¡Errores, errores y más errores! Nos asedian los errores de vocabulario. ¿Tú quieres utilizar el vocabulario correctamente? ¡Acompáñame!
Veo a la gente a mi alrededor cruzando palabras, mezclándolas, revolviéndolas y resulta que ni siquiera se dan cuenta. ¿Te estará pasando a ti? Asegúrate de leer este artículo hasta el final para que no te pase como a los de la luz genital.
Estos errores suceden porque la gente confunde el origen de las palabras. Son errores por falsa etimología. Eso en sí es una contradicción in terminis. Es una paradoja porque la palabra etimología etimológicamente es ‘significado verdadero’.
Fíjate qué bonito: estamos haciendo aquí metaetimología. Estamos observando la etimología de la palabra etimología. A mí me entra hasta vértigo o, como dicen algunos, me explota la cabecita. ¡Claro! La etimología consiste en rastrear el origen de las palabras. El término etimología viene del griego étymon, que, traducido, equivale a ‘significado verdadero’.
Yo soy un enamorado de la etimología. Si tú conoces los orígenes de las palabras, aventajarás a quien carece de ese conocimiento. Ese es un beneficio práctico que te aporta la etimología. Además, ese conocimiento es bello en sí. Es una fuente de inspiración intelectual y artística para quienes poseen una sensibilidad por el lenguaje, para quienes aman las palabras y sus historias.
Qué es la falsa etimología o etimología popular
Yo hoy estoy aquí para llamar la atención sobre la falsa etimología o etimología popular, que le pone la zancadilla al más pintado.
Evidentemente, esto afecta a los términos cultos. A veces, la gente quiere utilizar palabras porque les suenan importantes. El peligro está en morder más de lo que pueden masticar. El problema en sí no está en utilizar el término adecuado en el momento justo. Precisamente, ese es el ideal. Los tropezones vienen cuando queremos revestirnos de unos aires intelectuales que quizás nos vienen grandes.
Por ejemplo, la palabra ilación es un término culto. La ilación es la trabazón y coherencia que se da entre las partes de un texto. El autor chileno Jorge Edwards lo emplea correctamente en su obra El orden de las familias:
(1) Olvidaba las cosas más elementales […] y hablaba con escasa ilación.
Está hablando de cierta persona que tiene un discurso incoherente. Falta la conexión lógica en lo que está diciendo. Ilación (aquí viene lo interesante) se escribe sin hache. ¿Qué ocurre? Que esto lo oye alguien y dice para sus adentros: «‘Ilación’, qué culto, cómo me gusta. Esto lo suelto yo mañana venga a cuento o no». Pero cuando lo suelta al día siguiente, lo cruza con el sustantivo hilo. Se hace un lío con el hilo (nunca mejor dicho). Y entonces lo transforma en hilación (¡con hache!).
Estas alteraciones son muy comunes. Son errores que puedes evitar siguiendo el Blog de Lengua o, si no estoy yo por aquí cerca, consultando rápidamente al diccionario, que para eso está.
¿Por qué caemos en estas trampas?
Las falsas etimologías son explicaciones que busca la gente cuando quieren utilizar palabras o expresiones que les vienen grandes o, simplemente, que rompen la lógica interna que a ellos les gustaría encontrar en el vocabulario.
Sucede algo que a mí me resulta fascinante. Desde pequeñitos nos hemos acostumbrado a oír palabras que no comprendemos. Cuando damos nuestros primeros pasitos en el planeta, no entendemos nada de nada, pero queremos comunicarnos con los mayores. Por eso, nos esforzamos y así, poco a poco, vamos apropiándonos las palabras que oímos a nuestro alrededor.
Sin embargo, el vocabulario tiene una riqueza inabarcable. Ningún ser humano puede llegar a dominar todas las palabras del idioma. Ni siquiera los especialistas. Yo me dedico profesionalmente a esto. Soy filólogo de formación. Leo todo lo que puedo. Soy fan de los diccionarios. Así y todo, cada dos por tres me tropiezo con palabras que desconozco o con nuevas acepciones de términos que creía dominar. Esto no me genera especial angustia ni a mí ni a nadie porque los seres humanos venimos equipados de fábrica para soportar estas situaciones.
