Las lenguas celtas fueron las más extendidas de Europa hasta la expansión de Roma. Se hablaban desde Galicia hasta Anatolia (la actual Turquía). Sin embargo, en el curso de la historia, su territorio y número de hablantes se fueron reduciendo constantemente hasta quedar relegadas a los rincones más apartados de Europa occidental. Sus últimos reductos los encontramos hoy en Bretaña, Irlanda, Escocia y País de Gales.
Son escasos los restos celtas en el léxico de las lenguas europeas actuales. En la nuestra tenemos algunas palabras de uso tan corriente como abedul, camino, cerveza, carro, camisa y braga; pero no pasan de ser un puñado.
Los testimonios más importantes están en la toponimia. Por ejemplo, en la Península Ibérica muchos nombres de lugares incluyen sego ‘victoria’ y briga ‘fortaleza’, como Segóbriga, Segovia, Sigüenza y Coimbra. Otros topónimos de origen celta en la península son Arganda, Aranda, Ledesma, Miranda, Osma, etc.
Muchas ciudades europeas son de fundación celta y conservan memoria de ello en su nombre. Solo mencionaré unos pocos ejemplos:
Dublín (de dubi ‘negro, sombrío’ y lindo ‘agua, estanque’)
Milán < Mediolanum (‘en medio de la llanura’)
París (por una tribu gala conocida por los romanos como parisii)
Viena < Vindobona (‘ciudad blanca’)
York < Eburacum (de eburo ‘tejo’)
Los celtas son un pueblo que viene fascinando a los europeos desde el Romanticismo. Si compartes esa fascinación o si esta explicación ha despertado tu curiosidad, quizás quieras aprender algo sobre las lenguas celtas. El saber no ocupa lugar.