La desaparición de palabras es un fenómeno que se da constantemente en las lenguas. Cuando los hablantes dejan de sentir la necesidad de emplear un determinado vocablo, este termina por caer en el olvido.
A veces, una palabra se pierde por la sencilla razón de que el mundo cambia: la realidad nombrada desaparece de nuestro alrededor y por eso ya no hay motivo para hablar de ella. Por ejemplo, pocos serán los hablantes de español que todavía conozcan nombres como tálero o borceguí, que designan objetos de épocas pasadas.
Palabras como las mencionadas arriba caen en desuso sin dejar sustituto porque ya no hay necesidad de ellas. Sin embargo, lo más frecuente es que una palabra desplace a otra. La realidad nombrada sigue existiendo, pero por algún motivo cambia de nombre. Los diccionarios son auténticos cementerios de palabras de este tipo. Si hojeamos uno cualquiera, nos toparemos con formas como albéitar, rafez o lusco. Es posible que alguna de ellas perviva en usos regionales, pero lo cierto es que han quedado barridas de la lengua general. Sin embargo, su lugar no ha desaparecido, sino que ha sido ocupado por otras con más vitalidad. El viejo albéitar es ahora un veterinario; no faltan seres rafeces en el mundo, pero nos referimos a ellos como viles o despreciables; y, por lo que respecta a los luscos, hoy los llamaremos más bien tuertos, bizcos o cegatos, aunque esto último no sea lo políticamente correcto.
El ejemplo de lusco nos viene bien para mostrar que las sustituciones no son siempre de uno a uno. A veces, el ámbito abarcado por una determinada palabra se reestructura. Lusco se refería en general a quien sufría alguna deficiencia en la vista. En la lengua actual no tenemos un equivalente exacto, sino que diferenciamos varias categorías.
Los motivos para la sustitución de una expresión por otra no siempre están claros, aunque sí que hay uno que destaca y es bien conocido: el tabú. Te invito a que sigas el enlace y aprendas algo sobre él.