Lo que no nos gusta normalmente es decir cosas que no entendemos. Digo normalmente porque eso es así para la mayoría de los mortales. No obstante, cuando leo comentarios en esas redes sociales de nuestros pecados, descubro con asombro que hay una parte nada desdeñable de la humanidad a la que le encanta decir cosas que, evidentemente, no entiende.
Mi hermano siempre dice que habría que añadir una cuarta respuesta a las encuestas. Tú sabes que muchas encuestas dan tres opciones:
- Sí
- No
- No sabe/no contesta
Según mi hermano, habría que añadir No sabe, pero contesta. ¡Y qué razón tiene! El no sabe, pero contesta es un fenómeno que siempre ha existido, pero que en nuestros días se ve amplificado por los intereses comerciales de ciertas plataformas.
A veces la gente intenta utilizar palabras o expresiones cuya estructura les resulta complicada o, directamente, incomprensible. Entonces se dejan llevar por el impulso de hacerlas encajar en los moldes que les resultan familiares ¡aunque sea a martillazos! En el fondo, lo que intentan es darles sentido, arrojar luz sobre lo que se les antojaba oscuro.
Muchos de estos errores vienen por intentar deslumbrar al personal, por el deseo de presentarse ante el mundo como personas cultas, como gente interesante, muy leída y muy escribida…
Palabras individuales
Muchas de estas patadas al diccionario afectan a palabras individuales. Te voy a presentar aquí las más importantes.
El aereopuerto
Este es el primero. Aeropuerto es un tecnicismo que se ha integrado en la lengua general. Está formado por dos elementos. Por un lado, está puerto, que es una palabra castellana perfectamente transparente. Pero, además, incluye el prefijo culto aero-. Ese elemento procede directamente del griego aéros (‘aire’).
Ahí es donde empezamos a patinar porque esa forma resulta un tanto extraña para los moldes lingüísticos castellanos. Por eso, muchas personas alteran la palabra y la convierten en aereopuerto.
El prefijo culto aero- lo cambian por un adjetivo que les resulta más claro: aéreo.
Quien introduce esa e adicional está intentando dotar a la palabra de sentido. Viene a ser como decirse: «Ah, claro, eso es un puerto aéreo. Será como los puertos del mar, pero para naves de esas que se desplazan por el aire».
Sí, la idea es correcta, pero no la forma. Lo que nos hace falta ahí es el prefijo y no el adjetivo.
¡Marchando una bayonesa!
Existe una conocida salsa que se denomina mayonesa. También se la puede llamar mahonesa. Eso va a gusto del consumidor.
La segunda variante acentúa la idea de que este condimento pudo inventarse en Mahón, que es la capital de la isla de Menorca (destaco la palabra pudo porque no hay certeza). Cualquiera de las dos variantes es válida. La que no vale para la salsa es esta otra: bayonesa.
Una bayonesa es un bollo que está formado por dos planchas de hojaldre con un relleno de cabello de ángel. A mí me encantaban las bayonesas de pequeño. ¡Y me encantan! Tengo que confesarlo. A mí no me pongas un bollo delante porque me lo como.
Cada cual tiene sus tentaciones y debilidades. Algunos disfrutan de las suyas en copa de balón o vaso de tubo… Las mías casi siempre son para mojar en el café. Yo no puedo tener bollos en casa porque si los veo, me los como. Si no los veo, no me acuerdo de ellos y vivo tan feliz, pero si me los pones delante ¡me los zampo! ¡Algún vicio hay que tener!
¿Por qué hay quien recicla la palabra bayonesa para nombrar a una salsa a base de huevo y aceite? Porque les suena a francés y todo lo francés parece que es más fino, sobre todo, en cuestiones gastronómicas. Están intentando explicarse el origen de ese condimento. Es fácil imaginarse que una salsa internacional se haya inventado en una ciudad francesa como Bayona.
Todo un clásico: preveer
Preveer es un clásico que no puede faltar en una antología de errores lingüísticos. La forma correcta es prever, naturalmente.
El error se produce por las malas compañías, en este caso, la de proveer. El verbo prever está formado sobre ver y se conjuga exactamente igual que este. En cambio, ya sabes que proveer sigue el modelo de leer. Y si no lo sabías, te lo digo yo.
¿Me pone un curasao a la plancha?
