Un metomentodo es una persona que se inmiscuye en los asuntos que no son de su incumbencia. No hay escasez de ellos en el mundo. Seguro que estás pensando ya en alguno.
Esta palabra tan expresiva es un compuesto que se forma por la sustantivación de una oración completa, que consta de un verbo y sus complementos: métome en todo. Incluso podemos identificar el sujeto (yo), aunque queda sobrentendido. El pronombre me aparece pospuesto al verbo. Hoy día esperaríamos el orden contrario. Sin embargo, no deben sorprendernos peculiaridades como esta en secuencias que han quedado fijadas. La fijación tiende a ir de la mano de numerosas irregularidades.
Los filósofos Fernando Savater y José Luis Pardo nos proporcionan un buen ejemplo del uso de esta palabra:
(1) Si intervienes locuazmente, eres un metomentodo, un sofista, un juguete en manos de los políticos, un aventurero ávido de lucro; si solo acometes tratados o piezas eruditas y desdeñas lo cotidiano, eres un privilegiado atrincherado en su torre de marfil, cómplice por dimisión de los males de este mundo, un cobarde acomodaticio, un desertor, un pedante, etc. [Fernando Savater y José Luis Pardo: Palabras cruzadas: una invitación a la filosofía].
Este sustantivo se puede usar tanto en masculino como en femenino, pero tiene la particularidad de que su terminación no cambia aunque se modifique su género. Por tanto, pertenece al grupo de los denominados sustantivos comunes en cuanto al género. En (1) tenemos un ejemplo de su uso como masculino. En (2), en cambio, adopta el género femenino:
(2) —Estúpida metomentodo —murmuró antes de dejar caer el visillo [José María Guelbenzu: El cadáver arrepentido].
En esta intervención de un diálogo podemos comprobar que la terminación de metomentodo se mantiene invariable. No obstante, el adjetivo estúpida nos indica cuál es el género gramatical del nombre: se trata de un femenino con todas las de la ley.
Por lo general, su forma también se mantiene invariable en plural, como aquí:
(3) Las criaturas antinaturales suelen ser recelosas respecto a su origen y prefieren que los numerosos humanos no sientan demasiada curiosidad por sus asuntos. No suelen recibir bien a los metomentodo, y lo último que me apetecía era despertar un día y descubrir que un demonio le había sorbido la médula espinal a mi novio [Sergio S. Morán: El Dios asesinado en el servicio de caballeros].
En (3), no hay terminación alguna de plural, pero el número se refleja en la forma los del artículo gracias a la concordancia. El plural metomentodos no es ni mucho menos incorrecto, pero no es el preferido por la mayoría de los hablantes. Podemos ejemplificar su uso con un fragmento de una obra de Javier Marías, novelista y miembro de la Real Academia Española (por si nos quedaban dudas sobre la corrección de esta variante):
(4) Otro amigo madrileño, profesor de instituto, me decía que a veces, ante los prepotentes dislates de padres despreocupados o metomentodos, su reacción natural sería la de contestarles: “¿Por qué no dan las clases ustedes, ya que lo tienen todo tan claro?” [Javier Marías: Mano de sombra].
Además, el ejemplo (4) nos viene bien para constatar que esta palabra también puede funcionar como adjetivo. Esta versatilidad resulta muy frecuente entre los sustantivos.
Metomentodo se pronuncia con un único acento prosódico: decimos [metomentódo]. Aquí, la prosodia del español nos está dando pistas sobre la estructura de la secuencia en cuestión. La pronunciación con un solo acento le indica al oyente que debe interpretar eso como una sola palabra y no como una oración, que sonaría [métome entódo].
Metomentodo forma una unidad en la pronunciación, como acabamos de ver. Por tanto, no es de extrañar que eso mismo quede reflejado en la ortografía: esta expresión se escribe obligatoriamente en una sola palabra. Separarla sería una falta.
Su acentuación gráfica también es particular. El elemento métome necesitaría tilde si lo escribiéramos por sí mismo, pero la pierde porque las palabras compuestas únicamente admiten el acento gráfico en el último elemento si es que le corresponde a este llevarlo (que no es el caso).
Ya ves lo que ha dado de sí esta palabra que parecía tan inocente. Lo dejo aquí, pero todavía te aviso de que el compañero inseparable del metomentodo en la lengua y en el mundo es el correveidile. Si te ha gustado este artículo, te interesará ese otro. Échale un vistazo.