¿Quién no se ha encontrado alguna vez un animalito acurrucado en un rincón? ¿Y si te dijera que algunos de ellos se refugian en el interior de las palabras y que han montado allí una hermosa madriguera con todas sus comodidades?
Quien quiere escribir debe estudiar las palabras para desentrañar su significado. Solo así sabrá tratarlas con el respeto y cariño que se merecen. Solo así conseguirá que quieran trabajar para él. Quien ignore esta advertencia pasará toda la vida peleándose con ellas.
Acompáñame, vamos a descubrir las sorpresas que se ocultan en el interior de las palabras.
El músculo
La palabra músculo encierra un ratoncillo en su interior. Digo ratoncillo porque esa palabra es históricamente un diminutivo.
En latín, ratón se decía mus, muris. Su diminutivo era musculus. El musculus romano era un ratoncito.
¿Pero qué tienen que ver los músculos del cuerpo con estos simpáticos roedores? Muy sencillo. Dobla el brazo. ¿No ves que el bíceps forma un bulto? Todos nos hemos divertido con eso de pequeños. Cuando yo era niño, los críos decíamos: “¡Saca bola!”. Fíjate en la idea que hay detrás de esa expresión: llevas una bola escondida en el brazo y la sacas cuando quieres. En la antigua Roma, la gente imaginaba un ratoncito que asomaba de vez en cuando.
La canícula
Cuando los termómetros amenazan con reventar a mediados del verano, se dice que ha llegado la canícula. En cierto modo, este sustantivo es una caseta para perros.
En latín perro se decía canis. El diminutivo femenino era canícula. La canícula era una perrita.
¿Y qué tiene que ver este animalito con los calores veraniegos? La respuesta la hallarás en el cielo. La perrita en cuestión es la estrella Sirio. Es la que más brilla dentro de la constelación del Can Mayor. En la Antigüedad clásica, los días más calurosos del año coincidían con con el periodo en que Sirio se alzaba y se ocultaba al mismo tiempo que el sol. Esas fechas iban del 22 de julio al 23 de agosto.
Sin embargo, los milenios no pasan en balde. La perrita Sirio va retrasando cada vez más sus paseos celestiales. En nuestros días, menea la colita al ritmo del sol hacia finales de septiembre.
El pedigrí
¡Sigamos con los perros! El pedigrí es la genealogía de un perro de raza o de un caballo de carreras. Sin embargo, debajo de esta palabra hay una grulla que asoma la patita. Anidó allí en la Edad Media.
Para nosotros, pedigrí es un préstamo del inglés pedigree. El pedigrí es el árbol genealógico de un animal. Sin embargo, los ingleses no inventaron la palabra ellos mismos, sino que la tomaron prestada del francés pied de grue, que significa literalmente ‘pie de grulla’.
Imagínate un árbol genealógico. Ahí encontrarás unos puntos que representan personas (en este caso, animales). De cada punto salen varias líneas que se abren en abanico. Es la manera de representar la descendencia. Esa figura parece la patita de una grulla. Es como si el animalito se hubiera paseado por el papel y lo hubiera cubierto de huellas.
Por cierto, no se acaban aquí las grullas. ¡Hablemos de los geranios!
El geranio
En griego, géranos significa ‘grulla’. ¿Por qué se le dio este nombre a una flor? Porque el fruto recuerda el pico de una grulla. Esta misma imagen está presente en la palabra inglesa cranesbill. Literalmente, significa ‘pico de grulla’, pero se refiere al geranio.
El bidé
El bidé lo inventaron en Francia (¿dónde si no?). Hay que reconocer que uno adopta una postura poco airosa mientras utiliza este artilugio. Es como si estuviéramos cabalgando a lomos de un caballo. Los franceses, que siempre le sacan punta a todo, lo llamaron bidet por este motivo. En francés bidet significa ‘caballito’.
Ya sabes: el bidé es un caballito, un poni sobre el que trotamos en pos de la higiene (¡tan difícil!) de las partes más delicadas de nuestra persona.
El alfil
Los árabes no solamente nos aportaron vocabulario. También trajeron a la península ibérica conocimientos y objetos procedentes de culturas lejanas con las que habían entrado en contacto durante su expansión medieval.
Gracias a ellos conocimos el ajedrez. El juego intelectual por excelencia se inventó en la India. Desde allí llegó a Persia, donde los árabes lo conocieron y se enamoraron de él. Por eso lo introdujeron en Al-Andalus.
El alfil es un elefante. Este nombre está formado por dos palabras árabes: al ‘el’ y fīl ‘elefante’. Esta última la tomaron prestada del persa pīl ‘elefante’.
En el primitivo juego del ajedrez, la figura del alfil representaba un elefante. El ajedrez es un juego de estrategia y los indios utilizaban los elefantes en la guerra. La pieza se fue estilizando y por eso hemos dejado de reconocer en ella el animal.
Fíjate en el alfil de la imagen. Es una pieza del siglo XV. ¿No ves que las puntas son los colmillos del animal? El alfil moderno conserva una hendidura como vestigio de su antigua forma.
La tragedia
En la antigua Grecia, la tragedia era el género teatral más elevado. Este espectáculo purificaba las pasiones del espectador. En ella, el ser humano se enfrentaba a un destino implacable.
Sin embargo, lo que oculta en su interior es una cabra. El sustantivo griego tragoidía significa literalmente ‘el canto de la cabra’. De hecho, hace años, hubo un teatro en Madrid que se llamaba El Canto de la Cabra (ya te puedes imaginar por qué). En griego, trágos es ‘cabra’ y oidía es ‘canto’. Piensa en una oda, que es un poema, y pertenece a la misma familia.
¿Y qué tienen que ver las cabritas con una forma teatral tan excelsa? Hay varias hipótesis. La primera tiene que ver con el culto dionisiaco. Los adoradores del dios Dioniso entonaban en sus ceremonias unos cánticos que culminaban con el sacrificio de una cabra.
También se especula con otra posibilidad. Quizás en los certámenes teatrales se entregaba una cabra como premio.
El gran Sebastián de Covarrubias, de quien ya te he hablado en otras ocasiones, se refiere así a la tragedia en su Tesoro de la lengua castellana o española:
TRAGEDIA, una representación de personajes graves, como dioses en la Gentilidad, héroes, reyes y príncipes, la cual de ordinario se remata con alguna gran desgracia. Díxose tragedia, del nombre tragos, porque al principio que se introduxo este género de poema daban por premio un macho cabrío, o según otros (que se tiene por más cierto) un cuero de vino, que como a todos consta, es el pellejo de un macho cabrío. Lo cual da a entender Horacio en el Arte Poética.
Amilanarse
Amilanarse es acobardarse. Este verbo recuerda inmediatamente el nombre de un ave rapaz: el milano. No es casualidad. ¿Qué es lo que le pasa a un pollito al que se le echa encima un milano? Que se queda paralizado por el miedo. Eso es ni más ni menos lo que le pasa a quien se amilana.
No te amilanes ante las palabras. Dominarlas depende de ti. Yo estoy aquí para ayudarte a conseguirlo.