Un alumno neozelandés, que estaba empezando a aprender español, un día me saludó con un alegre ¡Jola!, ¿kué tal? Al principio esto me dejó desconcertado. Después caí en la cuenta de que quería decir: Hola, ¿qué tal? Cuando le corregí, me hizo un comentario que es el que, años después, da pie a esta entrada: Pero se escribe así…
Está claro que los seres humanos sabían hablar desde mucho antes de que se empezaran a desarrollar, siquiera de forma rudimentaria, los primeros sistemas de escritura. En la historia de la humanidad primero fue lo oral y después vino lo escrito.
Ese proceso por el que pasó la especie en su conjunto se ha ido repitiendo a escala más reducida para cada una de las comunidades lingüísticas del mundo, que han ido aprendiendo las unas de las otras a fijar su habla por escrito. Todas ellas sabían hablar previamente y sabían muy bien lo que decían. Es más, a día de hoy muchas lenguas del mundo siguen sin escribirse, lo que no les impide cubrir a la perfección las necesidades expresivas y comunicativas de las gentes que se sirven de ellas. No hay, en cambio, ninguna lengua que se escriba pero no se hable (y nunca se haya hablado). Por tanto, aquí también viene primero lo oral y solo después llega lo escrito (si es que llega).
Este es, por otra parte, el mismo recorrido que realiza cada persona en su vida. Todos hemos aprendido primero a hablar y solo después algunos hemos aprendido a escribir. La población mundial era mayoritariamente analfabeta hasta hace unas cuantas décadas y todavía hoy la UNESCO calcula que 800 millones de personas no saben leer ni escribir. Y una vez más, salvo discapacidad, no hay nadie que sepa escribir y no sepa hablar.
Por otra parte, si nos fijamos en lo que hace el común de los mortales, veremos que pasamos mucho más tiempo hablando que escribiendo, incluso en esta época nuestra en que tecleamos como locos en ordenadores y teléfonos móviles. Todo esto nos debería hacer sospechar que para el ser humano la lengua oral es más importante y más básica que la escrita. Y, sin embargo, ¿por qué les damos tanto valor a unos cuantos trazos grabados en un papel, una piedra o una pantalla?
La escritura es un invento poderoso. Los primeros pueblos que la conocieron adquirieron una ventaja sobre los demás que difícilmente nos podemos imaginar y que probablemente igualaba o superaba en términos proporcionales a nuestras actuales brechas tecnológicas o digitales. La escritura multiplicó las dimensiones y la complejidad de los Estados al permitir fijar las leyes de manera inalterable y enviar instrucciones precisas a los rincones más apartados de un imperio. Permitía también dejar constancia indiscutible de la propiedad. Gracias a ella el comercio pudo alcanzar unas proporciones que nadie hubiera podido soñar. Los escritos ayudaron a viajar en el tiempo y en el espacio a esos virus llamados ideas, que ahora podían transmitirse de unas personas a otras sin necesidad de que hubiera contacto directo. Y no debemos olvidar que la escritura brindaba a la divinidad nuevas formas de manifestarse. No en vano las tres religiones más exitosas del mundo —el judaísmo, el cristianismo y el islam— reposan sobre la autoridad de las Sagradas Escrituras. La habilidad de leer era rara y preciada porque quien la poseía se convertía en vínculo con el poder, la riqueza, la sabiduría y lo sobrenatural. Quien además sabía escribir podía aspirar a convertirse en fuente de todo esto.
No es de extrañar, por tanto, que la palabra escrita adquiriera un prestigio incomparable que llevó a invertir los términos de la relación entre lo oral y lo escrito. Si en el inicio la escritura intentaba registrar lo hablado lo mejor que podía, llegó un momento en que fue la lengua oral la que empezó a sentirse acomplejada al lado de la perfección de la lengua escrita y a sentirse en la necesidad de imitarla. La que había sido la maestra acabó reducida así a la condición de alumna rezagada. La veneración por lo escrito no se ha perdido a pesar de los saludables progresos de la alfabetización. Antes al contrario, en nuestro paso por las aulas nos han explicado que adquirir una cultura equivale, por encima de todo, a aprender a leer y escribir textos cada vez más complejos.
La lingüística ha puesto también su granito de arena. Todo haría esperar que esta se volcara en lo oral. Pero no podemos olvidar que los estudios gramaticales (re)surgen en la Edad Media europea para dar respuesta a una necesidad muy concreta; la cultura estaba escrita en una lengua que ya no entendíamos: el latín. La gramática era un auxiliar que nos enseñaba a descifrar textos oscuros. Todavía hoy nuestras gramáticas están concebidas más para ayudar a entender que para ayudar a producir, y sirven bastante bien para dar cuenta de la lengua escrita estándar, pero naufragan en cuanto intentamos aplicarlas a la conversación cotidiana. Cuando vemos que las reglas gramaticales no encajan con nuestra forma de hablar, no llegamos a la conclusión de que la gramática está mal hecha (o de que no está hecha para eso), sino que decidimos que hablamos mal y asunto solucionado.
