Femenino de nombres de profesión

Una cuestión muy discutida social y lingüísticamente durante las últimas décadas es cómo se ha de formar el femenino de los nombres de profesión. La razón es evidente: las mujeres han ido accediendo a profesiones que tradicionalmente les estaban vedadas. Es verdad que todavía nos falta mucho para alcanzar la igualdad, pero cada vez van siendo menos los ámbitos laborales que se mantienen como reductos masculinos.

Esto nos ha obligado a hacer un trabajo lingüístico acelerado: hemos tenido que incorporar centenares de formas femeninas para hablar de esta nueva (y deseable) realidad. Los cambios han afectado sobre todo a las denominaciones de profesiones cualificadas y cargos públicos: hasta época relativamente reciente, una mujer no podía ejercer como juez, presidir un Gobierno, cursar estudios de ingeniería o ingresar en el ejército. Una vez que desaparece esta discriminación, hay que acuñar los femeninos correspondientes.

En español disponemos de dos procedimientos para crear nuevos femeninos de nombres de profesión: a) formar un femenino terminado en -a, y b) convertir el masculino en común en cuanto al género.

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Empecemos con los femeninos en -a. Este es el único morfema de femenino que sigue siendo plenamente productivo en español. Esto significa que es el único capaz de dar lugar a nuevas formas. Mediante el primer procedimiento, se han ido incorporando al idioma femeninos como médica, ingeniera o presidenta. Esta es la vía que han seguido también algunas formas como jueza, que existían tradicionalmente con el significado de ‘esposa de‘ y que ahora han pasado a designar a la mujer que ejerce el empleo o cargo correspondiente.

Han planteado dudas a veces nombres como físico, político o músico porque al formar el femenino en -a este coincidía con la denominación de una ciencia, una actividad o un arte: Amaya es física, Esmeralda es política o Lucía es música. Sin embargo, la homofonía no ha impedido que se adopten estos femeninos. Para todos estos casos en que coinciden el femenino de la profesión y la denominación de la disciplina, utilizaremos la forma en -a.

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En España, un cierto exceso de celo procedente del mundo de la política ha dado lugar a dos formas que han generado una fuerte polémica y un rechazo generalizado entre los hablantes: miembraportavoza. Desde una perspectiva lingüística, el problema que presentan estos es el siguiente. Femeninos como la doctora, la arquitectala catedrática tenían su lugar virtual en los modelos morfológicos del español, que ya nos brindaban femeninos como pastora, hortelana o pescadera. Algunos femeninos se usaban y otros no, pero el motivo no era lingüístico, sino social: a las mujeres solo se les permitía ejercer ciertos oficios (por lo general, no cualificados). En cambio, miembraportavoza no se integran en los modelos morfológicos existentes, sino que los rompen para resaltar la feminidad. Hubo también un precedente en sentido inverso. A partir del el/la modista, se creó un masculino en -o: modisto. A nadie le ha escandalizado, pero es tan extravagante desde el punto de vista morfológico como unas hipotéticas formas turisto (< turista)taxisto (< taxista).

Además de los femeninos en -a, se ha registrado en los últimos tiempos algún femenino en -esa, como lideresa y choferesa, pero se trata de casos aislados. Además, no han triunfado en la generalidad de los países hispanohablantes. Por tanto, nos encontramos ante un fenómeno más bien anecdótico desde un punto de vista morfológico.

Cuando fracasa la posibilidad de crear un femenino cambiando la terminación de la palabra, se activa el segundo procedimiento: convertir el masculino en común en cuanto al género. Esto significa que el nombre puede funcionar como masculino o como femenino, pero sin cambiar su terminación. Únicamente veremos reflejado su género en los determinantes y adjetivos de que se rodee. Así, a partir de el anestesista, obtenemos la anestesista; de el piloto surge la piloto, etc.

Hay algunos factores que pueden influir en el fracaso del primer procedimiento. Uno de ellos es, a menudo, que el femenino existe, pero es despectivo o tiene connotaciones negativas. Por ejemplo, sargenta posee una larga tradición en español, pero se usa con el significado peyorativo de ‘mujer a la que le gusta mandar’. Esto ha podido pesar para que se frenara su adopción cuando las primeras mujeres obtuvieron el grado de sargento en el ejército. En el caso de los grados militares, ya se ha alcanzado una solución unificada. Todos se usan como comunes en cuanto al género: el/la soldado, el/la teniente, el/la general, etc.

Otras veces, el femenino existe, pero con otro significado. Por ejemplo, soldada es tradicionalmente el sueldo que se le paga al soldado. Quizás esto influyó para que a una mujer militar se la llamara la soldado. Este hecho pudo influir también para la solución unificada para el femenino de los grados del ejército.

En resumen, el procedimiento preferente para crear femeninos de nombres de profesión consiste en recurrir a las formas en -a. Esto a veces no funciona porque no lo permite la morfología o porque los resultados no convencen a los hablantes. Entonces se activa un segundo procedimiento que consiste en tomar el antiguo masculino y utilizarlo con la misma forma para masculino y femenino: el/la general. La adopción de los nuevos femeninos suele estar rodeada de polémica, pero esto ya es un problema que trasciende la lingüística y se adentra en el terreno de lo social e, incluso, de lo político.