Sé que escribir un libro puede parecer un reto colosal. Sin embargo, escribir es una habilidad que puedes aprender, como todo en esta vida. Lo más importante es tener algo que contar. ¿Tú tienes ideas? ¿Tienes ganas de contarlas? Entonces sigue conmigo.
El primer libro supone un doble reto. Por un lado, presenta la dificultad inherente a cualquier obra extensa. Por otro lado, tiene un valor fundacional. La importancia de este primer libro está, sobre todo, en adquirir la técnica y en fijar el proceso. Eso es más importante que el resultado en sí.
Si haces las cosas bien, el primer libro te da la llave para escribir los siguientes. En cambio, si caes en los errores sobre los que te voy a prevenir, vas a adquirir unos vicios que te lastrarán a lo largo de tu carrera como escritor.
En el peor de los casos, los errores pueden ser fatales. Muchos autores encallan en este primer libro, que no llegan a terminar. Lo que quiero que sepas es que eso tiene fácil solución. Solamente necesitas tener en cuenta algunos detalles para esquivar el peligro. Conocer ahora los errores capitales te ahorra disgustos en el futuro. Hoy te los voy a señalar para que tú no caigas en ellos.
Para mí, el primer error consiste en intentar escribir un libro demasiado complicado. Lo veo una vez y otra en quienes se lanzan a crear su primera obra. Quieren traer al mundo un texto demasiado difícil. Complican el contenido porque quieren abarcarlo todo. Quieren embutir tantos materiales que el libro crece hasta volverse inmanejable. De hecho, muchos de estos libros que se hinchan y se hinchan nunca se terminan. Se quedan a medias por morder más de lo que un escritor primerizo puede tragar.
La complicación no se limita al contenido. Los escritores novatos suelen enmarañar la estructura con diferentes voces narrativas, saltos temporales, tramas secundarias y hasta terciarias, proliferación de personajes…
La complicación se extiende a la expresión. Eso me lo encuentro constantemente en forma de frases enrevesadas con muchos signos de puntuación, llenas de palabras rebuscadas y, en general, con un barroquismo exuberante. Hacerlo difícil es una tentación que te puede costar cara cuando escribes tu primer libro.
Ahora quiero denunciar dos equivocaciones que tienen que ver con la fase de documentación. Son de signo contrario, pero tan mala es la una como la otra. La más frecuente consiste en documentarse en exceso. Esto es típico: el escritor en ciernes tiende a pecar por exceso más que por defecto.
Supongamos que alguien quiere escribir una novela sobre un policía de Chicago durante el periodo de la ley seca. El impulso inmediato es devorar publicaciones historiográficas, ver documentales, hacer búsquedas en Internet sobre los uniformes, los coches de policía de la época, estudiar cómo se destilaban las bebidas en los sótanos de las casas… ¡Todo! ¡Todo! Querer abarcarlo todo.
Déjame que te diga una verdad dolorosa. No te estás documentando. Estás procrastinando. Te da tanto miedo escribir que prefieres marear la perdiz. Ese trabajo de documentación es una forma de mentirse a sí mismo. Es justificarse diciendo que está uno haciendo el trabajo previo para escribir el libro. En realidad, evitas el pánico de ponerte a escribir. Prefieres dejar pasar un día tras otro mientras estudias detalles irrelevantes.
Por otro lado, esto de documentarse es entretenido. Es más divertido enredar en Internet que remangarse y ponerse a aporrear el teclado para escribir. A mí también me ha ocurrido. No lo juzgo. Te aviso del peligro porque yo lo conozco. Está ahí. Es real. No tienes necesidad de tropezar en esa piedra.
El descuido contrario consiste en no documentarse. Casi siempre, vas a tener que pasar por una fase de documentación en la que averigües detalles que necesitas fijar y comprobar, incluso si escribes sobre un mundo o un tema que, en principio, dominas. Tan malo es documentarse demasiado como no documentarse en absoluto. En cuestión de documentación, el error puede venir lo mismo por exceso que por defecto.
Ahora viene uno de mis deslices favoritos. Entono el mea culpa porque yo lo conozco bien. Tardé décadas en quitármelo de encima. Me ha hecho perder horas incontables. ¡Darle un formato bonito al documento antes de empezar a escribir! Se sienta uno delante del ordenador, abre el procesador de textos y empieza a buscar un tipo de letra que refleje el espíritu del texto, que seduzca al lector… Ya que nos ponemos, ajustamos los márgenes para que darle empaque a la página. Seleccionamos un interlineado que aporte armonía y facilite la lectura y, en general, perdemos horas sin cuento con tonteriitas de formato.
