el mundo digital. Retiran una copia de aquí y aparece otra más allá. Tú inténtalo si quieres, pero algo me dice que acabarás cansándote.

Por otro lado, te invito a que reflexiones sobre lo que significa la copia. Cuando alguien te copia, eso indica que tu obra tiene un valor. Es una señal de que vas por buen camino. La copia es inevitable (ya te lo advierto). En cuanto tengas algo de éxito, van a aparecer los copiones. En el mundo actual, lo que debería dar miedo, más bien, es que nadie te copie. Entonces sí que tienes que asustarte. Eso sí que es para echarse a temblar y ahí es adonde yo quería llegar.

El mayor peligro para un escritor no es que le copien. No es que unos piratas desalmados se adueñen de sus escritos sin pagar. No es que se aprovechen de sus ideas sin citarle. El mayor peligro para un escritor es que no le lean.

La mayoría de los escritores del mundo sucumbe a este peligro. Para siempre. No por falta de talento. No por falta de ideas. No por falta de voz propia.

Al final, la copia forma parte de los gajes del oficio. ¿Eso es peligroso? Sí, hasta cierto punto; pero los peligros que te acechan como autor son otros. El mayor es que nadie te lea. Insisto. Y ese se hace realidad para muchos precisamente por el miedo a la copia: «No lo publico, no sea que me lo copien». Sí, pero entonces te estás haciendo daño a ti mismo. Te estás perdiendo lo mejor.

A mí me molesta que me copien. Preferiría evitarlo, pero no puedo. Eso no está en mis manos. Lo que está en mis manos es publicar o no publicar. Esa es la parte que controlo yo. Y yo quiero publicar. He publicado, publico y voy a seguir publicando a pesar de los copiones porque, si no, me disparo en mi propio pie.

Yo sé que la copia es un precio que tengo que pagar por tener visibilidad, por tener relevancia, por tener una voz en la discusión, por tener un impacto en la cultura. El peligro para un autor primerizo, para un escritor que se está estrenando es que el miedo a la copia se convierta en una excusa más para aplazar lo que de verdad da miedo: publicar, exponernos, arriesgarnos a una crítica negativa, correr el riesgo de no vender ejemplares, ponernos a tiro para que se ría la vecina, desnudarnos delante de todo el mundo, ser vulnerables… La fortuna ayuda a los valientes. Eso es lo que yo me digo constantemente y hasta ahora me ha dado buen resultado en la vida. Quien nada arriesga nada gana.

Casi siempre, la cuestión del registro de la propiedad intelectual se convierte en una excusa más para esperar, para no dar el paso. Eso es un peligro cierto y es un peligro al que sucumben a diario cientos o, más bien, miles de escritores. Buscando la seguridad encontrarás el peligro.

Atrévete como yo me atreví, como se están atreviendo tantos a tu alrededor. Si yo puedo hacerlo, tú puedes hacerlo también. Lo que otro consigue tú también lo puedes conseguir.

Déjate de registros y zarandajas, ponte a escribir de una vez ¡y publica!