El francés croissant se refiere a un delicioso bollo de hojaldre. Los buenos se hacen con mantequilla. Mira que en España tenemos una buena gastronomía. Sin embargo, en cuestión de cruasanes disponemos de un amplio margen para mejorar (por decirlo de forma diplomática). Esos cruasanes a base de sebo, resecos… A mí solamente de verlos ya se me revuelven las tripas. ¡Qué horror!
Pero ya me estoy yendo por las ramas. Zapatero a tus zapatos. Voy a centrarme en el vocabulario, que es lo mío. El término francés se castellaniza como cruasán, es decir, se escribe tal como suena (no croasán, cuidado, que eso no es ni francés ni español, y tampoco croisán; la castellanización es cruasán).
Y ahora viene el fallo por falsa etimología. Hay quien lo deforma por influencia de cura (‘sacerdote’) y lo convierte en curasán.
Alguna vez, incluso, me lo he encontrado convertido en curasao.
Ahí intervienen dos factores. Por un lado, la confusión con el licor. Eso es propiamente el nombre de una bebida que se aromatiza con corteza de naranja. Por otro lado, en España tenemos la costumbre de comer ese bollo a la plancha. O sea, el sebo, el azúcar y las harinas refinadas del cruasán patrio vamos y los restregamos bien por una plancha de asar donde han derretido previamente medio kilo de margarina. Eso después te lo sirven calentito y tú le añades bien de mantequilla (en el mejor de los casos) o más margarina todavía (en el peor). ¡Nueve de cada diez cardiólogos lo recomiendan, señoras y señores!
Eso sí, luego, para compensar, el café van y se lo piden al camarero con sacarina: «A mí uno con leche, pero me pones sacarina». En fin, ¡ya me he estoy desviando otra vez del tema! Contente, Alberto: «No juzguéis y no seréis juzgados».
Lo que me interesa es que esa costumbre tan española, tan castiza, tan de cafetería de toda la vida… lleva a asociar este bollo con la idea de asar. Es como si la gente dijese en su fuero interno: «Un cruasán, un curasán… ¡un curasao!». Una tía mía, por cierto, siempre contaba el chiste del curasao a la plancha y la putatita frita. Otro día, si me acuerdo, lo contaré, pero ahora voy a seguir, que se nos va el santo al cielo.
¡No te atiforres!
Atiborrarse es comer hasta hartarse. Se deforma por influencia de forro. De ahí sale ese atiforrarse popular. La idea es que uno se forra por dentro a base de comer. Hay que comer cosa que se pegue al riñón, como decía otra tía mía. Hoy va a desfilar por aquí toda la familia: mi hermano, mis tías…
A la interperie
Dormir a la intemperie es hacerlo a cielo descubierto, es decir, expuesto a las inclemencias del tiempo. Muchas personas deforman esa expresión y la convierten en esto otro: a la interperie.
Eso sucede por influencia del prefijo inter-, que es el que encuentras en palabras como internacional, interactuar, etc.
Un grito ostentóreo
Un grito estentóreo es un grito atronador. Mira qué bien lo usa mi queridísimo Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, concretamente, el que se titula 7 de julio:
(2) Cualquier extraño que asistiera a recepción tan ceremoniosa y oyese los estentóreos vivas […] habría creído que aquellos distinguidos tenientes y capitanes, tan bien peinados, venían de conquistar medio mundo.
El ejemplo da a entender que las personas que asisten a la ceremonia gritan viva con voz atronadora.
Este adjetivo guarda el recuerdo de un personaje de la Ilíada: el heraldo Estentor, que con su voz de bronce podía gritar tanto como cincuenta hombres juntos. Eso le permitía alertar al ejército griego durante el cerco de Troya. Esta versión es incorrecta: ostentóreo.
Surge por un cruce con ostentoso (‘de apariencia lujosa, grandiosa’).
¡Está en la cinta!
Decimos que una mujer está encinta cuando está embarazada. Hay quienes dividen el adjetivo incorrectamente en dos palabras porque creen reconocer en su interior la palabra cinta.
Expresiones de más de una palabra
También hay expresiones formadas por más de una palabra. La etimología popular puede deformar fácilmente palabras individuales, pero también afecta a expresiones que constan de varias palabras.
¡Qué desastre! El cajón desastre
Por ejemplo, existe esta expresión figurada: cajón de sastre.
