Este artículo se aparta un poco de los temas habituales en el Blog de Lengua, pero lo voy a compartir aquí porque creo que también puede ser de interés para las personas que lo leen habitualmente. Durante las últimas semanas he llevado a cabo un experimento. He decidido tomar un descanso de las redes sociales. No he borrado mi cuenta de Facebook, de Twitter ni de LinkedIn, pero sí que he eliminado las aplicaciones del móvil.
¿Por qué? Hasta hace poco me pasaba la vida consultando las diferentes redes desde el móvil. Cuando empecé a controlar el tiempo que les dedicaba, descubrí que eran varias horas al día (más de lo que me podía imaginar). Se me pusieron los pelos un poco de punta, de modo que decidí recuperar el control de mi tiempo.
Ahora únicamente las manejo desde el ordenador. El móvil lo llevo encima constantemente, por lo que la tentación siempre está ahí. En cambio, hay menos posibilidades de que acuda ex profeso al ordenador para surfear por las redes del Imperio. De hecho, desde que introduje esta estrategia, solo me meto en ellas un par de veces al día. Estos han sido los resultados.
Para empezar, mi atención ha mejorado. Hasta entonces, se encontraba totalmente fragmentada. En cualquier momento me asaltaba la necesidad de publicar algo o de consultar algo. Podía lanzarme de cabeza en medio de cualquier tarea (por urgente que fuera), mientras andaba por la calle o durante una cena con amigos. La facilidad para acceder se volvía en mi contra. Por más que juraba y perjuraba que iba a controlar mi consumo, al final caía una y otra vez. Simplemente, no podía resistirme a los chutes de dopamina que nos inyectan estas redes, que están diseñadas para ser adictivas. Como empresas, su interés está en que pasemos en ellas el mayor tiempo posible. Por tanto, utilizan todos los medios a su alcance para mantenernos enganchados. Al sacarlas de mi bolsillo, he logrado por fin mi propósito. Ha sido la única forma posible.
Leo más. He sido un lector voraz desde pequeño. Sin embargo, en los últimos tiempos venía notando que leía cada vez menos. Y no solo eso. Era incapaz de concentrarme en la lectura de forma prolongada. Hasta hace unos años podía tirarme dos o tres horas pegado al libro y disfrutando de ello. Últimamente tenía que parar cada media hora o incluso cada cuarto de hora. Al desenchufarme de las redes, he descubierto la fuente del problema. El tiempo que les dedicaba se lo estaba quitando a la lectura (y no solo a ella). La fragmentación de mi atención era la que me impedía sumergirme en los textos. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Paso más tiempo con familia y amigos. Algunas de las horas semanales que me robaban Facebook y compañía he vuelto a dedicárselas a las personas que más me importan. Ya no curioseo en el móvil mientras estoy con ellas. Y si no tengo ocasión de verlas cara a cara, las llamo por teléfono. En los últimos tiempos cada vez me comunicaba más por mensajes de texto.
He reducido mis niveles de ansiedad. Llevaba un tiempo luchando con un problema de ansiedad que iba empeorando a pesar de mis esfuerzos. Esta retirada parcial de las redes ha dejado al descubierto a uno de los principales culpables. Mi estrés general se ha visto aliviado también.
Duermo mejor. La siguiente escena se repetía cada noche: yo me disponía a irme a la cama, pero justo antes de cepillarme los dientes me acordaba de Twitter. Después venía Facebook y después todo lo que fuera. Entraba en un bucle y ya me resultaba imposible despegarme del móvil. Al final me acostaba más tarde de lo que quería y, por si fuera poco, me encontraba intranquilo durante las horas de sueño. Ahora he vuelto a mi ración diaria de ocho horas de sueño reparador. No hay nada como levantarse de la cama con la sensación de haber dormido y haber descansado.
Soy más productivo. Por un lado, las redes han dejado de robarles horas a las tareas que tengo que sacar adelante. Trabajo de un tirón las horas que me corresponden y después paro y doy la jornada por concluida. Para entender esto, hay que saber que quienes nos dedicamos al trabajo académico tenemos una gran libertad en una parte de nuestra jornada. Fuera de las clases, podemos decidir cuándo empezamos a trabajar y cuándo terminamos; pero las tareas tenemos que completarlas. Es nuestra responsabilidad. Por tanto, si nos dispersamos, nos castigamos a nosotros mismos a trabajar hasta altas horas de la noche o durante los fines de semana. Por otro lado, al sufrir menos ansiedad y descansar mejor por las noches, aprovecho mejor las horas de trabajo. Gracias a eso, al final del día me queda tiempo para descansar (y para vivir). He entrado en un círculo virtuoso con múltiples beneficios.
Estoy más presente. Antes mi cabeza tenía una enorme facilidad para convertirse en un torbellino. En gran medida, lo que alborotaba mis pensamientos era ruido que se introducía a través de Twitter y Facebook. Ahora voy consiguiendo centrarme en el aquí y el ahora. Percibo el paisaje que me rodea, saboreo la comida, presto atención a la música que escucho: disfruto de los pequeños momentos del día a día.
No he abandonado las redes sociales ni tengo previsto hacerlo en un futuro inmediato. Simplemente he reducido su uso de manera drástica al sacarlas de mi teléfono móvil. Así, mantengo sus beneficios. Sigo informándome a través de ellas, pero sin empacharme de información. Sigo utilizándolas como altavoz para dar a conocer mi trabajo, pero sin estar pendiente de cada retuit o cada comentario de Facebook. Y lo que he conseguido ha sido desintoxicarme y reducir los niveles de ruido. Dicen que no hay venenos: hay dosis. Mi consumo de Facebook y Twitter había superado los límites tolerables.
En definitiva, la experiencia ha sido positiva. Devolver a Twitter, Facebook y LinkedIn al ordenador me ha traído grandes ventajas sin apenas inconvenientes. Voy a continuar así. Tengo que decidir todavía lo que voy a hacer con Instagram, que solamente se puede utilizar desde el móvil; pero esa red era la que menos absorbía mi atención. Y, desde luego, te recomiendo encarecidamente que hagas lo mismo. Si tienes dudas, desinstala todas las aplicaciones de redes sociales durante quince días y haz la prueba. Utilízalas solamente un par de veces al día desde el ordenador. Después podrás juzgar por tu propia experiencia.