Los seres humanos intentamos desesperadamente entender el mundo que tenemos a nuestro alrededor. Para ello, una de nuestras estrategias favoritas consiste en representarnos las realidades nuevas a partir de las que ya conocemos. Por eso, un procedimiento con mucho rendimiento en la creación de vocabulario consiste en utilizar metáforas, o sea, en vincular una realidad con otra que nos resulta familiar.
Uno de los ámbitos mas prolíficos en la creación de metáforas es el del mundo animal. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que nos hemos relacionado con nuestros congéneres irracionales desde que existimos como especie y que nosotros mismos formamos parte del reino animal. Por eso, nuestro conocimiento sobre estos seres vivos lo extendemos a los objetos que descubrimos a nuestro alrededor y que, en principio, nada tienen que ver con ellos más allá de una semejanza que ha querido reconocer nuestro ojo, pero que no está en las cosas en sí, sino que viene impuesta por nuestra mente.
Eso es lo que explica, por ejemplo, que desde antiguo hayamos visto patas en las mesas, a semejanza de las que sostienen a un caballo, un perro o un jabalí. Los ajos se dividen en dientes que no tienen nada que envidiar a los que adornan la boca de un león. Los edificios tienen alas, aunque estas no les sirvan para volar. Leche es propiamente el líquido que segregan cabras, vacas y ovejas, pero no vacilamos en llamar también leche a cierto jugo blanco elaborado a base de coco. La boca es la abertura por donde los animales recibimos el alimento, pero también es el hueco por el que nos adentramos en una cueva o, en época más reciente, en el metro. Los denominados animales superiores estamos construidos sobre un esqueleto rígido que es el que nos da soporte. Sus piezas sirvieron de inspiración a nuestros ancestros para llamar hueso al núcleo de madera de melocotones y ciruelas. Y, por último, ¿qué puede haber más importante para los animales que la reproducción? Nuestro conocimiento sobre ella es el que aplicamos al ámbito de la técnica cuando nos referimos a enchufes y clavijas como machos y hembras.
Un grupo especial dentro de las metáforas zoológicas es el de las metáforas humanas. La distinción no siempre es clara y tajante. Varias de las metáforas de arriba podríamos interpretarlas como animales en general o como específicamente humanas. Lo mismo podríamos decir sobre las lenguas de tierra o los cuellos de las botellas. Pero sin duda se inspiró en el cuerpo humano la primera persona que habló de una mano de plátanos, de las manecillas del reloj, del pie de la colina o de las barbas del mejillón.
Son muchas más las metáforas animales que encontramos en el vocabulario. Podríamos dedicar horas a repasarlas: desde el cuello de cisne de ciertos jerséis hasta el ojo de buey de los barcos pasando por los deliciosos burritos de la cocina mexicana. Pero basten los ejemplos anteriores para dar una somera idea.
Por cierto, la metáfora no solo desempeña un papel fundamental en la creación del vocabulario de las lenguas, sino que es la base misma de una parte muy importante de la gramática. Ya hemos hablado de eso en otro lugar. Si te interesa el tema, te sugiero que leas el artículo sobre metáforas en la gramática.