La principal exigencia que se le debe hacer al tipo de letra que escojamos para nuestra publicación es que se lea bien. Si no cumple esa condición, no sirve para nada.
Debes conocer como mínimo la siguiente distinción básica: hay tipos de letra con remate (serif) y sin remate (sans serif). En la figura 1 puedes ver un ejemplo de letra con remate. Este es simplemente el ensanche ornamental que aparece en los extremos de los trazos. Compara esa forma con la de una letra sin remates como la equis de la figura 2. Los tipos con remate se asocian tradicionalmente con el libro impreso. Vete a la estantería y agarra una novela, un libro de historia o un tratado de filosofía. Hay un 99 % largo de posibilidades de que el tipo utilizado tenga remates. Estos tipos de letra se asocian con la lectura prolongada de textos discursivos. El ejemplo más famoso de letra con serif es probablemente Times, que se creó para imprimir el diario británico del mismo nombre y se popularizó porque era uno de los tipos que Microsoft incluía por defecto en su sistema operativo.
En cambio, si te fijas en un extracto de tu cuenta corriente o en un informe sobre la situación del mercado inmobiliario, hay muchas posibilidades de que las letras carezcan de remate. Esto es habitual en textos que no están pensados para leerse seguidos, en los que es más importante el dato que la expresión. Son típicos, por ejemplo, de documentos técnicos. Tipos de palo seco ampliamente conocidos son Helvética y su imitación Arial.
La mejor opción para la lectura en pantalla son las letras sin remate. Los extremos son más gruesos y dan mejor resultado en dispositivos sin una gran resolución. Si eliges un tipo con serif, son aconsejables los que incorporan remates más bien redondeados. El ejemplo clásico es la letra Georgia, que funciona bien en la web.
También conviene que te preguntes qué tipos van a estar disponibles en los dispositivos con los que te va a leer la gente. Si seleccionas un tipo de letra precioso, pero que no viene incluido por defecto en el ordenador o la tableta con que te leen, se va a sustituir por uno de los que haya en el sistema, con lo que el refinado mensaje que pensabas enviar no llegará a su destinatario.
Este inconveniente hoy se puede solucionar recurriendo a tipos de letra que están almacenados en servidores, lo que se conoce como webfonts. Estos se descargan con el resto de la página, con lo que se supera el problema de la disponibilidad. El ejemplo más conocido son los webfonts de Google. Tienes que tener en cuenta, eso sí, que cada juego de caracteres que hay que descargar enlentece la presentación de la página y eso no conviene porque deteriora la experiencia del usuario.
Debes evitar la proliferación de tipos por ese motivo y por necesidades más generales de parsimonia y sobriedad. Lo mejor es usar uno o, como mucho, dos tipos de letra. Ir más allá no suele tener sentido y solo sirve para crear problemas técnicos y dar un aspecto confuso a la página. Sobre todo, huye como de la peste de los tipos estridentes y de fantasía. Al final, el mejor tipo de letra es el que hace su trabajo sin llamar la atención.
Tampoco hay que descuidar el tamaño de la letra. Échale un vistazo a tu texto en diferentes dispositivos, a ver qué tal resulta en la pantalla de un ordenador, en una tableta, en un móvil… Un error en la elección del tamaño no es tan catastrófica como una elección desafortunada del tipo porque el lector puede agrandar o empequeñecer los caracteres fácilmente desde su navegador. Aun así, no todos los usuarios saben hacer este tipo de operaciones. Y, por otra parte, si tú que eres el responsable de la publicación no te has tomado la molestia de seleccionar un tamaño de letra sensato, ¿por qué debería hacerlo otra persona? Hay muchos textos para leer en la vida y están tan solo a un clic de distancia. Quien evita la ocasión evita el peligro.
El tamaño de la letra es también fundamental para diferenciar la importancia relativa de los diversos elementos de la página. Por ejemplo, el título de un artículo tiene que tener una letra más grande que el cuerpo de ese artículo; pero, a su vez, el título de una publicación completa tiene que tener mayor tamaño que el título de un artículo. Estas diferencias tienen que resultar evidentes a primera vista. Si no es así, hay que revisarlas hasta que queden suficientemente claras.
La tipografía es una técnica (o más bien un arte) con cinco siglos largos a sus espaldas. Los tipos de letra hablan, tienen un idioma propio y por eso es bueno que adquieras unos rudimentos de ese lenguaje para ser consciente de cuáles son las señales que estás lanzando. Una vez que empieces a indagar, te darás cuenta de que la tipografía engancha.