Faltas de ortografía por influencia de la pronunciación

Los desajustes entre pronunciación y escritura son fuente de numerosas faltas de ortografía. Quienes están poco versados en la escritura dejan que la lengua oral les juegue malas pasadas ortográficas de dos maneras, principalmente:

a) Escriben de oído, es decir, escriben las palabras tal como se pronuncian.

b) Se pasan de correctos: por miedo a equivocarse, desconfían de grafías que les parecen demasiado sencillas, con lo que acaban incurriendo en ultracorrección.

Podemos diferenciar dos grandes tendencias en la ortografía de las lenguas con escritura alfabética. Por un lado, encontramos sistemas como el del inglés y el francés que poco tienen ya que ver con la pronunciación y mucho con la historia o el origen de las palabras. Esto es lo que se denomina tendencia etimológica. Por otro lado, hay sistemas muy fieles a la pronunciación, como el del italiano o el checo. Predomina en ellos la tendencia fonémica. El ideal de una ortografía fonémica es que a cada sonido le corresponda una letra (y solo una) y a cada letra un sonido (y solo uno), aunque en la práctica es raro que esto se lleve hasta las últimas consecuencias. La ortografía del castellano se sitúa a mitad de camino. La correspondencia es bastante estrecha, pero se dan también desajustes como la digrafía, heterografía, etc.

Las faltas de ortografía representan un mayor peligro en aquellas variedades del español que han sufrido una evolución fonética más radical, lo que incluye a las diferentes variedades del andaluz y del español de América. La razón es que aumenta la distancia entre el código oral y el código escrito. Asimismo, suelen tener un mayor prestigio las variedades cuya pronunciación se mantiene más cercana a la escritura, aunque esto no pasa de ser un prejuicio de los hablantes, que creen que lo escrito es superior a lo oral. Hasta tal punto es así que la ortografía puede llegar a cambiar la pronunciación.

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Probablemente, el ejemplo más famoso de dificultades ortográficas por discordancia entre pronunciación y escritura es la confusión de b y v. Estas dos grafías corresponden en español a un único sonido. Este es un fenómeno panhispánico. Supuestamente, en tiempos de los romanos se decía:

Beati hispanii quibus bibere vivere est.

‘Dichosos los hispanos, para quienes vivir es beber’.

Esto indica que ya en el latín hispánico los sonidos representados por esas dos letras habían quedado reducidos a uno (“b”), de modo que sonaban igual bibere ‘beber’ y vivere ‘vivir’. Por eso, esta falta de ortografía iba asomando la patita ya desde el latín por estas tierras ibéricas.

Hoy escribimos haber con hache porque hace más de 2000 años se pronunció esa letra como una aspiración. Este es un buen ejemplo de ortografía etimológica. En la lengua estándar actual, esta grafía no se corresponde con ningún sonido. No es de extrañar, por tanto, que dé pie a incorrecciones, ya sea por omisión (comerse la hache), ya sea por ultracorrección (escribirla indebidamente).

Las grafías c, z y s dan quebraderos de cabeza a los hablantes seseantes y ceceantes, es decir, a la inmensa mayoría. No tienen mayor problema quienes distinguen en la pronunciación “ese” y “ce” (coser frente a cocer). Pero para una gran parte de los andaluces, así como para los hablantes canarios y americanos, la corrección ortográfica depende aquí tan solo de su memoria visual.

Hoy son minoría quienes distinguen en la pronunciación entre rallar y rayar. Este es un fenómeno que se conoce como yeísmo. De ahí que sean frecuentes las vacilaciones en la escritura entre el par y/ ll.

La pronunciación de la x en final de sílaba se suele simplificar en s, de modo que extraño suena “estraño”. Esto, que es perfectamente aceptable en el habla, explica que al escribir se confundan x y s en dicha posición.

Los casos que hemos revisado hasta aquí afectan a la escritura de letras individuales. También ocurre a veces que se escriben juntas palabras que deberían ir separadas, como sobre todo. Esto se explica porque sobre, como preposición que es, carece de acento propio y se apoya en la palabra siguiente para pronunciarse, que es lo que pretende reflejar quien las une en la escritura. Si a esto le unimos que la expresión sobre todo forma una unidad por su sentido, se explica mejor aún el empeño de nuestros escribientes en juntar lo que la ortografía quiso separado.

Las pausas de la lengua oral nos llevan a veces a colocar comas donde no son necesarias. Es muy normal que se introduzca una pausa en el habla entre el sujeto y el verbo, sobre todo si el primero es largo: La Federación de Asociaciones de Pequeños Comerciantes | ha solicitado ayudas económicas al Gobierno. Pero nunca se puede separar el sujeto del verbo con una coma al escribir.

Si invertimos la perspectiva, las faltas de ortografía dan pistas sobre cómo se pronuncian las lenguas. Nos las han dado para lenguas de las que no tenemos documentos sonoros, como el latín. Y si hacemos un poco de lingüística-ficción es fácil imaginar que si dentro de 3000 años un historiador de la lengua se encuentra con que en los cuadernos de los escolares del siglo XXI abundaban las confusiones entre s y c, llegará a la conclusión de que algo pasaba con la pronunciación correspondiente.

Quisiera aclarar, por último, que si no he dado ejemplos de faltas de ortografía no ha sido por descuido sino por motivos metodológicos. El leer o escribir palabras con faltas refuerza la tendencia a cometerlas. Por eso, los mensajes electrónicos con faltas son nefastos para la ortografía.