Un cajón de sastre es un conjunto de cosas diversas y desordenadas. La imagen que hay detrás es ese cajón de las sastrerías donde se acumulan sin orden ni concierto agujas, hilos, tijeras, dedales, trozos de tela… Juan Eslava Galán utiliza la expresión de manera impecable en su obra Historia de España contada para escépticos:
(3) En el segundo milenio a. de J. C., la península ibérica era un cajón de sastre en el que coexistían distintas comunidades, unas más adelantadas que otras.
El ejemplo te está hablando de que en la antigua península ibérica había una mezcla heterogénea y desordenada de pueblos con diferentes características.
Muchos hablantes no perciben la imagen del cajón de una sastrería. En lugar de eso, alteran la expresión para que les resulte más clara:
(4) Esto es un cajón desastre.
La idea que prevalece es que se trata de un cajón donde hay mucho desastre, es decir, mucho desorden. Esto nos puede llevar a tropezar rápidamente al escribir.
Se le saltaban los tornillos
La expresión desternillarse de risa se suele alterar. Lo correcto es esto:
(5) Tu prima se estaba desternillando de risa.
Desternillarse de (la) risa es reírse mucho. La imagen subyacente es que se ríe uno tanto que se le rompen las ternillas. Ternilla es el término coloquial para referirse a los cartílagos. Quienes no reconocen esta imagen, la alteran así:
(6) Tu prima se estaba destornillando de risa.
Ahora, a la prima se le saltan los tornillos cual monstruo de Frankenstein. Esto es incorrecto. Podría llegar a ser pasable en la lengua coloquial y familiar. Sin embargo, no es presentable de ningún modo en el lenguaje esmerado. En el momento en que empiezas a escribir así, pierdes la credibilidad ante tus lectores.
Cuidado: Ese lector puede ser el lector de un libro; pero, en el mundo actual, es posible, más bien, que lea una de tus publicaciones en redes sociales o en un correo electrónico que le envías.
Tú sí que estás atacada
Algo parecido ocurre con esta expresión:
(7) Vamos a resolver dos problemas de una tacada.
Esto es una imagen procedente del juego del billar. La tacada es el golpe que le damos a la bola con el taco. Algunas personas la alteran así:
(8) Vamos a resolver dos problemas de una atacada.
Lo que prevalece ahora es la idea de ‘atacar’. Tiene su lógica: vamos a resolver dos problemas atacándolos al mismo tiempo. Además, esto se refuerza por una característica de la pronunciación. Las dos aes que entran en contacto se pronuncian como si fueran solamente una. Por lo general, estas dos secuencias se pronuncian igual:
(9) una tacada
(10) una atacada
Así es como suenan:
(11) [únatakáda]
Cuando leo esto de una atacada, yo siempre pienso: «¡Tú sí que estás atacada, bonita!».
Mi favorito: la luz genital
La luz cenital es la que se recibe desde el techo. Te muestro un ejemplo correcto (Agustín Sánchez Vidal: La llave maestra):
(12) Al pasar bajo el rayo de luz que cae de lo alto de la bóveda, distingue primero la larga melena rubia que se desparrama sobre los hombros. Después, los rasgos de su rostro adolescente, endurecidos por la luz cenital.
En el ejemplo se percibe claramente que estamos hablando de una luz que cae desde lo alto de la estancia. Hay quien convierte la expresión en esto otro:
(13) luz genital
La luz genital podría existir, naturalmente; pero sería otra cosa. Esa versión es digna de una antología del disparate.
El antídoto
¿Y cuál es el antídoto contra las falsas etimologías? El antídoto a medio plazo contra los tropezones por etimología popular consiste en leer, leer mucho. Cuando uno se encuentra a diario con palabras y expresiones bien escritas, va asimilando sin esfuerzo su forma correcta. El tiempo dedicado a leer textos con calidad editorial es una de las mejores inversiones que puedes hacer para escribir mejor.
El remedio inmediato está en consultar el diccionario con asiduidad. Yo lo consulto constantemente porque cuanto más estudio, más me doy cuenta de todo lo que me queda por aprender.
Ten en cuenta que los correctores automáticos no detectan fácilmente las falsas etimologías porque a menudo estamos introduciendo palabras que parecen estar bien formadas. El problema está en que no corresponden a ese contexto.