El latín ha dado infinidad de palabras a las lenguas germánicas. Sin embargo, hay una que utilizamos prácticamente a diario y que es un préstamo germánico en la lengua de Roma. Me refiero a jabón.
El término jabón lo hemos heredado del latín sapo, saponis, aunque la versión castellana salió de la forma de acusativo saponem. Sin embargo, los romanos no son los creadores del vocablo en cuestión. Este procede probablemente de una antigua palabra germánica saipôn, que significaría ‘sustancia que gotea’ y más concretamente ‘resina’. Esta forma no está documentada, pero hay palabras en el alemán e inglés antiguos con ese mismo significado y una forma muy similar que nos dan pistas sobre su antepasado común.
En realidad, el jabón en sí ni siquiera lo inventaron los germanos. Si hacemos caso a Plinio el viejo, el invento es de los galos, aunque lo usaban los germanos, sobre todo los hombres, que al parecer eran más coquetos que las germanas:
Prodest et sapo, Galliarum hoc inventum rutilandis capillis. fit ex sebo et cinere, optimus fagino et caprino, duobus modis, spissus ac liquidus, uterque apud Germanos maiore in usu viris quam feminis [Historia natural, libro 28, capítulo 51].
Para esto va muy bien también el jabón. Este es un invento galo que deja el pelo reluciente. Se hace de sebo y ceniza. El mejor es el de ceniza de haya y sebo de cabra. Lo hay de dos tipos: espeso y líquido. Entre los germanos tanto el uno como el otro lo utilizan más los hombres que las mujeres.
Como es sabido, la ceniza sirve para hacer lejía. Cuando esta se mezcla con grasa, lo que sale es jabón. Todavía hoy hay personas que producen jabón artesanal en su casa por este procedimiento.
La palabra latina ha dado descendientes en todas las lenguas románicas. Si miramos desde Lisboa hacia el continente europeo nos vamos encontrando el portugués sabão/sabonete, el español jabón, el catalán sabó, el francés savon, el italiano sapone y, allá al fondo, el rumano săpun.
Si nos fijamos en las lenguas germánicas de la actualidad, vamos a apreciar también la semejanza. La palabra inglesa es soap; en danés se dice sæbe; y en alemán, Seife. Estas palabras, no obstante, son de procedencia directamente germánica, sin pasar por el latín.
Ya sabes: cada vez que te lavas las manos estás utilizando un producto que inventaron los galos y al que los romanos nombraron con una palabra germánica.