Todos los palacios del mundo han tomado su nombre del que construyó en la Antigüedad el emperador Augusto.
Nuestra palabra palacio procede del latín palatium a través de una forma intermedia palacium que existió en el latín medieval. Palatium era en un primer momento el nombre de uno de los siete montes de Roma: el Palatino (de la misma forma que el monte Capitolino era el Capitolium).
Augusto edificó su residencia en el monte Palatium y lo hizo en parte por motivos simbólicos, pues tenía al lado la choza de Rómulo y otros lugares sagrados de la antigua Roma. La vivienda del emperador estaba en el Palatium, así que acabó llamándose ella misma Palatium (igual que hoy llamamos Elíseo a cierto palacio situado en los Campos Elíseos de París).
Lo que empezó siendo la casa de Augusto fue creciendo con el paso de los años y se convirtió en todo un complejo de edificios imperiales que acabaron cubriendo la colina. A aquel conjunto se le siguió llamando palacio. No pasó mucho tiempo hasta que se empezó a aplicar esta palabra también a las residencias en las que se alojaban los emperadores cuando estaban fuera de Roma. Después se utilizó incluso para las sedes de los gobernadores romanos, que al fin y al cabo eran los representantes de la autoridad imperial en las diferentes provincias en las que se encontraban destacados.
El nombre de la que fue en su día la morada relativamente modesta de Augusto se fue generalizando. Hoy designa la residencia de los ricos y poderosos en la inmensa mayoría de las lenguas de Europa. En esta palabra está encerrado el recuerdo del temor y la admiración con que todos miraron aquella casa que se levantó en su día sobre una de las colinas de Roma.