Déjame que te desengañe. Cuando te enfrascas en esas preciosidades, no estás dándole formato al libro. Estás procrastinando. Es más entretenido enredar con los tipos de letra que hacer el trabajo duro de escribir un libro. Y encima tiene la ventaja de que se queda uno con buena conciencia: “No, no estoy perdiendo el tiempo. Estoy sentando las bases de una obra con un aspecto bello, armonioso y elegante”.
También está el error contrario: no entender cómo funciona el procesador de textos, sobre todo, no comprender cómo funcionan los estilos del procesador de textos. Es un pecado capital del que pocos son conscientes al principio. Al final del proceso, cuando el libro está terminado, costará muchas horas resolverlo. Si son horas tuyas, es tiempo que vas a quitarle a tu vida y que podrías dedicar a otros menesteres. Y si son horas de un profesional, es un coste monetario que tendrás que asumir. ¡Los estilos del procesador de textos! ¡Acuérdate de lo que te digo! Son unos minutos antes de ponerte a escribir y te ahorran infinidad de horas de trabajo tedioso más adelante.
Si te das cuenta, muchos de los pecados del escritor inexperto van por el camino de esperar, frenar, evitar… Todos hemos buscado excusas para perder un poco más de tiempo, para esperar un día más, una semana más, un año más. Todavía no sé lo suficiente… Ahora estoy muy liado con el trabajo… Cuando mis hijos sean mayores… Cuando pueda por fin encerrarme un día entero a escribir… Siempre hay una excusa para retrasar el trabajo. Pueden ser unos minutos, unas horas, unos años que quizás se convierten en décadas. En casos extremos llega a ser toda una vida. Ahora no. Luego. Todavía no lo tengo claro. Ahora no tengo tiempo…
Otro error es preguntar a mucha gente. Todos nos sentimos inseguros cuando escribimos y, en general, cuando intentamos algo nuevo. Nuevamente, yo lo sé porque he pasado por ahí. Todos nos sentimos vulnerables cuando intentamos crear algo nuevo y original. Una de las respuestas humanas ante esta situación es pedir opinión a todo el que encontramos a nuestro alrededor, dar a leer el manuscrito a mucha gente y, además, dárselo justo en el momento en que deberías estar leyéndolo solamente tú.
Lo siento, pero tu vecina, tu primo, el hijo de tu peluquero no te pueden ayudar. Ellos no saben lo que tu libro necesita. En el mejor de los casos, te darán una palmadita en la espalda para animarte. En el peor de los casos, te ofrecerán consejos contraproducentes.
El error contrario consiste en no preguntar a nadie. Cualquier libro se beneficia de la opinión informada de personas que están capacitadas para orientar. Eso vale para cualquier libro, pero puede ser crucial cuando escribes el primero. Un comentario acertado te revela en en unos minutos los puntos ciegos que a ti se te escaparían durante décadas. Una revisión que merece el nombre de tal te proporciona elementos de juicio para llevar tu manuscrito a un nivel que no podías imaginar. Tan malo es preguntar a todo el mundo como no preguntar a nadie.
Otro error es querer hacerlo todo uno mismo. La sociedad actual es la más compleja de la historia. Hemos llegado a un grado de desarrollo técnico y cultural que ha añadido muchas capas a cualquier actividad humana. A mí esto me lo demostró hace unos años un amigo con ayuda de un bolígrafo como este.
Esto que tengo aquí en la mano es un bolígrafo normalito, barato, de plástico, de los de usar y tirar. No les damos importancia. Están por todas partes. Es el tipo de bolígrafo más simple que existe. Y, sin embargo, no hay una sola persona en el mundo que sepa todo lo necesario para fabricar un bolígrafo como este. Hay que combinar los conocimientos de muchas mentes para fabricar esto.
¡Un libro! ¡Piensa en un libro! Es infinitamente más complejo que un bolígrafo desechable. Es un producto cultural con miles de años de tradición. Es complejo en el nivel textual. Es complejo como objeto. Hay toda una serie de convenciones bibliológicas que determinan la forma canónica del libro como objeto. Saber plantear la pregunta es tener la mitad de la solución. A veces, la pregunta no es “¿Cómo hago esto?”, sino “¿Quién me puede ayudar con esto?”.
