La palabra milla procede del latín y significa etimológicamente ‘miles’.
Ese significado nos habla de cómo se calculaban las distancias en la Antigüedad. La milla romana eran simplemente mil pasos: mille passus. Antes de disponer de medios más sofisticados, los seres humanos medían el camino con su propio cuerpo.
Pero cuidado: lo que los romanos contaban como un paso para nosotros serían dos. Cada uno de los que históricamente encierra la milla equivale a dar una zancada con el pie derecho y otra con el izquierdo (un buen romano nunca lo hubiera hecho al revés: eran bastante supersticiosos).
La milla fue variando su extensión a lo largo de la historia. Además, en cada región se entendía algo diferente con este término. Por eso, hartos de las constantes confusiones, los revolucionarios franceses inventaron el sistema métrico decimal a finales del siglo XVIII. Los diferentes países de habla española se fueron pasando al nuevo estándar internacional a lo largo del siglo XIX. Ese es el motivo de que hoy no midamos nuestras excursiones en millas, sino en kilómetros. Sin embargo, el viajero se encontrará con esta vieja unidad de medida en cuanto se desplace a Inglaterra o Estados Unidos. Los países anglosajones han retenido en mayor o menor proporción sus sistemas tradicionales.
Por cierto, el nombre inglés mile ‘milla’ tiene exactamente el mismo origen que el español. Es más, en el inglés antiguo (o más bien en el germánico) y en castellano se produjo la misma confusión. Milia era el plural de mille y tenía género neutro. Sin embargo, acabó confundido con un femenino singular por la sencilla razón de que terminaba en -a.