Las letras del alfabeto hoy no significan nada para nosotros. Simplemente son signos que representan unos sonidos y que se combinan para formar palabras. Sin embargo, esto no siempre fue así. Te voy a contar la historia que hay detrás de la primera y la más importante de las letras del alfabeto: la a. Lo que te voy a relatar es un viaje apasionante que uno de mis profesores me explicó hace décadas, cuando empecé a estudiar los orígenes de la escritura. Este relato me sorprendió y me fascinó. Confío en que a ti también te ayude también a entender mejor los orígenes de ese acto maravilloso que es escribir. Mi esperanza es que este conocimiento te motive para empuñar la pluma.
Nuestra ‘a’ empezó como cabeza de buey
En su origen remoto, nuestras letras eran dibujos que representaban objetos del mundo. Cuando la letra a empezó su recorrido por la historia y por la cultura, era el dibujo de una cabeza de buey. Esa era la forma que tenía en el sistema de escritura egipcio. A partir de ahí entra en una carrera de transformaciones que la conducen hasta la a del alfabeto latino. ¡Vamos por partes! Lo primero es mostrarte el signo originario:
Los antiguos semitas la adaptaron y adoptaron
Desde ahí, el buey se dirige a paso lento pero seguro hacia la escritura protosemítica. Esta escritura surge como adaptación de la escritura egipcia. Son los primeros intentos de representar por escrito una antigua lengua semítica. Estamos hablando de los primeros ensayos para representar por escrito alguna de las variedades de la familia semítica de la Antigüedad. De esa familia surgieron la lengua árabe y la hebrea que hoy día conocemos.
En esta adaptación, la cabeza de buey se estilizó, pero mantuvo una forma perfectamente reconocible. Esto tiene su lógica. Había que simplificar. Era un signo conocido y, por eso mismo, no hacía falta dibujarlo siempre con todos sus detalles. Aquellos primeros escribas se quedaron con los rasgos más destacados: justo lo necesario para reconocerlo. Es un paso que va en el camino de la convencionalización:
Los fenicios lo heredaron
Después, la cabeza de buey pasó a la escritura fenicia, que es el origen de todos los alfabetos. El nombre de la primera letra era ‘alef, que significaba ‘buey’. Eso revela cuál es su origen. Puedes observar en la imagen cómo el signo se va estilizando y simplificando. Ya son solamente tres líneas que se cruzan. Quien conoce la historia del signo puede evocar la cabeza de buey. ¡Pero hay que conocerla!
Los griegos lo reciclaron
Los antiguos griegos aprendieron a escribir de los fenicios. Para ello adaptaron el sistema a la estructura de su propia lengua. La escritura fenicia solamente representaba las consonantes. Las vocales quedaban sobrentendidas. La sílaba quedaba suficientemente caracterizada con las consonantes y por eso era fácil reponer las vocales que eran necesarias. Es una característica de las lenguas semíticas.
Por tanto, los primeros escribas griegos se enfrentaban a un reto. En su lengua era imprescindible representar las vocales de alguna forma. De lo contrario, no se entendía nada. ¿Cómo lo solucionaron? Reciclaron algunos signos fenicios que no les servían porque representaban sonidos inexistentes en griego. Esos los aprovecharon para las vocales.
Casualmente, el primer signo de la escritura fenicia representaba un sonido que estaba ausente en la lengua griega: un cierre glotal. Para que nos hagamos una idea, un cierre glotal consiste en cerrar el paso del aire muy abajo en la garganta: en las mismas cuerdas vocales. Es un sonido que aparece a veces en inglés o en alemán, aunque en esas lenguas no diferencia significados. Los griegos, ni cortos ni perezosos, aprovecharon aprovecharon el signo ‘alef para la vocal a y lo rebautizaron como alfa.
Es fácil percibir que alfa viene de alef:
alef > alfa
Cuando se convierte en el nombre de una letra de un alfabeto, se da un paso más en comparación con la escritura fenicia: se produce la desmotivación del nombre, es decir, este pasa a ser meramente convencional. Me explico. En fenicio, el nombre ‘alef se refería a un objeto concreto del mundo: el buey. En cambio, en griego, alfa no nombra a ningún animalito: es solamente el nombre de la letra. Además, la alfa se ha puesto de pie. Se levanta sobre sus dos patitas.
Los romanos iban a lo práctico
Ya casi hemos llegado a la letra de nuestro alfabeto. Los etruscos aprendieron a escribir de los griegos. A su vez, los romanos tomaron este conocimiento de los etruscos. La letra latina se llama simplemente a. Ese es el nombre que hemos heredado nosotros. Se ha acortado.
Es un paso más que nos aleja de la cabeza de buey originaria. El nombre ya solo se refiere a la letra. Por eso, es un lujo mantener una denominación larga. Los romanos retienen solamente el principio de la palabra. Además, eso añade una ventaja: el nombre de la letra se corresponde exactamente con el sonido que representa.
En griego, el elemento -lf- solo se justificaba por la relación histórica con el ‘alef fenicio. Los romanos ya no sentían esa herencia, que era de tercera mano.
En conclusión
Ya ves: una cabeza de buey emprendió un viaje de miles de años que la convirtió en portadora de significado y la dejó convertida en la primera letra de nuestro alfabeto y la más importante. Digo que es la más importante porque es la primera que nos enseñan cuando empezamos a leer y a escribir en la infancia. Por eso marca toda nuestra percepción del alfabeto y de la escritura.