Descambiar

En la lengua coloquial de España, una de las acepciones del verbo descambiar es ‘deshacer una compra, llevar un producto a la tienda para que nos devuelvan el dinero’. Así es como lo utiliza Antonio Soler en una de sus novelas:

(1) […] hasta que mi madre le pudo comprar otro traje blanco y unos zapatos nuevos que él descambió en la zapatería Moncayo porque le parecía que los suyos todavía le podían servir [Antonio Soler: El espiritista melancólico].

La lógica que hay detrás es la siguiente. El cambio inicial es el que hacemos al entregar dinero para adquirir un artículo. Posteriormente, deshacemos ese cambio cuando devolvemos el objeto en cuestión para recuperar su importe.

Este uso es impecable. Simplemente hay que tener en cuenta que su lugar está en la conversación con amigos y familiares o quizás en obras literarias que se hacen eco de esta forma desenfadada de hablar.

En países de Centroamérica y de la zona septentrional de Sudamérica, a descambiar se le da el sentido de ‘convertir un billete o una moneda grandes en moneda más pequeña’. Tenemos documentado este uso nada menos que en una obra de Miguel Ángel Asturias:

(2) El tipo pidió otra y pagó con un billete de cien varas. Aquella no tenía vuelto y fue a descambiar [Miguel Ángel Asturias: El señor presidente].

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Curiosamente, también puede tener el significado contrario, es decir, cambiar moneda menuda por piezas de más valor. Esto no tiene nada de extraño. En nuestra lengua hay más palabras que pueden significar una cosa y la contraria.

Para quienes ponen en duda la alcurnia de este verbo, diremos que no es ni mucho menos un invento reciente. La Academia lo recoge en el Diccionario de la lengua española desde 1843.

En definitiva, el uso de descambiar como ‘devolver un artículo para recuperar el dinero’ es correcto y cuenta con una larga tradición. Hay que saber, eso sí, en qué contextos y situaciones conviene utilizarlo (o no).