La concordancia de tratamientos como señoría, alteza, excelencia, santidad, majestad, etc. presenta sus dificultades.
Por un lado, hay que tener claro que su género gramatical es femenino. Esto obliga a que los determinantes y adjetivos de los que se rodean estos nombres concuerden con ellos en femenino, como en este ejemplo:
(1) A la 1:30 de la tarde su señoría ilustrísima se dirigió a la iglesia, en donde administró la confirmación a 542 niños [Ana Isabel Herrera Sotillo: Monseñor Thiel en Costa Rica].
(2) Como muestra de nuestro rechazo a esta orientación inapropiada, hemos tomado la decisión de llamar a consultas al embajador de nuestra majestad en Madrid por un periodo indeterminado [En Pedro Rojo Pérez (ed.): El 2007 visto por los árabes].
En el ejemplo (1) el adjetivo ilustrísima está en femenino a pesar de referirse a un hombre porque toma el género femenino del sustantivo señoría. Lo mismo ocurre en (2) con el posesivo nuestra.
Por otra parte, nunca desaparece del todo la idea de que son nombres que se refieren a personas y que estas personas tienen sexo. Por eso, cuando se refieren a un hombre, el género masculino reaparece en cuanto nos alejamos del entorno inmediato del tratamiento en cuestión. Esto es lo que podemos observar en el siguiente ejemplo:
(3) He visto que su excelencia es habilísimo en conspiración, intriga y golpes de Estado [José Saramago: Cuadernos de Lanzarote I].
En (3) el adjetivo habilísimo no concuerda con el género femenino de excelencia, sino con la idea de masculinidad que va asociada al portador de ese título. Esta es la forma correcta de hacer esta concordancia. El género masculino es el que emplearemos fuera de los determinantes y adjetivos que arropan directamente al tratamiento honorífico.
Tampoco está de más recordar que los tratamientos y títulos honoríficos se escriben siempre con minúscula.