Liechtenstein es un pequeño principado de habla alemana situado entre Suiza y Austria.
Hasta aquí, todo bien. El problema viene cuando tenemos que pronunciar su nombre.
Una forma levemente castellanizada es “líj-tens-tain” (la jota suena como jota).
Otra solución, quizás la menos lucida pero la más honrada, es pronunciarlo tal como se escribe. Es algo que siempre se ha hecho en los territorios de habla española y, al fin y al cabo, uno no tiene por qué conocer todas las lenguas del mundo.
He oído muchas veces decir “liéchestein”, quitando la sílaba -ten- y convirtiendo el principio en una especie de cruce entre leche y lichi. Esta parece ser una forma especialmente apreciada por los comentaristas deportivos, pero no parece que sea la más aconsejable.
La pronunciación exacta en alemán (para quien tenga conocimientos del alfabeto fonético internacional) es [ˈlɪçtənʃtaɪn]. Tampoco parece muy aconsejable en nuestra lengua porque contiene un par de sonidos palatales que nos resultan extraños: [ç] y [ʃ]. El primero es peculiar del alemán. Para entendernos, podríamos describirlo como una jota que se articula en una posición más adelantada. El segundo es el mismo sonido que encontramos en inglés she o francés chez.
En cualquier caso, la pronunciación de palabras extranjeras es un problema complicado para el que no hay una regla general en castellano.
Efectivamente, uno no tiene por qué conocer todas las lenguas del mundo. Sin embargo he vivido en otros países de Europa en los que al menos los trabajadores de los medios de comunicación realizan el esfuerzo de informarse o de ser informados respecto a cómo se pronuncian los nombres extranjeros, de manera que transmiten al oyente o televidente una fonética bastante correcta o aproximada del original. En España esto no es así, de manera que hay que sufrir cosas como /máikel sumáker/ o, lo que es mucho peor, la pronunciación incorrecta de palabras de otras lenguas españolas. Es exigible que los profesionales de la comunicación corrijan cuanto antes este evidente síntoma de incultura y, en el último caso al que me refiero, de desprecio por el propio patrimonio nacional.