Por eso tienen también más prestigio las variedades de una lengua cuya pronunciación está más cercana a la ortografía. De ahí, por ejemplo, que se suela emplear como arma arrojadiza contra seseantes y ceceantes el que su pronunciación no respete la escritura.
Y así volvemos a donde empezamos. Quienes dicen eso sólo tendrían razón si la tuviera aquel alumno que saludaba a sus profesores con un Jola, ¿kué tal? Pero aquel simpático principiante probablemente se desenvuelve hoy con soltura en español y ya ha entendido que una cosa es cómo se habla y otra cómo se escribe y que históricamente el habla no es imitación de la escritura sino más bien al revés.
En España, casi 300 años de legislación académica (fundada, y sostenida en buena medida aún, en las “autoridades”) tampoco han contribuido precisamente a dignificar la lengua oral.
Buen día. Hace poco encontré este blog y me gustó. Siempre tengo esa “maña” de estar viendo cómo se escriben las cosas y, aunque no soy un experto en redacción y ortografía, me gusta aprender y comentar.
Les comento que cuando veo el idioma inglés siento incomodidad pronunciar “diferente” a como se escribe, pero comprendo que estas personas nos ven igual, por ejemplo, un día le pregunté a un salvadoreño cómo le habían enseñado en la escuela la “s”, es decir, si la maestra le dijo que era la letra “eje”, me dijo que no, pero que era su “forma” de hablar, pues aprendieron a hacerlo antes de escribir, como lo dice el blogger.
Yo creo en que hay que buscar la excelencia, tanto para hablar como para escribir, no por lo que parezca o un qué dirán de terceros, sino para mantenernos en constante crecimiento y mejorar la interacción con nuestro entorno.
Bendiciones, excelentes aportaciones de todos.
Luis Alberto
Me parece maravilloso leer estas cosas, soy mujer autodidacta, asi que pienso que cada día aprende una cosa nueva, un punto de vista diferente, así el ser humano se enriquece cada día más. Felicidades al autor de tales artículos!!!
Esto fue lo primero que me dijeron ni bien entré a estudiar el Profesorado de Inglés en la primera clase de Gramática Inglesa. Fue algo que me abrió la cabeza de una manera increíble. Lo que tambien aprendí en esta carrera es que dominar una lengua no es solo “saber hablar bien” o el “saber el uso correcto de la gramática” de esta, sino que es saber cómo usar el lenguaje y en qué contextos es posible decir o escribir determinadas cosas.
@Luis Alberto: Lo que pasa con el inglés es que, en la escritura, se respeta el origen etimológico de la palabra pero su pronunciación cambió con el tiempo. En una época la palabra “good” se pronunciaba con una “o”, pero con el tiempo se cambió la pronunciación a una “u” (no tengo el font del AFI para escribir el fonema”)y la ortografía continuó siendo la misma. El español tiene una ortografía muy “fonética” el hablante pronuncia mas o menos consistentemente la palabra que escribe (caso de los ceceantes o seseantes como yo que digo “serco”-> cerco o “selda”-> celda. Cosa que nos choca cuando nos dicen que “head” y “team” se pronuncian /hed/ y /ti:m/ (hed) (tiim) cuando las dos vocales que estan escritas son iguales (ea)
Pensando en el tema del prestigio, creo que no es tan simple. Aunque estoy de acuerdo con lo que dice Pedro, a la vez puedo señalar que en el Ecuador tiene más prestigio una variante en la que se pronuncia la p en “opción” como p y no como k; en la que se pronuncia claramente la s en “los fósforos”, en la que se dice “pescado” y no pehkao. En el dialecto quiteño de las nuevas generaciones, se va dejando de lado la r asibilada y la ll se iguala a la y…, quizás por marcar una distancia respecto de grupos socioeconómicos menos favorecidos (en el último caso ni siquiera es por ortografía).
Saludos!
Pedro, me parece que lo más común es que los niños pequeños pronuncien diferente de los demás. Tal vez esto nos remite a la discutible afirmación de que todos los hablantes son ‘competentes’ en su lengua materna. La escritura, la educación, los llamados usos “cultos” o “vulgares” promueven todo el tiempo cambios o ajustes en la forma como la gente habla. Y, aunque parece raro, en inglés hay que aprender a decir palabras. Un ejemplo entre muchos: hay una población en Oxfordshire llamada Islip. Nadie sabe cómo se debe pronunciar la “I” hasta que se lo cuentan.