Es típico de escritor primerizo el comprarse todos los libros de escritura creativa que en el mundo han sido. Entiéndeme: un buen libro de escritura creativa puede ser una ayuda inestimable. El problema empieza cuando nos dedicamos a leer uno y otro y otro y otro… Es una forma como otra cualquiera de diferir la escritura. Dedicamos el tiempo a pensar en escribir. Aplazamos el trabajo a cuando estemos preparados, cuando leamos este otro libro, cuando nos llegue el que hemos encargado en nuestra librería de confianza…
Un error fatal cuando uno empieza consiste en compararse con los grandes de la historia de la literatura. La experiencia me enseña que, en general, en esta vida, compararse con los demás es una mala estrategia. Créeme. Yo he estado ahí. Eso es así en general. Y en particular, si empiezas a compararte con Cervantes, con Shakespeare, Goethe, Flaubert, Dostoievski, Proust, Joyce, etc., de ahí no va a salir nada bueno. Es más, ni siquiera te conviene compararte con tu cuñada, que ha escrito un libro y lo presenta esta semana, con ese autor que acumula ya unas cuantas reseñas de cinco estrellas… No te compares. Hazte un favor: no te compares con nadie.
Un error capital consiste en carecer de un proceso de escritura. Cuando me consulta alguien que va a escribir su primera obra, me gusta hablar en primer lugar sobre el proceso. Nos reunimos con tranquilidad, lo estudiamos juntos, lo diseñamos y lo adaptamos a las circunstancias de esa persona. Ese es el punto de partida. Un autor que tiene un proceso y que lo sigue es un autor que escribe y completa sus libros.
Una trampa que acecha a al escritor inexperto es escribir cuando encuentra un hueco. ¿Cuál es la manera más segura de no escribir? Esperar a que quede un rato libre a lo largo del día. Nunca vas a tener tiempo. El tiempo no se tiene. El tiempo se hace. El tiempo se crea.
Un fallo que puede perjudicarte en tu escritura es que los árboles no te dejen ver el bosque: obsesionarse con los detalles hasta perder la visión de conjunto. Es fácil caer en este error, sobre todo, para quienes pecamos de perfeccionismo. Una vez más, te lo digo por experiencia.
Un error que te acabará costando caro es olvidarte de las copias de seguridad. ¿Quieres ver una cara de sufrimiento? Entonces busca a un autor que no hizo copias de seguridad de su libro y, de pronto, se encuentra con que le ha fallado el ordenador o se le han borrado los documentos o le han robado el portátil ese precioso que se había comprado para escribir el libro. Es más frecuente de lo que te imaginas. Créeme: tú no quieres ser ese escritor que se quedó sin libro por descuidar las copias de seguridad.
Un error es proponerse leer todo lo que se ha escrito en tu género, esperar a haber leído a todos los grandes autores, todas las obras que han marcado el género. Pero cuidado, tan malo es eso como escribir desde una posición de ingenuidad, desde el desconocimiento absoluto. En el medio está la virtud.
Un error garrafal es proponerse escribir un gran libro. Tu primer libro no va a ser una obra inmortal. Olvídate. No va a ocurrir. La función de un primer libro no es catapultarte a la fama ni hacerte pasar a la posteridad. El valor del primer libro está en escribirlo.
Otro error que me encuentro a menudo es ser incapaz de poner punto final a esa primera obra. Es más común de lo que te imaginas. Hay que saber cuándo ha llegado el momento de dar un libro por terminado. Hay que tener el valor de decir: “Hasta aquí he llegado”. Tu manuscrito va a mejorar si lo trabajas, pero llega un momento en que ya no merece la pena. Las mejoras van a ser marginales. Hay que tener el valor, la humildad y la claridad mental para saber cuándo ha alcanzado uno ese punto.
Y ahora te voy a confiar el error más grave que puedes cometer con tu primer libro: no escribirlo. Ese primer libro es la clave para todo lo demás. Es la llave que abre y que cierra. Es la primera piedra del edificio de tu carrera literaria. Es el primer hijo de tu espíritu y de tu mente. Es una criatura tierna y delicada. Hay que traerla al mundo y aprender a quererla con sus virtudes y sus defectos.
Por favor te lo pido: escríbelo. Escribe ya tu primer libro.