Si nos fijamos en el sustantivo guardés, nos daremos cuenta de que tiene una forma poco habitual para el castellano. Esto es así porque se trata de una formación regresiva a partir del femenino guardesa.
El par originario era guarda y guardesa. Este femenino presenta la misma terminación -esa que encontramos en abadesa o condesa. Solo un puñado de sustantivos forman así el femenino y suelen pertenecer a registros cultos. Es probable que a muchos hablantes les sonara raro. Los hablantes de cualquier lengua no suelen tener mayor inconveniente en oír cosas que no entienden. Están acostumbrados desde pequeñitos. Lo que no soportan es decir cosas que no entienden. Cuando se encuentran en ese brete, buscan una explicación a su manera.
En el caso que nos ocupa, la solución fue inventarle a guardesa un masculino guardés. Así, todo encajaba. En lugar del femenino en -esa teníamos simple y llanamente un femenino en -a. Se había producido un reanálisis, es decir, se reinterpretaron las fronteras morfológicas y donde teníamos una estructura guard-esa algunos empezaron a ver guardes-a.
El antiguo masculino guarda no desapareció, sino que quedó como un término de significado general aplicable a cualquiera que desarrolla tareas de vigilancia. Guardés/guardesa se especializó semánticamente y se utiliza, sobre todo en su forma plural los guardeses, para referirse a quienes guardan una casa o una finca, generalmente viviendo en ella. Con este significado está recogido en el diccionario.